Uno de mis momentos favoritos de la historia del fútbol. Hacer lo que hizo este hombre y en el momento que lo hizo es sublime.
El
20 de junio de 1976, Antonin Panenka (Checoslovaquia, 1948) entró en el
imaginario colectivo como el futbolista más irreverente de todos los
tiempos. Con el Pequeño Maracaná de Belgrado entregado, el
centrocampista del Bohemians, diplomado en Hostelería, tumbó a Alemania
desde los 11 metros (2-2; 5-3 en los penaltis) en la final de la
Eurocopa con un gol inaudito. Panenka picó suave el balón por el centro
de la portería de Maier, que, incrédulo y vendido a su izquierda, vio
cómo lo festejaba con los brazos en alto cuando el balón estaba a medio
camino.
Pregunta. ¿No fue un poco kamikaze?
Respuesta.
Fue, básicamente, una idea bonita. Empecé a practicar aquel disparo dos
años antes de que arrancara la Eurocopa. En la Liga, en amistosos, con
Austria, por Suramérica... En total, debo de haber marcado 30 o 35
penaltis de esa manera. Sólo fallé uno. Una vez, contra Francia, marqué
en un partido de clasificación para la Eurocopa, con Dropsy de portero.
Un diario francés escribió Panenka, poeta del fútbol.
P. Así que de espontáneo no tuvo nada.
R.
Para nada. No sé por qué, pero dos meses antes de la Eurocopa estaba
seguro de que tocaría una tanda de penaltis. Y desde ese mismo momento
tenía decidido lanzarlo así. Lo importante es hacer creer al portero
que vas a chutar normal. Hay que engañarlo con todo: con la mirada, con
el cuerpo, con la forma de correr... Yo ensayaba cada dos días.
P. Iban 2-0, pero Alemania les empató en el minuto 90 y forzó la prórroga con un gol de Hölzenbein.
R.
¡Ja, ja, ja! ¡Sííí! Ahora, me puedo reír. Porque, claro, a mí me vino
de perlas... Íbamos ganando por 2-0 y tuvimos una ocasión clarísima.
Pero un delantero nuestro falló ese gol, que estaba cantado, y nos
empataron sobre la hora.
P. Un empate en el último minuto. Qué alemán, ¿no?
R. Los alemanes no juegan nunca hasta el minuto 90. Juegan hasta el minuto 100.
P. ¿Y cómo no se vinieron abajo ustedes?
R.
Nuestro objetivo era llegar a los penaltis porque nos sabíamos
psicológicamente con ventaja. La presión iba a ser para ellos. Aunque
en las semifinales también habíamos jugado la prórroga contra Holanda
(3-1), no estábamos cansados. ¡Estábamos pletóricos! Con un estado de
ánimo así, juegas tres días seguidos. Pero tampoco nos engañemos:
llegamos al torneo sin perder en 20 partidos.
P. En los penaltis tenía delante a Maier, que no era un cualquiera...
R. Ya.
P. ¿No estaba nervioso?
P.
Cuando me aprestaba a lanzar, no estaba seguro al ciento por ciento de
que marcaría. ¡Lo estaba al mil por ciento! En el punto de penalti me
sentía feliz.
P. ¿Sabían sus compañeros que lanzaría así el penalti?
R.
Todos los sabían. En Belgrado compartía habitación con Viktor, nuestro
portero. Él me imploraba: "¡Antonin, no puedes lanzar el penalti así.
Es un momento demasiado importante!". Me amenazó con dormir en el
pasillo. Pero luego me perdonó.
P. ¿Cómo es posible que los alemanes no conocieran sus intenciones cuando eran tan populares?
R.
No sé si le habría servido de algo a Maier. Viktor sabía cómo me las
gastaba y, aun así, tres semanas antes de la Eurocopa, le marqué uno
igual.
P. El propio Maier llegó a decir que era una obra de arte.
R.
Hubo periodistas que me criticaron por convertirle en un payaso. No era
mi intención burlarme de Maier. Simplemente, fue el camino más corto
hacia el gol. Si tiras con violencia, existe el peligro de que el
portero reaccione con un reflejo. Que saque una mano, vamos. Si sale
volando, no hay vuelta atrás.
P. ¿Era más fácil marcar así en sus tiempos o ahora?
R. ¡Antes! Las reglas no le permitían al portero moverse. Ahora pueden correr de un lado para otro.
P. Según Pelé, aquel penalti sólo podía ser la obra de un genio o de un loco.
R. Me encanta el comentario. Pero soy una persona muy normal.
P. ¿Fue un revolucionario?
R.
Me debía al espectador. Mi obsesión era hacerlo disfrutar. Hice grandes
goles, di grandes pases. Ahora, decir Panenka es decir penalti, lo cual
me molesta un poco porque es como si todo lo demás hubiera caído en el
olvido. Pero me siento dichoso de que mi idea no haya muerto.