Hace unos meses murió un gran Atlético y miembro de la Asociación Señales de Humo. Don Antonio se llamaba, y digo “Don” porque era la única formalidad que aceptaba de buen grado, quizá porque desde muy joven se acostumbró a que lo trataran así. Fue Atlético de carné de piel roja de cabritilla, de gradona del Metropolitano, socio con el marqués de la Florida, Suevos, Barroso y Calderón. No le gustó nunca Cabeza, pero soportó su corto período al frente del Club. Su fraternal amigo Julián, antiguo miembro de la Junta Directiva de Don Vicente, le avisó del principio del fin cuando Gil ganó aquellas malditas elecciones. Pocos meses después renunciaba a su condición de socio para esperar mejores tiempos que ya verá desde allá arriba. Apoyó a ASdH, admiraba nuestro empeño: “cuídame a estos chicos”, dijo la última vez que tuve el honor de compartir mesa y mantel con una magnífica representación de la Asociación. Y así intenté hacerles llegar su afecto.
Hay quien ha declarado que con él desaparece uno de los últimos representantes de un estilo señorial, el último caballero, sus subordinados dicen haber perdido al mejor jefe, otros al más justo, sus dependientes al más generoso, su confesor celebra la gloria de un santo... cada cual le echa de menos a su manera. Y, en el peor de los casos, resulta fácil adular a los muertos. A mí simplemente me falta el que me dio la vida. Y ya nada va ser igual, pasen los años que pasen. Porque, querido padre, eres irremplazable. Dios te bendiga.