Exiliado:
Me encanta esta reflexión tuya.
Has dado en el clavo, amigo.
Edito (el enlace no va)
Este es el artículo (Tercera de ABC)
v\:* {behavior:url(#default#VML);}
o\:* {behavior:url(#default#VML);}
w\:* {behavior:url(#default#VML);}
.shape {behavior:url(#default#VML);}
Normal
0
false
21
false
false
false
ES
X-NONE
X-NONE
/* Style Definitions */
table.MsoNormalTable
{mso-style-name:"Tabla normal";
mso-tstyle-rowband-size:0;
mso-tstyle-colband-size:0;
mso-style-noshow:yes;
mso-style-priority:99;
mso-style-parent:"";
mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt;
mso-para-margin-top:0cm;
mso-para-margin-right:0cm;
mso-para-margin-bottom:10.0pt;
mso-para-margin-left:0cm;
line-height:115%;
mso-pagination:widow-orphan;
font-size:11.0pt;
font-family:"Calibri","sans-serif";
mso-ascii-font-family:Calibri;
mso-ascii-theme-font:minor-latin;
mso-hansi-font-family:Calibri;
mso-hansi-theme-font:minor-latin;
mso-fareast-language:EN-US;}
FERNANDO EL CATÓLICO,
QUINIENTOS AÑOS
«Cuando la ideología está por encima del conocimiento y se cree libre de crítica, el resultado es la falacia y el triunfo de la leyenda y la propaganda sobre la Historia. Cuando un país (y quienes lo gobiernan) desprecia la cultura porque no aparece en las preocupaciones de la ciudadanía, en las encuestas, el resultado es el olvido de nuestra historia. Y de nosotros mismos.
TAL año como
este, se cumplen cinco siglos de la muerte del Rey Fernando de Aragón, esposo
de Isabel. «Se le cayó la quijada», como escribiera el cronista Lorenzo
Galíndez de Carvajal, en una humilde casa, propiedad de la orden de Calatrava
en Madrigalejo. Lejos estaban sus días de gloria.
El rey
implacable que había ganado tantas batallas se rendía ante un ictus, dicen que
provocado por la excesiva ingestión de un afrodisiaco. El gran diplomático
sabía que con la muerte no había amaño posible. El seductor que tantas semillas
había plantado se despedía de la vida sin tener el hijo que tan esforzadamente
había buscado con la joven Germana de Foix.
Si es cierta
la leyenda de que cuando mueres toda tu vida pasa por delante de tus ojos, no
cuesta imaginar que muchos de los últimos pensamientos de Fernando fueran para
Isabel, la mujer a la que más admiró. Juntos compartían el sueño de que
Castilla y Aragón siempre tuvieran un rey nacido en estas tierras. De que la
corona no pasara a manos extranjeras, resultado de complejas políticas
matrimoniales. Saber que su muerte suponía el fin de la dinastía Trastámara
debió de sumirle en una amargura muy superior a la felicidad de los sueños
cumplidos, que no fueron pocos.
Sin duda,
esa certeza debió de dolerle más que las heridas sufridas en sus muchas
batallas o la cuchillada del enajenado que atentó contra él en Barcelona. Como
guionista, me hubiera encantado escribir esta escena.
Como
guionista, aviso, escribo estas líneas, que no como humilde licenciado en
Historia: hay muchos historiadores más ilustres para desgranar las virtudes o
defectos del Rey católico. Los guionistas navegamos entre hechos históricos,
llenando esos huecos que hay entre uno y otro sin que chirríe. Esa travesía
solo se puede hacer con respeto (es decir: con documentación) y desde la
perspectiva de la época en la que se escribe.
Desde ese
mirador, imagino a Fernando viajando por el futuro que no vivió. Y no me cuesta
imaginarle decepcionado con sus herederos de la Casa Habsburgo, por muy grande
que fuera su imperio. Buen estratega, Fernando les habría aconsejado que nunca
tuvieran más guerras que las que pudieran ganar. Que con las Indias y la
península ya tenían bastante como para querer abarcar la vieja Europa. Y que no
hay imperio que pueda sostenerse sobre la miseria de sus súbditos. Él, sin
ejército propio ni una estructura estatal como la de sus sucesores, había
manejado con no menor tino tanto la política exterior como la unificación
interior (no sin decisiones discutibles, por cierto).
Desde el
ahora, y sabiendo de la voluntad de dejar huella de Fernando, más decepcionado
le imagino viendo la mala fortuna historiográfica que ha tenido su figura. Para
Maquiavelo fue el príncipe por excelencia, capaz de ser zorro astuto y, si era
necesario, león aguerrido. Para otros, un tirano. Unos definen su obra como
creador de la unidad española. Otros alegan que ese concepto no existía en la
época en la que vivió. Para los castellanos fue un aragonés. Para los
catalanes, un castellano. Bien escribió Vicens Vives del tema poniendo las
cosas en su sitio.
Pero lo que
más le dolería a Fernando, si pudiera ver nuestro presente, es el olvido. Lo
mal que trata España a su Historia y a sus héroes. No quiero decir con esto que
nuestros héroes sean inmaculados ni estén exentos de críticas. Pero sí que no
pueden ser olvidados, como lo está siendo Fernando en el quinto centenario de
su muerte. No es el único ejemplo. Basta comparar los fastos ingleses en
relación con el centenario de Shakespeare con la amnesia española hacia
Cervantes.
Tampoco es
nuevo, porque es un asunto que no sólo es fruto del desprecio de este país con
las Humanidades, sino de la ignorancia que deriva de ello. Cuando recibí el
encargo de crear la serie Isabel tuve dos sentimientos encontrados. Por un
lado, de alegría: relatar la vida de una mujer capaz de gobernar en el siglo XV
era un reto maravilloso. Por otro, de estupefacción: ¿cómo no se había hecho
antes? En cualquier país occidental ya se habrían hecho una docena de series al
respecto. Pronto supe las razones de esto último. En las redes sociales,
aparecieron dos corrientes: la que tenía a Isabel como una santa y como madre
de la patria española una, grande y libre, y los que la consideraban una mujer
de poca higiene, símbolo del genocidio americano y de las posturas más
reaccionarias. No había término medio.
¿Cuántas
versiones hemos visto de los héroes de El Álamo? Muchas. ¿Cuántas de los héroes
de Baler? Una. Y debutaba Tony Leblanc en el cine. Era el año 1945. ¿No merecen
los Episodios Nacionales de Pérez Galdós una serie? ¿Ni Bailén? ¿Ni la batalla
de los Castillejos con Prim a la vanguardia rodeado de voluntarios vascos y
catalanes junto a batallones venidos de Chiclana, Córdoba o Cuenca?
Dios, qué
buen vasallo si oviesse un buen
señor es la
frase que mejor define cómo tratamos a los principales protagonistas de nuestro
pasado. Curiosamente, muchos expertos dicen que se debe, como la Jura de Santa
Gadea, a la imaginación de un escritor. La leyenda por encima de la Historia.
Pero no hay
medicina para tan cruel enfermedad. Pasan los siglos y pasan las personas y
nuestra Historia sigue abandonada. La miramos con vergüenza, cuando no como
campo de batalla de ideologías contrapuestas. Y no hay ideología que valga si
está por encima del conocimiento, del análisis y de la crítica. Y sobre todo,
de la difusión de algo tan esencial como nuestra identidad y nuestra memoria.
Para saber de nuestros valores y de nuestros defectos, que de todo hay. Para
mantenerla viva (con sus luces y sus sombras) entre las siguientes generaciones
sin que sea un arma arrojadiza. Para ser motivo de unión, pese al necesario
debate (esa palabra que se confunde con pelea).
Cuando la
ideología (sea la que fuere) está por encima del conocimiento y se cree libre
de crítica, el resultado es la falacia y el triunfo de la leyenda y la
propaganda sobre la Historia.
Cuando un
país (y quienes lo gobiernan) desprecia la cultura porque no aparece en las
preocupaciones de la ciudadanía en las encuestas. Cuando la identifica con las
fiestas patronales y el mero entretenimiento (pan y circo), el resultado es el
olvido de nuestra Historia. Y de nosotros mismos.
Con la
falacia y el olvido no es que no se pueda entender nuestro pasado. Es que no se
puede construir el futuro.