Tomo como referencia e inspiración de este post
alguno de los últimos de Alemao (a quien, por otra parte, agradezco su elogio y su
vuelta a este foro) y en especial un párrafo en que hace alusión a su deseo de
un Atleti ganador y a las campañas de publicidad de la Sra. Rushmore, que
podéis encontrar en el hilo dedicado a Griezmann.
Los mitos pueden ser luminosos o esclarecedores,
ambiguos o claroscuros y oscurantistas o confusionarios. En lo que atañe al Atleti,
no se me ocurre otro más oscurantista que el que se sintetiza bajo el eslogan
"Orgullosos de no ser como ellos". Naturalmente, jamás ha quedado establecido
cómo son ellos y cómo, por contraposición, seríamos nosotros. Pero, desde luego,
tengo por seguro que las diferencias, al parecer insoslayables, a que se
refiere no conciernen a cuestiones meramente físicas (como que ellos tengan un
número de ojos, orejas o piernas mayor o menor que nosotros, o que sean más o menos
rubios), ni biológicas (como que sus procesos celulares fueran distintos de los
nuestros), ni biográficas (como que sus parejas les amen o les abandonen con
mayor frecuencia que a nosotros las nuestras o que ellos adquieran mayor o
menor reconocimiento en sus trabajos que nosotros en el nuestro). No. Todo
apunta a que esas diferencias son de carácter moral. Y son insoslayables porque
afectan al ser. No a determinados comportamientos o conductas sino al ser
mismo. No somos como ellos. Pero el eslogan empieza por manifestar bien a las
claras que de ese no ser como ellos estamos orgullosos. Es decir que, en
definitiva, somos mejores que ellos. Quizá porque se sugiera que ellos son
arrogantes, presuntuosos, ligeros en sus afectos, conservadores y solo les
preocupa ganar, mientras que nosotros somos humildes, empáticos, leales, rebeldes y
más que ganar nos preocupa el cómo se gana.
Sin embargo, basta echar la vista atrás unas
decenas de años para darse cuenta de que no es así. Por ejemplo, en 1.951,
cuando en los últimos doce años el Atleti había ganado cuatro ligas y su
presidente acariciaba la idea de construir un estadio para 90.000 espectadores
mientras que el Madrid no había ganado absolutamente nada, el Atleti (que lo
había sido de Aviación) era el equipo del régimen y era hacerse del Madrid
lo que constituía una rebeldía. Veinte años después, a principios de los setenta,
doy fe de que en las conversaciones sobre fútbol no se hablaba una palabra de calidades morales ni de sentimientos. Se hablaba de que Gárate era
mejor que Santillana, de que Ufarte no tenía nada que envidiarle a Amancio y de
que la media compuesta por Adelardo, Luis e Irureta se comía a todas las medias
de España y casi todas las de Europa. El argumento de la superioridad moral es una
construcción de Jesús Gil que surge a finales de los noventa y cristaliza en lo
que Alemao llama "los años de plomo", los primeros del presente siglo.
Al principio de su mandato, lo que Jesús Gil quería (y expresaba, dentro de su
verborrea, con una novedosa jerga de economista) era "robarle al Madrid
cuota de mercado". Es decir, plantarle cara. Por eso hizo un gran equipo. Pero
luego, ignoro las razones y si formaban o no parte de un plan más vasto, abdicó
de ese propósito, descapitalizó al club, conspiró contra él y finalmente se lo
apropió por medios criminales. A finales del los noventa (después de un
inesperado doblete conseguido por un equipo construido para quedar quinto o
sexto y un último, desvencijado y fracasado atisbo de grandeza protagonizado en
la temporada 97/98), sabiéndose incapaz de discutirle al Madrid su poder (el
poder real y efectivo en el campo de juego y, como consecuencia de él, en las
instituciones) comienza a fraguar su argumento de la superioridad moral como
una añagaza de tahúr (y no me atrevería a enmendar a quien me dijera que en
eso, más bien, consistía su estrategia). Su antimadridismo, entendiendo por
madridismo no el rival institucional sino una especie de ser
inferior que, en el colmo de su vulgaridad, celebraba los triunfos en Cibeles
mientras nosotros, tocados por los dioses, elevábamos los brazos al cielo y
clamábamos ¡Ah, mirad cómo sentimos!
El sentimiento. La Sra. Rushmore. Los años (cuántos;
todavía, de hecho, no han pasado del todo) en que las grandes figuras estaban
en la grada. Cierto que, como ocurre con muchos argumentos tramposos, pueden
servir en un momento dado como elemento aglutinador, como bálsamo. Pero a
condición de que luego te despojes de ellos como de un traje roto. El fútbol,
que es un deporte de ciudades y tiene un carácter político, admite una evidente
comparación con la guerra (por eso hay himnos, uniformes, banderas y,
propiamente, no espectadores sino seguidores), si bien de naturaleza dramática y
no trágica, pues no está la vida en juego. Quiere ello decir que la batalla
solo se resuelve a través de la victoria y que no se trata de que gane el mejor
sino de que quien gana es el mejor precisamente por el hecho de haber ganado.
Luis, que era una persona muy inteligente, lo expresó de manera inequívoca en aquella
famosa intervención que también recuerda Alemao. Ganar, ganar y ganar. Lo dijo
doce veces. Y no olvidemos que era una respuesta a una pregunta acerca de
"su filosofía del fútbol". En el terreno de la victoria (en el campo
y en las instituciones) es en el que tenemos que enfrentarnos a los rivales y,
eminentemente, al Madrid. Esas conductas arrogantes, presuntuosas y
conservadoras de los madridistas no son más que las propias de quien se sabe hegemónico y quiere
seguir siéndolo. Esta prensa deportiva no son sino una constatación de su poder. Pero no hay ninguna superioridad moral por nuestra parte, así
que de lo que tendríamos que sentirnos orgullosos, en todo caso, no es de no
ser como ellos sino de que, siendo como ellos, no queremos formar parte de
ellos. Al contrario. Queremos discutirles, oponérnosles y vencerles. Y no en esos
fárragos confusionarios del sentimiento y las cualidades morales sino en el
campo y en las instituciones. Por eso tengo en la más alta estima a quien está haciendo posible que la batalla se libre de poder a poder. Todo lo que sea apelar al argumento de la superioridad
moral constituye una confesión de debilidad y el más fiel testimonio de la
herencia de Jesús Gil.