Simão, joyita portuguesa
Llegó a uno de los Barcelonas más pequeños de la historia y salió del Camp Nou por una puerta tan pequeña como la que le ponen a los críos para que accedan a las tiendas Imaginarium. Demasiado tempranera el aterrizaje de una joyita portuguesa a un escaparate más exquisito que Tiffanys. Sólo tenía 20 años -y el Barça con sus kilométricas bandas y sus mayestáticas gradas- se le hizo bola (luego a Quaresma le fue mucho peor). Apenas coincidió un año con la alargadísima sombra de su compatriota Luis Figo, influjo que quizá nunca pudo sacudirse del todo. Regresó donde muere el Tajo para renacer como pelotero. Con el Benfica afiló sus zig-zags por la banda, se sacudió complejos y se cosió el brazalete de la Selección vecina, justo cuando Figo entonaba el canto del cisne al lado de ese cisne dorado llamado Helen Swedin. Su descollante paso por una campeonato de Serie B (por mucho que el Oporto renazca cada temporada en Europa) valió para que el Atleti aflojara más de 20 millones de pavos por sus servicios en 2007. Cerezo le saludó como el mejor jugador portugués del momento, lisonja incierta e hiperbólica más cuando un imberbe Cristiano Ronaldo ya andaba descosiendo las mallas con el Manchester.
Desde entonces, 84 entorchados y un buen puñado de goles con la lusa. Simao tampoco tuvo nunca el slalon ni el dribling de Paulo Futre ni su carisma, pero ha tenido una carrera más regular (menos lesiones) y ocupa un estimable lugar de honor en la historia del balompié vecino. Ahora se marcha a la liga turca para disfrutar de un retiro de incienso y mirra en el Cuerno de Oro. Hablando de metales preciosos, el pasado lunes, Simao estuvo arropando a García Pitarch en la presentación de Ceylan 1943, la marca de alta bisutería que pretende relanzar Luis Medina, hijo de la eterna Nati Abascal. Suso es accionista de esta empresa familiar y valenciana, él tan especializado en traer cada año alhajas a las que hay que llevar a mil expertos para calibrar su autenticidad.
A la hora de ponderar trayectoria, ahora que enfila la T4 caminito de Estambul, en la banda del Calderón ha sido intermitente su talento y a ratos ha parecido gripado su motorcito. Se le recordará por algún gol de falta (pudieron ser más) y el pase a la red que dio a Agüero en el segundo gol contra el Inter en la final de la Supercopa. Su amistad con el indescifrable Forlán no ha hecho sino amplificar los recelos y recordar demasiadas veces la desproporción de su rendimiento en comparación a su altísima ficha. Hoy, probablemente, jugará su último match en Liga como rojiblanco (y agradeciendo su aportación a clasificaciones de Championes y a los dos títulos que frenaron una sequía extrema, molto obrigado Sabrosa), quedará la duda de en qué vitrina de la nuestra historia colocar a Simao: en la de raras joyas en bruto que pudieron ser diamantes, o en la alta bisutería que refulge y saca del apuro en fiestas menores.
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