Aquí el problema de muchos es la idolatría estúpida, que les lleva a caerse de un guindo y llorar. Simeone no es Dios, ni Mi Pastor, ni infalible, ni el guardián de las Esencias, ni el milagrero que nos salva de la muerte a pellizcos. Es uno de los mejores entrenadores del mundo, de un nivel muy superior al de la directiva del club que le contrata. Cobra como tal por eso mismo: porque es muy bueno, y porque salva con su figura y éxito al más ambicioso trepador de la lista Forbes, carachaflán, de manera que se suba el sueldo cada año mientras arruina al club sumergiéndolo en deuda impagable. Simeone no es un aficionado, y usa a la afición como una herramienta más para alcanzar objetivos: en el campo dirige una orquesta que si afina bien, ayuda mucho. Pero tampoco le gusta que esa afición le marque límites, y se revuelve cuando se encuentra rebeldía inesperada (como con Torres, otra figura de gran peso; como cuando discuten a Griezmann, al que tiene en gran estima). Simeone es un enfermo competitivo, no soporta perder, a un nivel muy superior al de ningún aficionado -nos duele, pero asumimos que perder y seguir ahí para el equipo es parte de lo que nos hace querer al Aleti, y por eso algunas de nuestras mejores páginas emocionales como club se han escrito en la derrota-. Y creo que piensa sinceramente que en el trampas, aparte de todas las ayudas, algo tienen, que existe ese gen competitivo y ganador merengón, y se obsesiona con encontrarlo. Y cree en la fé del converso, claro, si él como jugador jugó en muchos sitios y en todos fue ídolo. Simeone es quien es: el mejor entrenador para nosotros, un figura en lo suyo, pero al fin y al cabo una persona con algunos puntos flacos y debilidades. Para mi, la mayor son sus supersticiones (que le afectan y son algo absurdo, pero creo que inseparable de su forma de ser) y creo que el éxito también trae el peligro del orgullo excesivo, y debe cuidarse de él. Creo que tampoco hay que ser zelotes y morder a cualquiera que levante la voz contra Simeone: lo defienden sus números. Considerarlo pluscuamperfecto al final siempre genera efecto rebote cuando la persona muestra, lógicamente, su humanidad. No debe haber guerra en torno a Simeone: quien tenga alternativas para el banco que las exponga, y así nos reimos (o no, oiga, igual hay un planazo y no lo vemos) y comprobamos qué clase de mejora se propone.