¡Vaya vallas!
Gatillazo de Dayron Robles, lesión de Susanna Kallur, caída de Josephine Onyia: la expectación, desbordada por los incidentes
C. A. - Valencia - 09/03/2008
Vota
La
carrera que debería ser estelar se quedó en un gatillazo, unas lágrimas
sobre un medallón de oro y un intento de abrazo. La carrera que debería
ser la del récord del mundo y la del nacimiento de una nueva estrella
hispano-nigeriana acabó con una lesión previa, con una caída en la
última valla y con otro manantial de lágrimas.
Liu salió tan rozando el nulo que Robles se frenó. Tarde se percató de su alucinación
Onya ya estaba en el podio, pero tropezó y cayó: suelo, llantos, amargura
A la sueca Susanna Kallur, que recientemente ha batido el record del
mundo de los 60 metros vallas, se la esperaba en Valencia no sólo para
que ganara su primer título mundial, sino también para que volviera a
batir su plusmarca. Se quedó en el camino. Una lesión en los
isquiotibiales sobrevenida después de comer, cuando se preparaba para
la semifinal, dio cuenta de ella. La noticia, triste, dejaba, sin
embargo, un hueco más grande para las posibilidades de Josephine Onyia,
la heredera hispano-valenciana-nigeriana de Glory Alozie que había
asombrado en la serie matinal (7,84s, a una centésima del récord
nacional de Alozie), lo que hizo exclamar al entrenador de ambas,
Rafael Blanquer: "Se ha pasado. En el calentamiento, la he tenido que
frenar porque es tan impulsiva que sólo sabe hacer todo a toda
velocidad. A ver si esto no le pasa factura para llegar a la final". No
se la pasó. Llegó a la final y, aunque salió fatal e impulsiva como es,
Onyia, de 21 años, a falta de una valla, ya estaba en el podio. Pero la
última valla, la quinta, fue fatal. La pisó y tropezó. Suelo, llantos,
amargura. Ganó la estadounidense Lolo Jones con 7,80s. La plata de su
compatriota Candice Davis valió sólo 7,90s.
Liu Xiang emprendió
hace una semana en China su aventura española con dos objetivos: ver de
cerca al fabuloso Dayron Robles, su rival más temido en Pekín, que se
ha pasado el invierno rompiendo el cronómetro -el cubano se acercó a
tres centésimas del récord mundial y registró nueve de las once mejores
marcas del año en los 60 vallas-, y competir con él, sentir su aliento,
ver cómo reaccionaba a su cercanía; y, además, para mejorar su salida y
la primera fase de la prueba, los ocho pasos que le llevan a la primera
valla, la parte más débil del plusmarquista mundial de los 110 vallas.
Ambos objetivos, sin embargo, se demostraron incompatibles en la
brillante pista cubierta valenciana en una primera ronda en la que los
jueces habían colocado a los dos cracks de las vallas altas no
sólo en la misma serie, sino al lado, en calles contiguas. Y ahí radicó
el problema: Liu salió tan bien, tan rozando el nulo, un muelle
disparado a sólo 105 milésimas del disparo de salida -el tope mínimo es
100 milésimas-, que, a su derecha, Robles, un chaval de 21 años, la
gruesa cadena de oro al cuello iluminando el pabellón, las gafas de ver
pulidísimas sobre sus ojos, creyó haber vislumbrado una salida nula y
frenó su esfuerzo nada más salir de los tacos. Tarde se dio cuenta de
su alucinación y el resto de la carrera, de los apenas 8s que ocupó el
suceso en la mañana, fue una pesadilla convertida en realidad: los
demás competidores, el tren de la vida, se escaparon inevitablemente y
el atleta de Guantánamo, después de esperar inútilmente un segundo a
que alguien le dijera que no se preocupara, que no era sino una
pesadilla, se echó a correr como loco para tratar infructuosamente de
cogerlo. No era un mal sueño: cruzó la línea Robles y se derrumbó
lloroso, las manos sobre la cabeza. Liu, que se sentía culpable -"creo
que salí demasiado rápido y se desconcentró, pensó que era salida
nula", dijo el as chino-, intentó consolarle con golpes en la espalda.
Imposible. Como un niño rabioso, Robles se sorbió los mocos, se quitó
la camiseta, lució torso y desapareció de escena. Llevaba en la cabeza,
por lo menos, otro argumento para una charla con su psicólogo para
cuando regrese a su base; una charla ya repetida, por otra parte: hace
un par de semanas, en París, sufrió un lapso de concentración similar.
Creyó oír un silbato nada más salir y se paró en seco en un mitin.
La
abstracción fatal de Robles abrió dos puertas, la de un título con el
que Liu no contaba y que finalmente sería una primicia -había sido
bronce y plata antes en pista cubierta, nunca oro: lo ganó con 7,46s- y
la posibilidad de que el hispano-ecuatoriano Jackson Quiñónez alcanzara
el podio. Capacidad demostró desde por la mañana: el atleta que vive en
Lleida fue el más rápido en las series, con 7,58s. Pero, mientras su
rendimiento fue a la baja con el paso del tiempo, el de sus rivales -el
increíble Allen Johnson, de 37 años y plata con 7,55s, los chicos del
Este Borisov y Olijars, bronce compartido con 7,60s- fue para arriba.
Quiñónez terminó el séptimo, con 7,66s.