[por Rubén Uría]
Érase una vez, allá por los sesenta y los setenta, un señor que, de haber nacido en Inglaterra, habría sido condecorado y nombrado ‘Sir‘ por Su Majestad La Reina.
Aquel señor, amable, cortés, educado y discreto, disparaba las
ilusiones del alma cuando vestía calzones cortos. Dibujaba goles
imposibles, bajaba de las nubes pelotas inverosímiles, y surcaba los
cielos con vuelos sin motor que enardecían a todo un país. Aquel señor
llevaba bordado a mano, en el pecho, un oso y un madroño, cosido a la
espalda un número, el nueve, y jugaba como delantero centro del Atlético de Madrid. Un equipo que entonces, no andaba pendiente de si a su estrella se la llevaba un grande, porque entonces el Atlético de Madrid
era un grande. Aquel señor, el yerno deseado por todas las madres, el
tipo al que uno siempre le pediría un autógrafo, el hombre al que uno
siempre le le compraría un coche de segunda mano, aquel señor era una
forma de vida, la caballerosidad. Aquel señor, de estampa inmortal y
huella imborrable, se llama José Eulogio Gárate. Aquel señor, que coleccionaba moratones en sus piernas y goles como soles en sus pies, era El ingeniero del gol.
Aquel señor era, es ha sido y será el protagonista de las
conversaciones familiares, de las herencias de padres a hijos, donde el
niño le pide a su progenitor que le cuente, otra vez, ese cuento tan bonito, donde Gárate disciplinaba a las musas. Aquel señor es el último gran héroe para la hinchada del Atlético de Madrid, y sigue siendo el primer caballero del fútbol español.
Aquel señor es sinónimo de la palabra elegancia. Ayer jugaba con
esmoquin, hoy camina por la vida vestido de frac. Es la historia de José Eulogio Gárate, el primer caballero.
Hijo de argentinos, y nacido en el cinturón bonaerense de Sarandí,
la familia de José Eulogio se trasladó a España, al País Vasco, por
motivos laborales. Allí, el ‘pibe’ de los Gárate creció en Eibar,
recibió su educación en las Mercedarias y comenzó su andadura futbolística en los juveniles del Eibar, equipo en el que permaneció hasta que alcanzó la mayoría de edad. Cuando José Eulogio cumplió los dieciocho años de edad, y mientras estudiaba ingeniería en Bilbao, un conjunto local de Tercera División decide apostar por él como delantero centro. Aquel equipo era el Indauchu, un equipo amateur en el que Gárate pudo completar el rodaje de su motor como goleador elegante. Fue entonces cuando Fernando Daucik
- un mito viviente de los banquillos de Athletic y Atlético de Madrid-,
entonces técnico del Indauchu, quedó prendado de la calidad técnica de
aquel estudiante de ingeniería que había nacido en Argentina. Tanto,
que decidió apostar por Gárate y le preparó una prueba para que le
echaran un vistazo los ojeadores del Atlético de Madrid, que no
atravesaba una buena etapa financiera y que necesitaba agudizar el
ingenio para reclutar nuevos talentos. Así, en 1966, gracias al ojo
clínico de Daucik y al amén de otro ilustre de los banquillos, Domingo Balmanya, el Atlético de Madrid
hacía oficial la contratación de José Eulogio Gárate para el primer
equipo. Cuando le firmaron el contrato, los dirigentes del Atlético
pensaron que habían fichado a un buen delantero. Andaban equivocados.
De medio a medio. Con el paso de los años, Gárate no sólo sería un buen
delantero centro para el Atlético, sino que se convertiría en el mejor
‘nueve’ de toda la historia del club, y en una bandera para el fútbol
español.
A caballo entre los finales de la década de los sesenta y hasta bien entrados los años setenta, el Atlético de Madrid
viviría días de vino y rosas. En torno al calor de los regates y los
remates imposibles de Gárate crecieron varias generaciones de talentos
que hicieron del Atlético no sólo uno de los equipos más fuertes del
país, sino uno de los más grandes de Europa. Con Gárate como estandarte
del fútbol de altos vuelos, entre los sesenta y los setenta, el
Atlético cimentó una leyenda rojiblanca de gloria, goles y contragolpe.
Primero con gestas esculpidas en oropel, con nombres propios como Adelardo, Collar o Luis Aragonés. Después, con partidos épicos, de fútbol total y de historias con letras de oro, escritas con pie y letra de genios como Irureta, Leal, Salcedo o Reina. Con José Eulogio Gárate como estandarte del fair play, de la elegancia y del fútbol en estado puro, el Atlético estiró el chicle de su grandeza hasta desplazar al Real Madrid y al Barcelona.
Con Gárate como santo y seña, la afición del Atlético vivió el mejor
momento de su historia, con equipos de fútbol generoso, eléctrico y
casi aristocrático cuando de tocar la pelota se trataba. La era Gárate
se saldó con 3 Ligas, dos Copas del Generalísimo, un subcampeonato de
Europa y una Copa Intercontinental de Campeón del Mundo de Clubes. Con
Gárate como referencia, como acto de fe en el área, como filosofía de
vida, la afición del Atlético vivía esbozando una sonrisa de oreja a
oreja. El nueve inmortal de los rojiblancos, El Ingeniero del gol, fue el delantero centro que hizo soñar al Manzanares durante once años, el que logró llenar de ilusión el Paseo de los Melancólicos y el que consiguió que toda España le tuviera, allá donde estuviera, tanto respeto como cariño y afecto.
Con el ‘9′ a la espalda y el oso y el madroño en el pecho, José
Eulogio Gárate - que de haber sido inglés habría sido nombrado ‘Sir’
Gárate- consiguió ser tres veces el máximo realizador de la Liga, y
anotó 109 goles en 241 encuentros. De postre, adornó su repleto
currículum deportivo siendo el delantero centro titular de la selección
española de fútbol, donde su elegancia con la pelota en los pies creó
escuela, hasta el punto que los niños de la época, fueran o no del
Atlético, jugaban a ser Gárate.
La magia de José Eulogio se acabó en la final de Copa de 1976, en un partido a cara de perro ante el Real Zaragoza,
y en el que Gárate anotaría un gol de cabeza lanzándose en plancha que
fue ovacionado por el Bernabéu durante cinco minutos. Sin embargo,
Gárate acabaría abandonando el terreno de juego después de sufrir una
entrada de Heredia, cuyos tacos dejaron una herida en la
rodilla de Gárate. Jugadores, prensa y aficionados no concedieron
demasiada trascendencia a aquella patada. Habían visto cómo el buenismo
de Gárate, la elegancia del gol, había soportado estoicamente multitud
de golpes, patadas, codazos y zancadillas. Aquella patada del jugador
del Zaragoza no debía tener nada de particular, y en principio parecía
otra más de esa ingente legión de moratones que las piernas de José
Eulogio coleccionaban. No fue así. Gárate no olvidaría aquella patada
durante el resto de su vida. Después de recibir aquel golpe, el ‘nueve’
de España no volvió a ser él mismo. El partido ante el Elche lo
confirmaría. En ese choque, El Ingeniero del Gol reaparecía, pero no se
sentía cómodo y notaba cómo aquella rodilla no terminaba de funcionar
como antes. Los médicos del Atlético le aconsejan que se someta a
tratamiento facultativo, y José Eulogio Gárate, que ya albergaba dentro
de sí mismo el peor de los presagios, acabó por retirarse del fútbol de
manera prematura. Su vieja herida de la final copera ante el Zaragoza
nunca llegó a cicatrizar del todo, y un hongo acabó por afectar su
rodilla de manera inevitable. El maldito hongo, conocido como Monosporium Apiospermum,
había devorado la rodilla del mejor delantero del fútbol español que,
entre lágrimas, trataba de asimilar que debía colgar las botas antes de
tiempo. El Atlético de Madrid, que había fichado a dos monstruos del
jogo bonito como Pereira y Leivinha, se quedaba sin su bandera, sin su emblema, sin su corazón. Todo, por un maldito hongo de nombre impronunciable.
- El hongo, al parecer, se introdujo en mi rodilla por una herida en un lance del juego, y me la infectó. - confesó años más tarde Gárate-
Luego, al parecer, las infiltraciones de cortisona hicieron de caldo de
cultivo de esa espora y no paró de desarrollarse. Me traumatizó mucho
aquello: no pude volver a jugar jamás
José Eulogio Gárate, El Ingeniero del Gol, se despedía del área por un capricho del destino.
Por una vieja herida. Por un golpe de mala suerte, aunque los médicos
incluso pensaron que su caso pudo haber sido mucho peor, ya que Gárate
estuvo en peligro de muerte. Según llegaron a publicar diarios como ABC y El País,
como mal menor, el delantero corrió el riesgo de padecer para siempre
una enfermedad renal, a causa del abuso de antibióticos que hubo que
administrarle para combatir el hongo que le consumía una pierna. Fueron
los momentos más duros de la vida de Gárate, en los que incluso se
llegó a especular con que debía amputarse el miembro enfermo. El hongo,
el maldito hongo del nombre kilométrico e impronunciable, le había
partido la ilusión en dos, y le había dejado el alma rota en mil
pedazos. Sin embargo, Gárate logró escapar con vida de aquel misterioso
hongo y, aunque tuvo que retirarse del fútbol, logró regatear a la muerte.
Días más tarde, con las muletas como compañeras de viaje, el
caballero de la cancha, José Eulogio Gárate, se despedía de su afición
en un partido homenaje donde jamás afición alguna ha entregado tanto
cariño a jugador alguno. El Manzanares se llenó para ver el partido
entre el Atlético de Madrid - que acababa de ganar la Liga- y una selección del País Vasco.
Gárate, emocionado, roto por dentro, aparecía con los ojos resecos de
tanto llanto. Esta vez, el Ingeniero del Gol no derramaba lágrimas de
amargura, sino de felicidad. El público del estadio Vicente Calderón
rindió tributo no sólo a un delantero centro espectacular, goleador y
elegante, sino a un ser humano de los que, cuando nacen, acaban por
romper el molde. La afición del Atlético, aquel día, fue la sangre que
latía por las venas del corazón del que hasta entonces había sido su
‘nueve’. Aquel día se agolparon en las gradas del Manzanares, a la
orilla del río, sesenta mil almas. Todas se unieron, a coro, en un
grito unánime, desgarrado, agradecido, de tres sílabas: ‘Gá-ra-te, Gá-ra-te, Gá-ra-te….’.
Aquel día, no sólo acudieron hinchas del Atlético al estadio.
Abrumados por la tragedia deportiva de José Eulogio, hasta el
Manzanares acudieron hinchas del Betis, del Sevilla, del Rayo Vallecano
y muchos, sí, muchos, del Real Madrid. Ésa fue la gran cualidad
de Gárate. Su mejor secreto. La clave de su éxito. El caballero de la
cancha, Gárate, fue tan temido como respetado. Tan admirado como
querido. Por su afición, y por sus rivales. Aquel día, el reloj de
España se detuvo por un instante. Aquel día, la noche que Gárate lloró
en una mezcla de rabia y felicidad, de impotencia y de alegría, España
entera lloró con el nueve del Atlético de Madrid. Aquel día, todos fuimos Gárate. Hasta los que nunca tuvimos la suerte de verle jugar.
Aquella noche, el adiós de José Eulogio Gárate hizo un poco más pequeño
el fútbol, y nos robó una pequeña parte del corazón. Con la muerte
deportiva de Gárate, una parte de la elegancia del fútbol había muerto.
Era cierto, porque se iba antes de tiempo el goleador implacable, un
delantero de seda, pero la retirada de Gárate dejaba la estela
imborrable de su recuerdo. Una huella que se grabó en los corazones de
los aficionados, fueran del equipo que fueran. Una filosofía de vida. La del juego limpio.
La del caballero de la cancha. La del tipo que no celebraba los goles
para no ofender a los contrarios. La del que se disculpaba con los
porteros rivales. La viva imagen de su injusta expulsión por parte del
malogrado árbitro Guruceta. La del delantero ejemplar y
modélico. La estela imborrable del recuerdo de un señor que era
respetado porque respetaba. La imagen inmortal del yerno deseado por
todas las madres. Del hijo pródigo de la afición del Atlético de
Madrid. La estela del recuerdo imborrable de un cromo que nunca pasará
de moda. Gárate fue ése al que temían muchos, pero al que querían todos.
-Yo fui respetado porque respetaba - sostiene Gárate- No
iba a la guerra, iba a jugar al fútbol. Y siempre lo he entendido como
un juego, respetando al contrario. Me pegaron mucho, es cierto, pero
nunca devolví una patada.
José Eulogio Gárate fue la púrpura del regate, la elegancia en el área y el gran gentleman del fútbol español. El Atlético de Madrid, cuyo ADN histórico han erosionado demasiados gilistas y demasiados delanteros de fogueo, tuvo años de grandeza. Hoy, el Atlético, que vive en el calendario de grandeza en el año 31 después de Gárate, asido al talento del Kun Agüero
y a los desmanes de los dueños del cortijo de la Sociedad Anónima, aún
sigue recordando al caballero de la cancha. A un tipo sencillo, de
barrio, educado, cortés, amable y goleador, cuyo nombre de guerra era El ingeniero del Gol.
A día de hoy, el Atlético de Madrid sigue inmerso en una catarsis
social, donde mientras unos prostituyen y negocian, otros se rinden al
halo de la mística y a esa especie de desasimiento de lo material. Sin
embargo, en lo más alto del santoral de la afición del Atlético, José
Eulogio Gárate sigue caminando sobre las aguas. Levita sobre los
tiempos. Sobre la memoria y sobre los corazones. Gárate fue el último
gran héroe del Atlético de Madrid, y el primer caballero del fútbol
español. La modestia, con el nueve a la espalda, que ganó al corazón. José Eulogio Gárate, hoy, sigue siendo ese cromo que jamás estará ‘repe’ en ninguna colección.