He escrito en este foro (y lamentaría equivocarme con respecto a la oportunidad de repetirlo ahora) que ni me gustó jamás ni me gusta ni me gustará el Frente Atlético. Menos aún me gusta la llamada grada joven, a la que, salvo por el hecho de actuar como mero eufemismo, no le atribuyo mayor pertinencia que a una hipotética grada de rubios o de miopes o de niñas con coleta.
He hecho notar, por otra parte, la puerilidad -cuando no la culpable condescendencia con uno mismo- que supone dotar del más mínimo contenido moral al hecho de ser de un equipo u otro. Si compartimos más del 80 % del ADN con la mosca del vinagre, si no hay ser humano inmortal ni que desconozca el dolor y el sufrimiento, cómo narices va a representar diferencia esencial alguna ser de una raza u otra, de un país u otro, tanto más de un equipo -es decir, de un mito- u otro, De modo que se puede ser del Atleti y abyecto, y del Madrid y ejemplar.
Reconozco que un cierto prurito estético más que un escrúpulo moral me hace abominar de cualquier infantil modificación de nombre o apellido, y que al Valencia me gusta llamarle Valencia, y al Real Madrid Real Madrid, y a Ronaldo o Messi Ronaldo o Messi. Esos nombres -esas realidades- forman parte del mito de tal forma que todos ellos me son caros, hasta el punto de, por ejemplo, seguir reprochándome el haber pasado hace años unas horas en Pontevedra y no haber visitado Pasarón, lugar donde el Atleti sufría en los sesenta.
En general, considero que toda forma de irracionalidad se paga y se paga pronto y el precio es siempre caro. Aunque se trate de una sola irracionalidad o en una sola parcela de la vida. La razón es aburrida y, en rigor, tiene mucho que ver con la muerte porque nace contando con ella, pero, francamente. no he encontrado otra manera de habérmelas con el mundo.
Sin embargo, jamás me he sentido maltratado ni insultado en este foro y de entre aquellos con quien más disfruto encontrándome, cuando me encuentro, y de quien más afecto recibo, figuran Chinasky o Pablo, defensores o amantes del Frente. Sospecho que si nos pusiéramos a hablar de cien cosas estaríamos en desacuerdo en las cien, pero que otra de la que en absoluto hablaríamos sería la que nos haría volver a hablar de otras cien otro día.
Así de complejos y contradictorios y poliédricos somos. Y, si me lo permiten, tanto nos cuesta encontrar nuestro consuelo.