Simeone entrenador no sería el Cholo Simeone que conocemos fuera
del Atlético de Madrid. Su extraordinario desempeño, para mi es uno de los
entrenadores que explican el fútbol del siglo XXI, viene de su dedicación,
trabajo enfermizo, y de manera destacada, también por haber dado con el
contexto ideal para sus características. Es un líder carismático, alguien capaz
de arrastrar al grupo y a las masas, y por eso su aterrizaje en un club por
entonces absolutamente desnortado fue tan perfecto. Donde no había dirección ni
sentido, él los aportó. Le dio una causa y un símbolo a una afición vapuleada
por años de mediocridad. Venía a hacer de escudo al palco, pero se convirtió en
mucho más que eso. Le dieron un grupo de jugadores con hambre: buenos, pero con
potencial para mucho más, o. Algunos rechazados por otros clubes o por el mismo
Atlético de Madrid en el pasado. Jugadores de nivel, pero sin vitola de
estrellas, junto con alguna estrella en préstamo. Les ofreció un pacto fanático:
creed en esto y llegaréis a ser mucho más de lo que sois. Y se cumplió.
Pequeños éxitos iniciales, algunos cambios de jugadores, pero una clara línea
ascendente hasta el pelotazo del año que tuvo que ser doblete de liga y Champions.
Ahí varios jugadores pensaron que el ciclo extraordinario
había terminado, y se buscaron la vida fuera. Pero el grupo se sobrepuso y
siguió, se cambian piezas y el motor sigue con algunas toses iniciales. Porque seguía
el trance en el vestuario y en la grada: todos creemos, todos remamos, y la
estrella por encima de cualquier jugador es el entrenador. Un entrenador que en
realidad es, a todos los efectos, el presidente simbólico: la cara del equipo,
la única autoridad en lo que a la afición respecta, a quien buscan los medios
para buscar carnaza, pero también trazar el rumbo deportivo. EL CEO (más CEO
que Picio) es un vampiro que trabaja en las sombras, el Pelucas es un payaso
que farfulla incoherencias entre copa y copa. De hecho, es a Simeone a quién se
piden cuentas de fichajes, plantillas, quejas sobre los árbitros, la liga y
demás. Como si fuera el dueño del cortijo y no su mejor y primer empleado, pero
empleado al fin y al cabo. En el Calderón (luego en el Engendropolitano) había
pocas reglas, pero una era clara: cada partido, independientemente del
resultado, se canta el Ole Ole Ole a Simeone. Dejando claro lo innegociable de
su presencia, y dándole crédito infinito.
Ese crédito y el apoyo de los jugadores son los dos pilares
externos de su éxito deportivo (junto con el interno del trabajo y dedicación).
Esos dos pilares los han tumbado. El de los jugadores, a base de ventas sistemáticas
-todo canterano bueno, para así decir que no hay confianza en la cantera y de
paso sacar pastaca- y compras con criterio más económico (“oportunidades de
mercado”) que deportivo (lo que lleva a problemas como la mediapuntización y
los cromos repetido en unas posiciones y carencias en otros). Evidentemente, en
el vestuario actual hay dudas sobre su jefe, y se nota en el campo. La gente no
sigue el plan con fe. Incluso un mal plan bien ejecutado es sólido, permite
capear la situación y quizá arreglarse con alguna acción individual que se
salga del guión. Pero un plan en el que no se cree no vale para nada, sea bueno
o malo. Ahora mismo no creo que el problema sea el plan de Simeone, sino la
pérdida de confianza en él, la ejecución sin alma. ¿Se pierde el espíritu por
los experimentos de Simeone? No lo creo. Los ha hecho peores (centrales de
laterales y de mediocentros) sin mayores consecuencias y de vez en cuando se
saca genialidades (que sacan partido a un jugador o a todo el bloque. La
defensa de 5 nos dio una liga hace poco tiempo, y ahora pseudoentrenadores de
barra de bar hablan de ella como si fuera una payasada). El problema es que se
ha resquebrajado el segundo pilar, al tiempo que el primero falla.
La afición ya no está de manera unánime, inamovible y
fanática detrás de su entrenador. Hay quien lo considera bueno, como si todos
estos años hubiéramos estado cegados. Como si no viéramos que ahora se juga mal
y sin alma, y nos lo tuvieran que hacer ver, pobrecitos los yihadistas del
Cholo. Para mi el apoyo incondicional a Simeone no es dogmático (no es Dios, ni
mi pastor, ni todas esas frases mesiánicas tan horteras para mi gusto), sino
estratégico. Dándole crédito infinito apostamos el destino del club a lo mejor
que tenemos, porque sabemos nuestra realidad: lo que hay en el palco, en el
entorno, en la grada, en el vestuario, no mejora a Simeone. Se va a equivocar,
se equivoca con frecuencia, y este año más (es un año raro, ojo, creo que la presencia
del mundial altera mucho a los jugadores, y no al entrenador, al que le da
igual, generando otra brecha). Pero cuando todos estábamos detrás de cada decisión
suya, lo hacíamos mucho mejor entrenador: un tipo más valiente, porque sabía
que no iba a ser cuestionado a cada minuto. Un tipo que iba a apretar a los
jugadores sabiendo que la grada empujaría en su misma dirección, incluso en el
error. Un tipo indestructible, que se reía de los periodistas merengones con
nuestra complicidad. Un tipo que despertaba el odio en aficiones y entrenadores
rivales.
No es Simeone quien nos ha fallado. Somos nosotros los que
le hemos privado de una de sus armas más poderosas, y la única que nunca
fallaba (la otra, la del vestuario siempre estuvo sujeta al paso del tiempo y a
las dañinas decisiones de los dirincuentes del club). Lo hemos hecho peor con
el runrún. Privándole de su ritual de renovación semanal, su baño de multitudes
que le daba el aura de invencibilidad. No era tal: seguía siendo humano, un entrenador
con aciertos y errores, pero parecía serlo por un rato. Teníamos un trabajo, y
lo hemos dejado de hacer. ¿Por qué? ¿Por no ganar suficiente? ¿Por jugar mal? Con
lo que hemos vivido, lo dudo. Es el fruto de años de trabajo de zapa desde
diversos frentes. Creo que a los de fuera lo que verdaderamente les jodía del
Atlético de Simeone no era solo que ganásemos (que también, eh) sino que
tuviéramos algo especial e inalcanzable para los tramposos. Ni Zidane, su
ídolo, podía acercarse al carisma y conexión del Cholo con la grada, y eso les
jodía. Destruir ese vínculo es su obsesión y ya casi lo han logrado, se frotan
las patitas como moscas felices. Su odio ha permeado. La batalla que se libra
ahora no es futbolística, es simbólica: nos quieren convertir en el trampas con
rayas, que tiremos como colillas a nuestros mejores símbolos para que se acabe
el “orgullosos de no ser como vosotros” que tanto les jode. Yo a Simeone, más
que pedirle explicaciones, le pediría disculpas. Que se sienta fuerte, que sepa
que estamos otra vez aquí. Con lo que venga y contra lo que venga, que parece
duro.