Marrón en casa del Dragón
jue mar 12 00:31
Forlán suplente. Ese fue el mensaje de Abel al prójimo. Uno de esos asesinatos al sentido común que la people no perdonaba a Aguirre,
pero que pasa de puntillas a Resino. Para ese viaje no hacían falta
esas alforjas, así que la hinchada rojiblanca volvía a ser condenada a
aceptar el papel de sufridora en casa. Con el trasero de Forlán pegado al banquillo y el Kun como único asidero para la ilusión,
al personal del Atlético le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo.
El guión exigía que el Atlético fiara su destino a su pegada, no a un
ataque de entrenador. Pero en vez de cambiar fuego por fuego en casa del Dragón, el Atlético jugó a echar un balde de agua a su suerte.
La suplencia de Forlán era una tentación para el enemigo, una
invitación al sufrimiento colchonero, una ración de masoquismo
innecesario, y sobre todas las cosas, una profecía para el devenir del
partido. Todo acabaría en una lenta agonía. Así fue.
Marcado por una tendencia conservadora, el Atlético salió a verlas venir.
En quince minutos, apenas salía de su propio campo. La pelota era sólo
del Oporto. Atrás, Perea podía con Lisandro y Pablo contenía a Hulk. En
el medio, el Atlético perseguía balonazos. Y arriba, el Atlético no
tenía nada. Entre otras cosas, porque Kun estaba más sólo que Robinson Crusoe.
Porque Crusoe tenía la compañía de Viernes. Pero este miércoles, el
Viernes de Agüero, Forlán, era carne de banquillo. Pese a todo, Kun
agarró una pelota con nieve, se embaló en un eslálom para dejar atrás a
un zaguero, se metió en el área, frenó y quebró una cintura. Levantó la
cabeza y puso una pelota en el espacio. Maxi, que tuvo menos fe que un
agnóstico en misa, llegó un mundo tarde. Con ese latigazo del Kun en la memoria, el Oporto pidió árnica y se llegó el descanso. El miedo era libre. Para ambos.
Segundo acto. A treinta y cinco minutos del final, Forlán pisaba el verde. Maxi
torció el gesto, juró en hebreo y se marchó del campo....andando. Quizá
le importaba un bledo que su equipo estuviera eliminado. Un
par de chutazos lejanos de Forlán y dos galopadas de Sinama después, el
Atlético se vino abajo. Especialista en contrasentidos, bastardeó la
pelota y se desplomó como un saco de patatas. Abúlico, sin voluntad,
sin espíritu, se entregó. Se aculó en tablas, se arrugó ante las embestidas del increíble Hulk y no fue capaz de armar tres pases de cierta coherencia. Tal fue el desastre del Atlético, que si un marciano hubiera caído en ese instante en Do Dragao, habría sacado la conclusión de que era el Oporto el que necesitaba marcar y el Atlético, el que defendía su renta.
Apocado, impotente, el Atlético estaba fuera de control. El Oporto metió la quinta y pudo hacer una sangría. Cuatro manos antológicas de Leo Franco, un travesaño, un poste y un par de penaltis no pitados debieron haber sido más que suficientes para que Abel y su equipo se arrancaran la careta en un segundo tiempo infame.
Minuto a minuto, segundo a segundo, el Atlético acabó lastrado y contra
las cuerdas. Primero por su calamitoso partido del Calderón; segundo,
por la decisión de Abel; tercero, por su falta de fútbol en el centro
del campo; y cuarto, por su falta de ambición, acaso el pecado más
censurable y reprochable. El árbitro pitó, el milagro no llegó y el
Atlético se cayó.
Con el cadáver de Javier Aguirre todavía caliente,
alguno creyó el cuento de los qeu se autodenominan atléticos de toda la
vida, de los carnés de buenos y malos colchoneros e incluso, de que el
problema del Atlético era que faltaba gasolina. Pero como el fútbol no
tiene trampa ni cartón, el Atlético regresaba a su kilómetro cero en Do Dragao.
Han sido muchos los que han descorchado el cava antes de tiempo después
de ganar al Barcelona y dejar buena imagen en el Bernabéu, pero si los
entrenadores son hijos de los resultados, el Atlético está justamente
donde lo dejó Aguirre. Abel, contra el que quien esto escribe no tiene
absolutamente nada, decía tener remedio para los males del Atlético.
Una defensa adelantada, unas bandas implicadas y recuperar el tono
físico con más gasolina. En casa del Dragón, la zaga del
Atlético vivió con el culo en la cara de Leo Franco, sus bandas fueron
dos postes de madera y el tono físico del equipo no debió dar para
mucho más de lo que daba con Aguirre (de lo contrario, Forlán habría
sido titular, imagino).
El abelismo militante y los periodistas corifeos se las prometían felices.
Refrendado por ganar al Barcelona y por empatar en el Bernabéu, más de
uno quiso brindar por Abel. Después de esta noche, muchos atléticos
habrán vuelto a poner la botella a enfriar. El Atlético juega con los
mismos de antes, con el mismo sistema de antes, tiene los viejos
defectos de antes y el Kun sigue tan sólo como antes. Será que el
cáncer del Atlético jamás se ha sentado en el banquillo. Será que
habita más arriba, en el desván. Más arriba del banquillo, en el palco.
El lugar desde el que echaron a Aguirre. Desde donde ficharon a Abel. El sitio desde el que seguirán condenando al Atlético a pasar las de Caín.
A
uno le habría gustado escribir que el Atlético lo intentó, que perdió
la eliminatoria en el Calderón, que tuvo ocasiones en Do Dragao, que
tuvo gasolina, que el árbitro le perjudicó o que El Oporto fue un
indigno clasificado. Pero a uno no le pagan por apasionarse. Ni por
mentir. En casa del Dragón, el Atlético consumó el marrón.
Rubén Uría / Eurosport
http://es.eurosport.yahoo.com/futbol/ruben-uria/article/544/