El artículo que cita rossobianco circuló como la pólvora en Aragón por aparecer en un medio nacional. Se ganó el corazón de muchos de nosotros, que siempre hemos sentido nuestra historia ignorada, y cuando surgía algo, para ser menospreciada... o manipulada. Con lo cual, todo lo que diga sobre Pérez Reverte será en su beneficio... y no tendrá mucho valor crítico. Pero os dejo otro artículo suyo escrito también en El Semanal que me gustó bastante, mucho menos ácido para su estilo, pero igual de ilustrativo:
PATENTE DE CORSO
Cortos de razones, largos de espada
ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 19 de agosto de 2007
Eres joven y guipuzcoano, según deduzco por tu carta y el remite.
Escribes como lector reciente de la última aventura de nuestro amigo
Alatriste, contándome que es el primer libro de la serie que cae en tus
manos. Te ha gustado mucho, dices, excepto el hecho
«poco riguroso» y
«poco creíble» de que una galera española estuviera tripulada por soldados vizcaínos que combatían al grito de
Cierra, España; en referencia a la
Caridad Negra,
que en los últimos capítulos combate a los turcos, en las bocas de
Escanderlu, llevando a bordo a la compañía del capitán Machín de
Gorostiola. Y añades, joven amigo –lo de joven es importante–, que eso
no disminuye tu entusiasmo por la historia que has leído; pero que el
episodio de los vizcaínos te chirría, pues parece forzado.
«Metido con calzador –son tus palabras–
para
demostrar que los vascos (y no los vascongados, don Arturo) estábamos
perfectamente integrados en las fuerzas armadas españolas, lo que no
era del todo cierto.»
Son las siete últimas palabras del párrafo anterior
las que me hacen, hoy, escribir sobre esto; la triste certeza de que
realmente crees en lo que dices. Te gusta la novela, pero lamentas que
el autor haga trampas con la Historia real; la auténtica Historia que
–eso no lo cuentas, pero se deduce– te enseñaron en el colegio. Así
que, con buena voluntad y con el deseo de que yo no cometa errores en
futuras entregas, me corriges. Debería, a cambio, escribirte una carta
con mi versión del asunto. El problema es que nunca contesto el correo.
No tengo tiempo, y lo siento. Esta página, sin embargo, no es mala
solución. La lee gente, y así quizá evite otras cartas como la tuya. De
paso, extiendo mi respuesta a la cuadrilla de embusteros y
sinvergüenzas de los sucesivos ministerios de Educación, de la
consejería autonómica correspondiente, de los colegios o de donde sea,
que son los verdaderos culpables de que a los diecisiete años, honrado
lector, tengas –si me permites una expresión clásica– la picha
histórica hecha un lío.
Machín de Gorostiola es un personaje ficticio, como su compañía de infantería vizcaína. En efecto. Pero uno y otros deben mucho al capitán Machín de Munguía y a los soldados de su compañía,
«la mayor parte vascongados»,
que, según una relación del siglo XVI conservada en el Museo Naval de
Madrid, pelearon como fieras durante todo un día contra tres galeras
turcas, en La Prevesa. En cuanto a lo de
Cierra, España, ni es
consigna franquista ni del Capitán Trueno. Quien conoce los textos de
la época sabe que, durante siglos, ése fue usual grito de ataque de la
infantería española –en su tiempo la más fiel, sufrida y temible de
Europa–, que en gran número, además de soldados castellanos y de otras
regiones, estaba formada por vizcaínos; pues así, vizcaínos, solía
llamarse entonces a los vascos en general, «a veces cortos de razones
pero siempre largos de bolsa y espada». Y guste o no a quien manipuló
tus libros escolares, amigo mío, con sus nombres están hechas las
viejas relaciones militares, de Flandes a Berbería, de las Indias a la
costa turca. Los oprimidos vascos fuisteis –extraño síndrome de
Estocolmo, el vuestro– protagonistas de todas las empresas españolas
por tierra y mar desde el siglo XV en adelante. Ése fue, entre otros
muchos, el caso de los capitanes de galeras Iñigo de Urquiza, Juan
Lezcano y Felipe Martínez de Echevarría, del almirante Antonio de
Oquendo, su padre y su hijo Miguel, o de tantos otros embarcados en las
galeras del Mediterráneo o en la empresa de Inglaterra. Las relaciones
de Ibarra, Bentivoglio, Benavides, Villalobos o Coloma sobre las
guerras del Palatinado y Flandes, los asedios, los asaltos con el agua
por la cintura, las matanzas y las hazañas, las victorias y las
derrotas, hasta Rocroi y más allá incluso, están salpicadas de tales
apellidos, sin olvidar las guerras de Italia: en Pavía, por ejemplo, un
rey francés fue capturado por un humilde soldado de Hernani, en el
curso de una acción sostenida por tenaces arcabuceros vascos. Y te doy
mi palabra de honor de que aquel día todos gritaron, hasta enronquecer,
Cierra, España: voz que, en realidad, no tenía significado
ideológico alguno. Sólo era un modo de animarse unos a otros –eran
tiempos duros– diciéndole al enemigo de entonces, fuera el que fuera:
Cuidado, que ataca España.
Así que ya ves, amigo mío. No inventé nada. El único invento es el negocio perverso de quienes te niegan y escamotean la verdadera Historia: la de tu patria vasca
–«La gente más antigua, noble y limpia de toda España», escribía en 1606 el malagueño Bernardo de Alderete– y la de la otra, la grande y vieja. La común. La tuya y la mía.