"Cléber Santana y Fabiano Eller son realidades".
No, vamos a ver, la historia es así...
Aguirre entra una mañana en el estadio, en el vestuario, y se encuentra a Fabiano Eller. No entiende nada, no sabe quién es ese tipo. Nunca lo ha visto, no conoce su nombre. De hecho, ni siquiera lo esperaba: tras las lesiones de varios volantes (Petrov, Galleti, Miguel), él pidió otro, pero aparece un central. Mira a los lados, pero todo el mundo se comporta como si ese tipo fuera real. Aguirre está a punto de tocarlo con sus dedos, para cerciorarse de si es un futbolista o una alucinación, pero el inquietante aspecto del individuo le echa atrás. Así que, consciente de que una negativa a la directiva le puede costar el puesto, y ante la duda de que se trate o no de un ectoplasma, opta por hacer como si todo fuera normal, y no dice nada. Incluso le alinea en ocasiones. Pero en el fondo de su ser, él no puede creer que ese jugador exista...
Cuando ya ha conseguido superar ese shock, el año acaba y comienza una nueva temporada, la historia se repite: otro ser estrafalario, de origen desconocido y necesidad ninguna, asoma por los vestuarios, por las canchas de entrenamiento. Le llaman al pasar Cléber Santana. Cuando llega, habla con el otro ser en la misma lengua desconocida. Javier Aguirre piensa que eso ya lo ha vivido: pero mira a su alrededor, y ve que los demás se comportan con normalidad. Intenta tirar de la lengua a algunos de los presentes, y parece ser que han visto cosas incluso peores: le hablan de patos, de pollos... "¿Y qué hicieron con ellos? ¿Los sacrificaron?" "Bueno, ya no están entre nosotros." El mexicano mira a los dos extraños entes, y su aspecto le confirma en sus miedos: quizá el vudú tenga que ver con todo esto...
Aguirre no puede más. Él ya ha visto demasiado en este club. Ha visto un portero con nombre de Pokemon, ha visto un 9 con mechas que probablemente fuera el tercer milagro de Fátima... Su mente se quiebra, y ríe (su risa constante no es de seguridad ni de simpatía: es la antesala de la locura), pierde el oremus, descuida los entrenamientos, las jugadas a balón parado, hace cosas raras con las alineaciones... En otro club, esa pérdida de cordura llamaría la atención, pero tiene suerte: está en el Atlético de Madrid. Tiene miedo a llegar a un nuevo entrenamiento por la mañana, y encontrarse otro ente: quién sabe... quizá el fantasma de un futbolista de tiempos remotos, con camisa de cuello acordonado, venda en la cabeza y balón con correa... quizá Bruce Willis...
Este miedo se acentúa en el mercado de invierno (se acuerda de los fantasmas de Navidad de Dickens), y él ya no puede más. Además, se producen extraños acontecimientos en el campo... Cléber Santana mete goles en propia puerta... Eller se manifiesta en toda falta o penalti posible... Aguirre quiere hablar con Iker Jiménez, pero un error en la centralita de las oficinas del club le pasa la llamada al despacho de García Pitarch: que no está, pero el servicio de desvío de llamada le localiza en Valencia. Pitarch le sigue la corriente, le da la razón como a un loco, y nada más colgar llama a su jefe para pedir su destitución. Pero el jefe tiene un subidón de Sumial y no coordina, así que no pasa nada.
Mientras tanto, Aguirre hace acopio de fuerzas y, antes de saltar al campo en un entrenamiento, se acerca a los dos entes que él cree preternaturales. Estos le miran inquietos (pero como el aspecto de ambos ya de por sí es inquietante, nadie lo nota). El mexicano acerca su mano temblorosa a ambos... ¡y los toca! ¡Los toca! ¡Son reales! Entre la opción de que ambos fueran futbolistas brasileños o seres fantasmales, y visto lo visto en el césped, Aguirre pensaba que la más realista era esta última. Pero no: son reales.
Y con esa risa del que está privado del juicio, Aguirre sale a la grada y se encuentra con el periodista del Marca. "¡Son reales! ¡Cléber Santana y Fabiano Eller son realidades!" Y ríe... ríe...
Pero el periodista del Marca no entiende el motivo.
Ya casi ni me queda coraje, ni me queda corazón.