Llevo dos días dándole vueltas a cómo entrar en este hilo. No quería hacerlo, pero no podía dejar de hacerlo. Me negaba a entrar y decir adiós, porque en el adiós está lo inevitable y hay veces, como en esta ocasion, que queremos que lo inevitable se pueda evitar, que un adiós significa admitir una despedida que no quieres que se produzca. No suelo madrugar en días festivos, pero el sábado, no sé por qué me desperté pronto y entre en el foro, y vi este hilo y el tiempo se detuvo y vi quien firmaba el mensaje, y dentro del profundo dolor pensé que era justo que alguien como el que lo abrió fuera el primero que le rindiera homenaje en este foro. Y pensé en escribir, pero no pude. Encendí el móvil y tenía varios mensajes que confirmaban lo que esperaba fuera un mal sueño. Contesté a algunos, horas después con desgana, pero aquí me resultaba difícil escribir, en este hilo. No quería hacerlo.
Hay tres personas que han influido decisivamente en que tenga dentro este bendito veneno que me acompañará siempre. Una fue Gárate, que era el nombre que llevaba mi primera camiseta, la que me regalaron siendo un niño que apenas tenía fuerza para empujar una pelota con el pie. El segundo fue el maestro, el hombre que dignifico este escudo como nadie. El tercero fue mi abuelo, y sí, seguramente, como es lógico, el más importante. Con él comencé a ir al Calderón siendo un niño, en las matinales del Madrileño y él fue quien me regaló esa camiseta de José Eulogio.
A mi abuelo ya le despedí hace algunos años, el día que Albertini borro las telarañas de una porteria de la cuadra. Yo miré al cielo y lo celebré con él. En el banquillo aquel día estaba el maestro y supe que él también se lo dedicaba. Se conocían, no eran intimos, pero compartieron cervezas en un bar de Argüelles y más de una tertulia. Para mi abuelo no hubo jamás otro como Don Luis. Siempre le llamaba Don, y a veces unía al nombre el apellido, Aragonés.
Con ellos crecí y abracé la fe, no el ser aficionado de un equipo, no, sino una forma de vivir y de entender la vida, y una forma de vivirla. Muchos sabréis de lo que os hablo, y sólo vosotros lo sabréis. Mi abuelo me enseñó muchas cosas, claro, era mi abuelo. Pero mi otro "abuelo", habiendo coincidido apenas unas pocas veces, muy pocas la verdad, y por minutos que él supongo no recordaría, también me enseño muchas otras, casi todas las que sé sobre que es esto de ser del "Aleti". Sólo hable una vez con él, en ese bar de Argüelles y era un niño. Iba con mi abuelo y me dijo, "chaval, ese escudo que llevas en el pecho es lo más grande. Acuérdate, te acompañará siempre". Mi abuelo se rió y yo me quede mudo mirándoles, abrazando un viejo balón de cuero rojo. Era una de sus últimas temporadas como jugador.
Cualquiera que sienta estos colores no puede entender el Aleti sin Don Luis, como yo no puedo entenderlo sin mi abuelo, sin dejar de agradecerle aquel minuto en aquel bar de Argüelles, aquellas matinales en el Calderón, a las doce del mediodia y aquellos partidos de sesión doble en las tardes de domingo. Muchas veces íbamos caminando desde Argüelles hasta el Calderón y hablábamos del Aleti, hablábamos de Don Luis.
Ayer, cuando bajaba hacia el estadio, como tantas otras tardes, el cielo estaba gris, el mundo estaba gris y los colores rojiblancos resplancecían menos que en otras ocasiones. Todo parecía triste, apagado, menos rojiblanco que de costumbre. No se oían apenas cánticos y todo el mundo parecía haber perdido algo. No quise pasar por ningulo de los sitios habituales y me fui al estadio directamente. Llegue, me senté en mi sitio habitual, donde llevo tantos años como recuerdos tengo y pensé en ambos, allí arriba. Luego grité su nombre como uno más y me acordé de mi abuelo y de Don Luis. Ellos son responsables en una gran medida de lo que soy hoy en día y por fin me he decidido a entrar para decirle: "adios mister, siempre caminarás junto a nosotros. Son tantas cosas las que se pueden decir sobre usted, Don Luis, y tantas las que ya se han dicho, que no me atrevo a decir nada más, salvo este pequeño recuerdo personal, sacado del baúl de mis recuerdos que pocas veces suelo abrir, pero del que he decidido sacar estos pocos recuerdos a modo de homenaje". Tenía usted razón, ese escudo me acompañará siempre, y yo no puedo pensar en el Aleti sin verle a usted, como levantaba los brazos nada más pegar esa patada a ese balón que se coló para siempre en la escuadra de un estadio belga.
Gracias Mister. Gracias Abuelo.