en

El equipo de Pablito

Último artículo 29-05-2016 22:52 escrito por PAQUIRRIN 1903. 0 respuestas.
Página 1 de 1 (1 elementos)
Ordenar mensajes: Anterior Siguiente
  • 29-05-2016 22:52

    El equipo de Pablito

    Versión adaptada a España del cuento "El cuadro de Raulito", de Eduardo Sacheri:

     

    Él decidió, de entrada, dejarle en libertad. Tenía la idea de que los amores no se imponen, ni siquiera se eligen. Pensaba que en todo caso eran los amores los que optan, los que se le imponen a uno. Por eso, con cierta prescindencia fatalista pensó que si tenía que ser, sería, y que si no, era inútil gastar pólvora matando moscas.

    No le fue fácil, sin embargo. Sobre todo cuando en sus narices otros rivales se lanzaron a tratar de convencerlo. Le costó sobreponerse, y aceptar sonriendo a tíos y primos y cuñados y amigos y vecinos tentando a Pablito, ofreciéndole camisetas y balones y bufandas, a cambio de promesas de fidelidad a sus propios equipos. Tampoco dijo nada cuando sorprendió a más de uno de esos buitres futboleros enseñándole al chico los cánticos de la cancha, instruyéndolo subrepticiamente en las rivalidades históricas, ensalzando las hipotéticas virtudes de los unos, y vilipendiando las supuestas taras infames de los otros.

    Él los dejó. Un poco por esa resignación que era tan suya. Y otro poco porque a veces, en sus días tristes, sospechaba que tal vez fuese mejor así, que la cadena de afectos inexplicables se cortase con él, sin involucrar a su hijo. Que tal vez el chico terminase siendo más feliz siendo hincha de alguno del duopolio, ganando títulos más a menudo, viendo el estadio lleno, comprando el Marca o el Sport con su ídolo en la portada. Si al fin y al cabo él venía sufriendo hacía... ¿cuánto? Casi veinte años desde la última liga. Y después la debacle. Hasta el descenso había tenido que sufrir, hasta el descenso. Y a la vuelta, la desilusión grande de la Champions de 2014. Justo en el último suspiro, será posible, en el último suspiro. Si faltaba tan poquito, un balón despejado en ese córner y listo. Pero ni eso.

    Por eso, seguramente, aceptó con entereza que Pablito, desde los nueve, más o menos, empezase a decir que era del Real Madrid, «como el tío Santi»; aunque en el fondo más recóndito de su ser, él sintiese sinceros deseos de pasar al «tío Santi», lenta, dulcemente, por la picadora de carne y la máquina de hacer chorizos.

    Es que, a solas consigo mismo, en el resto de los días, sabía que era todo grupo. Que le hubiese encantado que Pablito saliese de los suyos. Que ahora que ya tenía trece, ahora que era todo un hombrecito, habría sido bonito ir juntos al estadio. Por la tarde, tempranito, en el autobús de la peña, hablando de cosas intrascendentes, viendo el partido de la grada de fondo sur en el segundo anfiteatro, que es donde a su juicio mejor se ve el fútbol.

    Pero igual no cambiaba de idea. No señor. Que si tenía que ser que fuese, y si no, no. De todas formas, y por si acaso, cultivó su propia planta de leyendas mentirosas, como para mantener viva su persistente esperanza. Y aunque le daba un poco de vergüenza comparar al equipo del 74 con el del Doblete del 96, igual seguía adelante, envalentonado en su propia pirotecnia falaz, enternecido en la admiración dibujada en los ojos del Pablito.

    Esa tarde, la inolvidable, la definitiva, empezó como todas, con la cerveza y la radio en la mesita de hierro de la terraza. El padre decidió prevenirlo de entrada:

    -Mira, Pablito, que hoy jugáis contra nosotros. El hijo lo miró con curiosidad.

    -¿Y qué problema hay, papá?

    El padre, feliz en la sencillez del chico, terminó sonriendo:

    -Tienes razón, Pablito, ¿qué problema hay?

    A los veinte minutos penalti a favor del Madrid. El chico miró a su padre, como dudando. Él lo tranquilizó, a pesar de sí mismo:

    -Grítalo tranquilo, Pablito. Eso sí: si después hay un gol nuestro, no te enfades si lo grito yo.

    -No, papá, si no me enfado -le aclaró, muy serio. Después gritó el gol, pero no mucho. Fue un grito breve, un poco tímido. El padre lo palmeó.

    -No seas tonto, Pablo, grítalo todo lo que quieras.

    -Así está bien, papá -fue toda su respuesta. Al rato vino el dos a cero. Ahí el chico lo miró primero, y después dio un par de aplausos, y eso fue todo.

    -Pero bueno, ¿qué clase de hincha eres? ¿Así te enseñó tu tío Santi a gritar los goles?

    -No papá, él los grita como un loco. Como tú.

    -Y entonces grítalo tranquilo, hijo. -Y después añadió, con un guiño:- Ojo que en el segundo tiempo a los mejor el que grita soy yo, ¿eh?

    Se sentía en paz, dueño de una felicidad sencilla y robusta. Casi ni se acordaba de que iban perdiendo. Empezaba a pensar que tal vez no fuese tan terrible que su hijo fuese del Madrid. A lo mejor iban a poder ir al estadio igual, turnándose un domingo cada uno, si el calendario lo permitía.

    El segundo tiempo siguió por el trillado sendero de la tragedia. Un contraataque y tres a cero. El chaval ni siquiera hizo un gesto cuando el locutor vociferó la novedad a voz en cuello.

    -Oye, Pablito, ¿estás dormido? -El padre lo palmeó con afecto.

    -No, papi. -Zarandeaba las piernas cruzadas debajo del asiento, y tenía los dedos cruzados en el regazo, como cuando pensaba en cosas complicadas. Luego aventuró:- No sé, me da un poco de lástima.

    El padre se rió con ganas.

    -No fastidies, Pablo, y disfrútalo. Total, un partido más, uno menos... Además, cuidado, chaval -bromeó-, mira que a lo mejor todavía os empatamos.

    Para colmo, y como dándole la razón, al ratito vino el tres a uno. El padre lanzó un gritito contenido, tenso, como el que habrían dado los jugadores, saludándose apenas entre ellos, disputándole la pelota a un portero con ganas de enfriar la cosa, corriendo hacia el medio campo para ganar tiempo. El hijo lo miró sin tristeza. Cuando sus ojos se cruzaron, ambos sonrieron.

    -Te lo dije, chaval, ojo con nosotros. Mira que somos peleones.

    Por lo que decían en la radio, el partido se estaba poniendo interesante.

    -Escucha, Pablito, escucha: os tenemos encerrados.

    Pero el aviso era inútil. El chico seguía el relato concentrado, serio. Acompañaba las jugadas trascendentes con patadas en el aire, como jugando él también su parte del asunto. El padre sonrió. Cómo son los niños. Se meten en el relato de tal modo que se sienten ellos mismos protagonistas del partido. En realidad, no sólo los niños: un par de semanas atrás él mismo había hecho trizas la jarra en un esfuerzo supremo por despejar al córner un disparo bajo que iba a sobrepasar fatalmente al portero.

    A los treinta, más o menos, saque de esquina sobre el área del Madrid. El chico seguía enchufadísimo. Hasta balanceaba ligeramente el cuerpo de un lado a otro, como todo buen cabeceador, esperando el momento de correr un par de metros y madrugar al marcador y pegar el salto y conectar el cabezazo. Pero había algo que al padre no le encajaba, algo en el modo en que estaba de pie, algo en la expresión de sus ojos negros.

    El corazón le dio un vuelco cuando comprendió: el nene se estaba perfilando de atacante, no de zaguero. El movimiento era para zafarse de algún marcador pegajoso, los ojos tenían el fuego de ven bola ven que te mando para adentro. El brazo derecho se alzaba en el gesto que se le hace al siete de ponla acá, justito acá por lo que más quieras.

    El relato se suspendió en una nota aguda, una de esas notas que se alargan, que perduran en el aire, mientras el locutor decide si tiene que gritar o decir que pasó cerca. Igual no hizo falta, porque la hinchada, detrás de esa portería, lo gritó primero, y el locutor en todo caso se sumó después a ese alarido. El padre lo gritó con ganas, entusiasmado. Tres a uno es una cosa. Pero tres a dos es otra bien distinta, y entonces...

    Tuvo que interrumpirse de golpe en sus divagaciones. Porque a sus pies, al lado de la mesita, de rodillas, de cara al cielo, gritando como si lo estuviesen desollando, con los brazos extendidos y las palmas abiertas, mezclando los chillidos de su voz de nene y los ronquidos incipientes de su pubertad en ciernes, estaba el niño, el niño ya sin vuelta atrás, ya sin posibilidad alguna de retorno, ya inoculado para siempre con el veneno dulce del amor perpetuo, ya ajeno para siempre a cualquier otra camiseta, más allá de cualquier dolor y de todas las glorias, dando al cielo el primer alarido franco de su vida.

    El padre se lo quedó mirando, impávido, hasta que el chico se quedó sin voz y volvió a sentarse. Tuvo miedo de pronunciar palabra, como si cualquier cosa que dijese conllevara el riesgo de destruir ese hechizo de epopeya. El chico, de igual forma, no lo miraba. Estaba ciego a cualquier cosa que no fuese esa cancha, esa portería de sus desdichas, ese reloj fugaz y traicionero, ese relato interminable de centros llovidos al área y despejes agónicos. Sobre todo eso el padre pensó después, porque en ese momento, agobiado en la constatación de su pequeño milagro íntimo, apenas le quedaba tiempo de mirar al nene, de comérselo con los ojos, de grabárselo para siempre en el recoveco más recóndito de su alma.

    En eso estaba cuando, ya en el descuento, el Madrid tiró mal el fuera de juego y el nueve se escapó con pelota dominada. El relato radial creció de nuevo a uno de esos agudos oraculares. El nene se puso de pie, incapaz ya de tolerar la tensión de la jugada. Con el rugido de la hinchada de fondo, padre e hijo contuvieron el aliento, con el alma pendiendo de ese nueve que entraba al área a liquidar el pleito, que picaba la pelota por encima del portero, buscando el segundo palo. El relato se cortó de pronto, y cuando continuó ya lo hizo en un tono menor, para explicar lo inexplicable: la pelota besando el travesaño y yendo a morir al techo de la red, ya inútil, ya sin sentido, ya con el árbitro pitando el final.

    El padre se volvió a mirarlo. El chico estaba rojo de la rabia, con los ojos muy abiertos de tan incrédulos, con los puños apretados de impotencia. Pensó primero en decir algo, como para tratar de mitigar ese dolor en carne viva. Pero lo disuadió la certeza de que era mejor así, porque así eran siempre las cosas, y las cosas no podían estar mal, si así eran siempre. Los labios del chico se torcieron en una mueca, y por fin se lanzó en un llanto desbocado. Ya era grande. Lo suficiente como para querer llorar a solas. Por eso se levantó de pronto y corrió hasta su cuarto. El padre escuchó el portazo, y no necesitó verlo para saberlo derrumbado sobre su cama, confuso, dolido, ignorante de qué debe hacer uno con el dolor y con la rabia.

    El padre lo supo llorando a mares, y se regocijó en esas lágrimas. Porque uno puede decir que es de muchos equipos. Uno puede cambiar de idea varias veces. Sobre todo si abundan los tíos y los primos grandes, dispuestos a comprar con pelotas y camisetas la fidelidad de un corazón novato. Pero una vez que uno llora por un equipo, la cosa está terminada. Ya no hay retorno. No hay vuelta atrás. De la alegría se puede volver, tal vez. Pero no de las lágrimas. Porque cuando uno sufre por su equipo, tiene un agujero inentendible en las entrañas. Y no se lo llena nada. O mejor dicho, sólo se le llena con una cosa: con ganar el domingo que viene. De manera que asunto concluido. La suerte está echada. Nosotros acá, el resto enfrente. Algunos más amigos, otros menos. Pero de este lado nosotros, los de acá, los que no tenemos en común, tal vez, victoria alguna, pero que compartimos las lágrimas de un montón de derrotas.

    Cuando su mujer salió al patio, extrañada de que su marido siguiese al sereno en el atardecer frío del otoño, lo encontró llorando a él también, pero unas lágrimas gordas, densas, de esas que abren surcos pegajosos en su camino, de esas que uno llora cuando está demasiado feliz como para sencillamente reírse.

    -¿Se puede saber qué os pasa? -preguntó la mujer, confundida. Él la miró, sin preocuparse siquiera de ocultar sus lágrimas-: Hace rato que Pablito entró a su cuarto y dio un portazo, y me dice que no quiere que entre, y se lo escucha llorar y llorar como loco. Y ahora salgo y te veo a ti también moqueando. ¿Me quieres explicar qué narices pasa?

    El hombre la consideró con benevolencia. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Intentar explicarle? ¿Cómo? Se conformó con mirarla, mientras seguía sintiendo el fluir del tiempo en el gotero de cristal de ese momento indestructible.

    -Seguro que ganasteis al Madrid y se lo restregaste por la cara, ¿no? Seguro le hiciste de rabiar, ¿no? -Ella lo miraba con gesto de severo reproche.-Semejante grandullón, ¿no te da vergüenza?

    -No, Almudena, no le hice nada. Si el Madrid nos ganó tres a dos. Al chico no le dije nada, te lo juro -respondió con calma, desde la cima de su paz reconquistada.

    -Pero entonces no entiendo nada. ¿Me dices que ganó el Madrid, y el niño está llorando como loco encerrado en su cuarto?

    -Sí, Almudena. Ganó el Madrid. Pero el niño ya no es del Madrid, Almudena. -Y se sintió reconciliado con la vida, eufórico, agradecido, emocionado; dueño legítimo y absoluto de las palabras que iba a pronunciar. Después se incorporó, porque cosas así se dicen de pie:- Lo que pasa es que Pablito es del Atleti, Almudena. ¡DEL ATLETI!

    Normal 0 21 false false false ES X-NONE X-NONE /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-priority:99; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin-top:0cm; mso-para-margin-right:0cm; mso-para-margin-bottom:8.0pt; mso-para-margin-left:0cm; line-height:107%; mso-pagination:widow-orphan; font-size:11.0pt; font-family:"Calibri",sans-serif; mso-ascii-font-family:Calibri; mso-ascii-theme-font:minor-latin; mso-hansi-font-family:Calibri; mso-hansi-theme-font:minor-latin; mso-fareast-language:EN-US;}

Página 1 de 1 (1 elementos)

AVISO LEGAL - Esta web pertenece a la ASDH, sin relación directa alguna con la sociedad Club Atlético de Madrid SAD. El uso de cualquier marca propiedad de la última se hace de modo nominativo y en ningún caso con fines comerciales o de intento de confusión de marcas. Así mismo SDH no se responsabiliza de las opiniones de sus colaboradores, foristas, etc...

Ofrecido por Community Server (Non-Commercial Edition) Football Supporters International Federación de Accionistas y Socios del Fútbol Español Asóciate al Atlético Club de Socios a través de Señales