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OT La verdad sobre Hillsborough y el mito de los hooligans

Último artículo 14-09-2012 11:01 escrito por chele. 48 respuestas.
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  • 13-09-2012 0:25 en respuesta a

    Re: OT La verdad sobre Hillsborough y el mito de los hooligans

    R.I.P. y A.C.A.B.

    Durante toda una vida un hombre puede cambiar de gustos, de mujeres, de religión, de ideología política e incluso de sexo, lo que nunca podrá cambiar es su pasión por el Atleti.
  • 13-09-2012 15:23 en respuesta a

    Re: OT La verdad sobre Hillsborough y el mito de los hooligans

    El_Hooligan:

    shearer:

    algun alma caritativa que lo  traduzca

    saludos

     

    Mira. Harto difícil. Pero harto harto harto difícil. Porque el menda que lo escribe, lo escribe todo. Y encima lo escribe como que en presente. Y yo me he puesto malísimo de leerlo. Es un sabanón del quince, pero al leerlo parece que estás ahí. Y te quedas sin aire, tronco, es angustioso de leer, y de traducir ni te cuento. Yo paso. Es que leerlo otra vez, ¡ufff! Se te quitan las ganas de pisar un estadio, tio... es muy fuerte.

    Saludos,

     

    H.

    P.D. en serio, es que no....

     

    Pues sí, la verdad es que deja acongojado. Pero hoy tenía tiempo y he pensado que sería mi pequeño homenaje a los fallecidos, que este testimonio se sepa en castellano, para que la verdad prevalezca. Disculpad porque algún término igual se me escapa (scaffolder= cadalso o el que se sube al andamio?)

    'Empujé y presioné y mi cuerpo no se movió ni un ápice. Los que estaban aplastados contra mí pesaban demasiado, algunos estaban inconscientes. Comencé a sentir que me iba, asumiendo que eran mis últimos segundos de vida'

    Veinte años tras la peor tragedia ocurrida en un campo de fútbol británico, Adrian Tempany y otros cinco supervivientes describen las secuelasAdrian Tempany , The Observer, Domingo 15 de marzo de 2009 FOTO Pie: Hillsborough 15/4/89, un hincha herido recibe cuidados en el césped. Photograph: PAEl sábado 15 de abril de 1989, ocho de nosotros viajamos de Nottingham a Sheffield bajo un cielo azul hermoso. El Liverpool jugaba contra el Nottingham Forest la semifinal de la FA Cup en Hillsborough, y nuestros dos coches – uno llevando cuatro hinchas del Forest, el otro cuatro del Liverpool – hicieron una parada en la autopista. Acordamos encontrarnos tras el partido (por entonces no había móviles), pero cuando el que conducía de nosotros aparcó el coche más o menos a kilómetro y medio de Hillsborough, nos dimos cuenta de que habíamos entrado por el lado oeste del campo, tras la Leppings Lane – el lado del Liverpool.He sido hincha del Liverpool desde los seis años. Fui a mi primera final de copa a los 16, tuve mi primer abono en el Kop antes de acabar la escuela. Pero en 1988-89, con 19 años y en plan nini, no me lo pude permitir. Dos semanas antes de la semifinal, sonó el teléfono. Mi hermano, que tenía abono del Forest, tenía uno de sobra. “Es para la zona del Forest, tío”, me dijo, “ven y aprende”.Ahora que nos acercábamos al estadio por el lado de Leppings Lane, nos dividimos – era la primera vez que me encontraba con los otros tres – y me fui hacia el lado del Forest. Las calles alrededor del estadio estaban bloqueadas a ambos lados, así que preguntamos a dos policías cómo dar la vuelta al campo. “No hay manera”, dijeron. Fui una calle más lejos donde un agente de mayor rango, con una gorra, hablaba con un agente de policía. Pregunté de nuevo. “¿Eres hincha del Liverpool? No vas a meterte en el lado del Forest, olvídalo”. Y se dieron la vuelta.Escondí cualquier señal que delatara mis colores y lo intenté por última vez. A unos cuarenta metros había otro agente con gorra. Me paró antes de que llegara siquiera a su altura. “Ya te vi venir”, dijo. “Hablaste con cuatro de mis hombres y ya sé lo que te dijeron”. Me mostró la entrada de Leppings Lane. “Ahora vas a ir al torniquete del final. El compañero está dejando entrar por ahí a hinchas con entradas del Forest”.Extrañado, me di la vuelta para marcharme: ¿cómo iba a dejarme el tipo ése entrar con una entrada del Forest?” Pero no había dado ni cinco pasos cuando el policía me gritó. Y nunca olvidaré sus palabras: “Es tu última oportunidad”. No era una oferta. Dos minutos después, estaba entrando por el torniquete indicado. Mientras me encaminaba hacia el tunel que conducía a la grada tras la portería no me atreví a mirar para atrás. No podía creer mi suerte. Eran las 2.15 p.m. cuando entraba en el sector 3 de Leppings Lane y cogí asiento a la derecha de la portería de Grobbelaar, a unos tres metros de la valla del campo. Había viajado con el equipo desde que tenía 15 años y hoy, como siempre, me coloqué en el lugar más vibrante, entre los cánticos y grupos de animación. Durante 10 minutos me quedé al sol, viendo cómo el viejo estadio se llenaba lentamente para acoger la semifinal de la FA Cup, apoyándome tranquilamente en una de las barreras que se levantaban desde el suelo a modo de grapas para limitar las avalanchas.Hacia las 2.30 p.m. la situación se estaba volviendo incómoda. Mirando alrededor, pude ver que hinchas mayores y claramente con más temporadas que yo a sus espaldas se estaban cabreando. Me quité de encima a dos personas y me deslicé por debajo de la barrera, dejándola detrás de mí y no contra mi pecho. Diez minutos más tarde habría sido demasiado tarde. Para entonces, 20 minutos antes del pitido inicial, la masa a mi alrededor ya estaba resoplando y sudando amalgamándose unos contra otros lentamente, de mala gana, como el cemento. Yo ya había estado en apretones, pero esto era distinto. La gente a mi alrededor empezaba a guardar silencio. Algunos ya hiperventilaban, otros comenzaban a desmayarse. A mí me estaba entrando pánico, pero ya estaba atrapado. La compresión iba creciendo como una bola de nieve. Comencé a buscar con la mirada policías o vigilantes, pero ninguno se acercaba. Lentamente mis piernas, mi espalda, mis brazos y finalmente el pecho se me durmieron. La cabeza del hombre a mi derecha me dobló la oreja contra la mandíbula. Sólo podía mover mi cabeza, ojos y boca. Mi pie comenzó a moverse involuntariamente hasta que me di cuenta que ya no tocaba el suelo sino que pisaba la pantorrilla del hombre delante de mí.Nunca había sentido algo así, ni en el Kop ni en Wembley. Y aún iba a empeorar. Tras de mí, Peter Carney, hincha de 30 años del Liverpool, era uno de los cientos empujados hacia los sectores centrales desde el vomitorio. “caminábamos a través del túnel hacia las tres menos diez cuando llegó esta avalancha y me llevó en volandas”, recuerda. “entré en el campo de espaldas”. Cuando Peter pensaba que todo se habría arreglado, una de las “grapas” se vino abajo. “Reconocí un hueco entre el gentío, lo que era muy extraño – en plan “¿qué coño pasa?”. La gente contra la grapa se había caído al suelo al venirse ésta abajo, y los que habían hecho presión cayeron sobre esa gente, y los apretados más allá cayeron sobre aquellos, y una tercera fila con ellos. Se hizo una pila de cuerpos.”La grapa estaba un par de metros a mi derecha, pero yo no la vi. La luz simplemente estaba desapareciendo sobre mi cabeza. Yo lo más que podía era jadear buscando aire, preocupado porque ni siquiera podía mover el cuello. En torno a mí alguno ya había fallecido, se había ido de pie. Tres hombres habían dejado de respirar y miraban al horizonte con los ojos fijos, casi sin interés alguno por nada. Sus caras ya pálidas se estaban volviendo azules, sus labios violeta. El único consuelo que podía encontrar era que miles de personas aún seguían vivas y gritaban pidiendo ayudar. “¡Hay gente muerta aquí!” Había cámaras del circuito cerrado de televisión enfocadas hacia nosotros. Y había policías a pocos metros de la valla que debían haberse dado cuenta de que las grapas en nuestro sector se habían vencido contra el suelo.Increíble, pero a las 3 comenzó el partido. Recuerdo los gritos del público en el estadio y el silencio que siguió en el sector 3 cuando la gente dejó de gritar pidiendo ayuda para guardar aire en los pulmones. Los míos ya estaban para entonces ardiendo y helándose con respiraciones desacompasadas. Estaba paralizado de cuello para abajo. Los cantos del rival rebotaban por todo el estadio y pensé en mi hermano, mirando desde el lado contrario del campo, donde yo debería haber estado. Dos policías bromeaban nerviosos en la pista en torno al césped, a 3 metros. Nadie venía a ayudar.Detrás mío, Peter Carney estaba a punto de tener una experiencia cercana a la muerte. “Cuando veo sacar a un pez del agua, pienso que así debí parecer yo” recuerda. “Mi cabeza ladeada hacia atrás, dando bocanadas. Perdí la conciencia. El cielo se volvió una nube blanca, la nube se convirtió en un túnel, y entré por ese túnel. Era como mirar hacia el canal de una obra. No tenía fin. Entonces volví a ver los sectores, me ví en medio de un círculo de gente perfecta, sus cabezas, estoy descendiendo, finalmente sólo veo mi propia coronilla”.A dos metros y medio de Peter, yo estaba a punto de tener mi propio momento de la verdad. Llevaba aplastado en esa grada más de media hora. Estaba agotado y rígido por el esfuerzo. No sé cómo dos personas a mi izquierda se las apañaron para encaramarse sobre el desastre y estaban caminando a gatas sobre los hombros y cabezas de la gente a mi alrededor, hacia la valla frontal. Incapaz de moverme, demasiado agotado para chillar, me pregunté cómo habían sido capaces de llegar hasta ahí. Y que quién había decidido que yo no podría.Entonces pillé con la mirada a un policía al otro lado de la valla. Fue un momento inconfundible, con significado: porque durante cuatro o cinco segundos, sobre las decenas de cabezas de gente, nos miramos mutuamente a los ojos. Le perdí cuando musité “Ayudadnos”. Se sonrió y sacudió la cabeza negando y echó a caminar, si bien algo mosqueado.En ese momento pensé: “Nos van a dejar morir”. Mucha gente ya había muerto. Gente más grande, más pequeña y más inteligente que yo ya habían muerto. Ahora me tocaba a mí. Cincuenta segundos: mi cerebro me dijo: te quedan cincuenta segundos. No sé por qué pensé ese número y no otro, pero en aquel momento no me cupo duda: una voz tranquila, razonable, diciéndome que me diera prisa para aprovechar mi último minuto de vida. Cuando los segundos restantes pasaron a 45, 40, 35, mis pulmones empezaron a fallar. Junté toda la fuerza que me quedaba con la idea de elevarme en el aire, subir a los hombros de alguien, escapar. Pero empujé y presioné y mi cuerpo no se movió un ápice. Los que estaban aplastados contra mí pesaban demasiado, algunos estaban inconscientes; otros chillaban farfullidos tratando de conjurar lo que estaba ocurriendo.Conté veinte segundos, 15, 14, y finalmente me rendí. Quedaban 10 segundos, nueve, ocho, noté como si volara por un momento, brevemente eufórico. Finalmente me acomodé en mi propio cuerpo, abrí la boca hacia el cielo e inspiré lo que pude. Y cerré mis ojos. Cinco minutos después, se abrieron. El cielo aún era azul. Y la policía echando pestes sobre nosotros había abierto finalmente el portón en la valla. Y yo había sobrevivido.La gente que no sobrevivió en Leppings Lane eran hijos, hijas, maridos, hermanas. La más anciana tenía 67 años, la más joven 10, primo de un chico de entonces ocho años llamado Steven Gerrard. Muchos murieron de pie, de asfixia traumática. Otros fueron trasladados en vallas de anuncio en sus últimos alientos hacia ambulancias que nunca llegarían. Algunos habían perdido pie en la aglomeración y habían sido pisoteados. Otros, con la mala suerte de haber quedado atrapados contra las grapas, murieron por el peso que volcó sobre sus pechos, peso equivalente a un utilitario. En su informe, el Lord Justice Taylor concluyó que la principal causa del desastre fue la sobre masificación, y la principal razón fue “un fallo de control por la policía”. Cuando la policía falló en la gestión de la acumulación de hinchas en las calles fuera de Leppings Lane, el agente al mando, el Superintendente David Duckenfield, ordenó abrir una amplia cadena de puertas del estadio y dirigirla hacia esa especie de fuelle que llevaba hacia el interior del campo. Más de dos mil personas entraron por esa puerta hacia los vomitorios de Leppings Lane, directos hacia los dos sectores centrales tras la portería: nadie pensó redirigirlos hacia los sectores externos, que tenían aún poco público. Empujados a través de un estrecho túnel por una turba a sus espaldas, los hinchas se amontonaron hacia los sectores 3 y 4, sin saber que con ello sus compañeros estaban siendo aprisionados contra las grapas, la valla, y unos contra otros.Lord Justice Taylor afirmó que ninguno de los oficiales de mayor rango “mostraron ni en el manejo de los problemas durante ese día ni en su explicación de lo sucedido cualidad de liderazgo alguna como se esperaría de ellos”. Hasta hoy, ninguno ha sido sancionado o llevado a los tribunales con éxito por la muerte de 96 personas en Hillsborough.Escrito por el catedrático Phil Scraton, Hillsboroug: La verdad reconocida como el análisis definitivo del desastre, y todo lo que siguió. Hablando de la edición actualizada, Scraton dice: “Ya hace veinte años que familias y supervivientes resisten privados de ella. Pero bajo la superficie yace un dolor inimaginable, compuesto por una sensación abrumadora de injusticia. Unidos por una tragedia evitable, fueron tratados por entonces de forma espantosa, luego traicionados por una investigación defectuosa, pesquisas pobres y un sistema de justicia criminal que protegió a las autoridades. Todos los informes policiales fueron revisados y en muchos casos alterados por un equipo de oficiales de alto rango. La rabia es comprensiblemente dirigida hacia aquellos responsables, aquellos que hicieron alegatos engañosos contra los hinchas, y aquellos que perpetuaron el mito del gamberrismo hooligan”.Que el mero acto de sobrevivir a una tragedia de este calado cambia las vidas y personalidades de la gente es obvio. Pero no hasta dónde. Familia y amigos que me conocían entonces me dicen que hoy soy la misma persona. Creo que están en lo cierto, si dejamos de lado un par de golpes y moratones psicológicos.Tras escapar a través de ese portón en la valla, transporté dos personas a través del campo a un gimnasio que se convirtió en tanatorio. Uno apenas estaba vivo cuando, junto con otros seis o siete hinchas, le recogí del césped y le tumbé sobre una valla publicitaria. Para cuando habíamos llegado al otro extremo de la banda izquierda, estaba muerto. Volvimos a por otro: había una fila de cuerpos en la línea de fondo. Ayudadnos, parecía decir la policía. Tiramos a patada otra valla, pero cuando tocó el suelo un policía se subió sobre ella. “No podéis destrozar el estadio sin más”, nos dijo. Así que cogimos al chaval por los brazos y las piernas. Mientras trasladábamos su pesado cuerpo, golpeando su cabeza contra el césped y con la vana idea de revivirlo, miré al pequeño anillo de moraduras hinchándose en torno a su tripa, como pisadas de niño.Paramos en la esquina del campo, en un cuello de botella a la entrada del gimnasio del club. La gente esperaba por órdenes, ambulancias, oxígeno. Había docenas de hinchas ahí, sosteniendo a los heridos y a los muertos – sobre tablas, cogidos por brazos y piernas, cogidos en sus brazos. Miré en torno a mí buscando a mi hermano, preguntándome cómo le iba a él. Cuando entramos el gimnasio, había médicos dispuestos sobre la gente; policías e hinchas con las manos en la cabeza, algún cura dando las últimas unciones. El hombre que ahora estábamos trasladando ya estaba muerto cuando lo cogimos, pero me resultó difícil soltarle la mano. Finalmente su cuerpo, cubierto de un sudor gelatinoso, se resbaló de mi agarre y cayó al suelo brillante.¿Un par de golpes y moratones? La verdad es que nunca sabré si la persona que soy hoy, cerca de la mediana edad, es el hombre que estaba destinado a ser – resultado de mis genes, educación, amistades de infancia – o si soy los restos reconstruidos de ese quinceañero traumatizado. Ello me deja siendo un misterio para mí mismo – un problema común entre los supervivientes. Peter Carney nunca descubrió quién salvó su vida en el sector 3. “Entre desmayarme y ser encontrado tumbado por ahí, no puedo encontrar video o testigo alguno que me confirme lo que ocurrió conmigo”, dice. “Eso ha sido una parte de mi lucha por no volverme loco, encontrar a la gente que me sacó de ahí”.Habría que llamar al psiquiatra para desbloquear partes de mi mente que llevan dormidas 20 años, y algunas a las que he sucumbido. Si de alguna manera ya he vuelto de Hillsborough, aún no estoy preparado para regresar a allí. Lo que he sospechado durante mucho tiempo es que emocionalmente mi reloj se paró a los 19. Encontrándome con la muerte a menos de un brazo de distancia me he quedado allí durante años. Era un quinceañero maduro, pero desde entonces no he crecido al ritmo de mis amigos. No he tenido niños. Aún no soy capaz de asumir que mi juventud pase. Cumpliré 40 el año que viene, pero para la mayoría parece que tuviera 30 años.Hasta muchos años después no me enteré de que había sufrido un desorden conocido como estrés post-traumático. Duró cuatro años. Lloré mucho y sin motivo. Me sentía frío y con rabia, y vacío. Nunca me había sentido así antes. A veces me sentía eufórico de seguir con vida. Al día siguiente podía levantarme sintiéndome medio muerto. Me desperté un día en el suelo de la cocina, tras desmayarme (levántate, ponte un té, no se lo digas a papá y mamá). Bebí a lo bestia pero socialmente y abusé verbalmente de cada policía por la calle, así que pasé dos noches en una celda tranquilizándome a principios de los noventa por mis problemas (aún no se lo he dicho a papá y mamá).Y de pronto, un día se acabó. Desde entonces, entrados los veinte, nunca le he negado a Hillsborough su lugar en mi vida. Si hubiera perdido a alguien aquel día, habría sido distinto. Pero es una parte de mi vida tan integral que ahora tengo que vivir con quién soy.Quizá lo más importante que Hillsborough me enseñó fue la honestidad. Hay tanto sobre ese 15 de abril de 1989 erróneo, falso y deshonesto que los supervivientes se aferran a lo que saben que es verdad. Lord Justice Taylor describió la reacción de los hinchas del Liverpool en Hillsborough como “magnífica”. Pero experimentar algo tan terrible para luego ser acusado de robar y molestar a los policías mientras estabas intentando salvar vidas o consolar a la gente en sus últimos suspiros es un insulto tan grave a la mente que la honestidad se convierte en fundamental no sólo para recordar pero también para todo aquello que importa en la vida. Y es la honestidad lo que me permite mirar a los demás supervivientes a los ojos y saber que hicimos lo que pudimos.Algunas de estas cosas serán nuevas para mis amigos y mi familia. Y para mi novia, que ya era mi novia aquel día. Pero aún hay muchos secretos en un desastre – no en sobrevivir a uno, pero en vivir con uno. Hoy 20 años después, miles de personas aún llevan las cicatrices de Hillsborough – algunos de forma más visible que yo, otros inevitablemente menos.¿Por qué qué te parece perder a tu hijo en un desastre visto por millones en la tele? ¿Qué te parece ser el único enfermero de ambulancia que llega al caos en el lado de Leppings Lane? ¿Qué te parecería ser uno de los jugadores en ese campo? Algunas de las víctimas de Hillsborough fueron escuchadas en un juzgado en Sheffield en 1990. Aquí abajo, algunos de ellos nos cuentan cómo ese hermoso día de primavera cambió sus vidas para siempre.

    El de la ambulancia: Tony Edwards

    Único enfermero de ambulancia que llegó a Leppings Lane, Tony dejó el servicio en 1995 y ahora vive en la isla de Bute Estábamos en el Northern General cuando recibimos una 3-9 por un incidente. Nos dijeron que había un fallecido, pero cuando llegamos al campo había ambulancias de todas partes, incluso de Derbyshire. Cuando aparcamos un policía se acercó a mi ventana y dijo “No puedes entrar al campo, aún están peleándose”. Un oficial de ambulancia se acercó a la puerta y fue él quien nos encendió la sirena. “El guardia dice que están peleándose, no podemos continuar”. Y él dijo: “Me importa un cojón quién te haya dicho que no puedes seguir. Entra en ese estadio y no pares hasta que llegues al final”. Mientras íbamos, la policía comenzó a formar un muro en torno al campo. Les atravesamos y vimos gente corriendo hacia nosotros. cuando llegamos a la portería había un mar de gente. Nunca olvidaré el sonido… era como una piscina gigante, gente chillando y gritando, ensordecedor. La gente golpeaba la ambulancia gritando “¡Ayuda!” y “¡Por aquí!”. Yo no entendía nada de lo que pasaba. Nos habían hablado de una muerte, eso era todo. Teníamos las radios de servicio e intentamos ver si alguien nos daba información, pero eran inútiles. Me empujaban en distintas direcciones, gente pidiendo oxígeno a gritos, todo tipo de peticiones. Y pensé: “No puedo ayudar a todo el mundo”. Miré hacia atrás en el campo pero no entraba ninguna otra ambulancia.Dos chicas en el césped estaban recibiendo reanimación. Decidí llevar una a la ambulancia, pero cuando regresé a ésta ya había tres cuerpos dentro: uno en la camilla y otros dos amontonados sobre el suelo. Había una mujer dentro haciendo el boca a boca a un tipo en la mampara. Había una chica joven con un tipo sobre ella tratando de resucitarla, pero el pobre vomitaba al hacerlo. Puse a la chica en la camilla y la miré… y no era la chica que había querido traer. Este es el problema con el que vivo desde entonces.Pedí de nuevo ser puesto en contacto con el control de ambulancias, pero la radio no funcionaba. Fui a coger mi máscara de oxígeno y la bolsa, pero habían desaparecido. Miré hacia atrás de nuevo pero nadie venía. Le dije al conductor: “vamos a tener que salir de aquí”, y pedimos a un policía que nos cerrara la puerta. No estábamos siendo útiles. Estás acostumbrado a ver morir gente, pero ahí había demasiados cuerpos que tratar. No hicimos un trabajo muy bueno ese día. Dejamos a gente en el campo de la que se estaban ocupando sin que hubiera profesionales para ayudarles.Unos años después me ocupé de un accidente en la A1M. Aún hay gente viva por la ayuda que les brindamos; hicimos tan buen trabajo como equipo. Pero en Hillsborough nunca tuvimos la oportunidad. Había 44 ambulancias esperando fuera del estadio – es decir, unos ochenta profesionales podrían haber estado en el estadio. Pero no se les permitió el paso. ¡No había pelea alguna! Los supervivientes decidían quién era prioritaria, quién debía ser tratado. Los policías no. Nosotros tampoco. ¿Puedes imaginar un accidente de tren donde las ambulancias esperan en el terraplén mientras son los supervivientes los que sacan a las víctimas del accidente? Esa noche me llevé de ahí a gente que no era la que debía haberme llevado.Fui el único enfermero de ambulancia que alcanzó Leppings Lane, pero se me exculpó del desastre. Se me dio una distinción (que rompí en pedazos) y representé al servicio de ambulancias de South Yorkshire en el funeral, pero no fui llamado a declarar ante Taylor. Yo no existía. Si miras el informe de Taylor: no existo. Cuando me entrevistaron en la policía de West Midlands puse en solfa todo esto: ¿por qué se me puso en esa situación, lo sabes? No querían que eso saliera a la luz en el juzgado.Sé que no lo supe manejar. Lo sé. Pero nunca debí haberme encontrado en esa situación.A preguntas de Taylor le fue dicho que mi ambulancia nunca entró en el césped: habría contradicho las pruebas si estuviéramos hablando de otro caso. Pero yo estuve allí, aparecía en los videos del circuito cerrado de cámaras. Todas las preguntas que me hubieran hecho habrían sido claves para entender la mala gestión en Hillsborough.. Si me hubieran preguntado, habría sido desastroso para la policía y los servicios de ambulancia.Después me he culpado tanto a mí mismo. Todavía lo hago. Todavía estoy enfadado conmigo mismo, por no detenerme, respirar profundo, cambiar el curso de las cosas. No pude digerirlo después. Corrí maratones, triatlones. Me desahogué con mi pareja. Fui de vacaciones a Dallas en 1992 y al volver me di cuenta de que me desbordaba. Rompí con mi pareja. ¿Pero quién me dice que no lo habría hecho de todas maneras?En verano de 1995 recibí una llamada por un suicida en Rotherham. Nada inaudito en un suicida. Pero llevaba puesta una camiseta, vaqueros y deportivas. Igual que lo que vestía casi todo el mundo en Hillsborough, ese improvisado mausoleo. Me descompuse: estaba hiperventilando, podía oír los gritos de nuevo. Y me marché, me di de baja ese mismo día y nunca volví al servicio de ambulancia. En octubre ya estaba viviendo aquí, en Bute. Mi pareja se unió a mí y hemos estado aquí desde entonces. Necesitaba alejarme, y aquí era el lugar perfecto. Fue el punto de inflexión. La gente de aquí conoce lo de Hillsborough, pero son muy buenos: nadie habla de ello.He tenido dos hijos desde que estuve aquí, y tengo dos de mi primer matrimonio. Los primeros nueve años tuve una tienda de reparación de bicicletas, pero he sido el administrador de un proyecto comunal de reciclaje desde 2004. Somos una empresa social, empleamos gente que ha tenido dificultades. Hemos ganado premios y gente de toda Inglaterra ha venido a vernos. Estoy muy ocupado y es una parte muy positiva de mi vida. Es una muy buena terapia. Aquí todo es positivo.

     

    La exmujer: Angela Woolfall

    Su marido sobrevivió, pero su matrimonio se destruyó por los daños mentales y físicos que éste había sufridoMichael tenía 32 años cuando fue a Hillsborough. Era steward en Anfield y había entrado en el sector 3 hacia las dos y cuarto. Se apoyó en una grapa para leer el folleto del partido y antes de darse cuenta se encontró atrapado. La amalgama de gente era tal que comenzó a desmayarse. Dos tipos frente a la barrera tenían algo más de espacio y le abofetearon para mantenerle consciente. Pero el dolor era demasiado y no podía respirar. Lo siguiente que recuerda es levantarse en el Northern General en Sheffield. El hospital me llamó a las 6.30 p.m. para decirme que allí estaba Michael. Dije “Ya sabía yo que iba a oíros”. Lo sabía. Había estado pegada a la television pero mi hija Sam que por entonces tenía dos años no paraba de decir “Quiero ver Thomas the Tank… Thomas the Tank, mamá” y me estaba volviendo loca. La mujer de mi hermano nos llevó al Pennines. Lo que más recuerdo son aquellos autobuses conduciendo de regreso medio vacíos.Michael acabó colgando de la grapa. Trituró los nervios de lo alto de su pierna, lo que le dejó parcialmente inválido, y sufrió rotura de costillas – uno de los hinchas le había golpeado el pecho para resucitarle. Sólo se enteró de lo sucedido tres semanas después, cuando fue al partido reanudado en Old Trafford y se encontró de nuevo con esos tipos. Uno de ellos dijo: “La última vez que te vimos, estabas muerto”. Le habían estado dando respiración artificial cuando uno de los policías vino y dijo: “Estáis perdiendo el tiempo, chicos, dejadle allí con…” (había una fila de cuerpos, ya sabes). Los tipos se llevaron el susto de su vida cuando vieron a Michael en muletas, pero se pusieron eufóricos porque sus esfuerzos no habían sido en vano.Nueve meses después, hubo un documental sobre Hillsborough, y la cámara agrandó el túnel y la grada. Michael entró en trance al verlo, lo revivió todo allí en el sofá. Decía “No puedo respirar, no puedo respirar, voy a morir”. Y paró de respirar. Hablaba, chillaba, se tiraba de los pantalones… fui testito de lo que había sufrido, pero cuando volvió en sí no se podía acordar. Dieciocho meses después, supo que sus lesiones eran permanentes. Michael había sido cadalso, pero a pesar de que había ido tirando tuvo que poner fin en 1990. Odiaba no ser capaz de trabajar, y yo tenía que trabajar a tiempo completo como secretaria. Ya no lleva muletas, pero dice que es como tener un dolor de muelas en lo alto de las piernas. Nos asignaron un asesor de familia que ayudó, pero Michael se convirtió en una persona muy egoísta. Comenzó a salir mucho – salía todo el tiempo – y a beber más que nunca. Su excusa era que sólo así podía dormir. Tenía miedo de ir a dormir, y tenía miedo de no despertar nunca más.Todo el mundo le quería; era un tipo sencillo, bueno. Pero nunca hablaría del hecho de que fue dado por muerto. Cuando estaba siendo asesorado yo estaba sentada allí pensando: “Yo también estoy sufriendo, sabes”. Porque me estaba callando: no había forma de ayudarle, y eso me destrozaba.Nuestro segundo hijo, Ben, nació en 1991, lo que fue una sorpresa agradable, pero Michael no podía alegrar la cara. Yo pensaba: “Si Hillsborough no hubiera ocurrido, yo estaría muy cabreada contigo”. Pero era “¿Qué pensará la gente de mí si las cosas no funcionan? Será culpa mía”. Me estaba dejando la piel en apoyarle, y se convirtió en apoyo en un solo sentido. Michael sólo quería meterse en su mundo.El mayor supo a sus seis o siete años que a papá le había pasado algo terrible, y los niños empezaron a tener miedo de los sábados, día de partido. Comencé a sentir que las cosas no iban a funcionar hacia 1994 o 1995, pero me llevó dos años reunir el coraje para acabar con la situación. Fuimos al pub y le dije: “Esto ya no funciona”. Y él pareció en realidad aliviado. Nos separamos, luego nos divorciamos en 1998. Él se volvió a casar en 1999 o 2000.Sólo desde hace año y medio he empezado a sentir que soy yo misma de nuevo. Sam tiene ahora 22, Ben 17. Ninguno de nosotros culpa a Michael por lo que ocurrió y aún somos amigos. Lo más importante es que sigue vivo. Pero perdí a mi marido en Hillsborough, y eso se pasa por alto. No he sido capaz de volver a comprometerme en una relación, pero cuando tienes niños hay que tirar para delante, y como madre ellos son lo primero.

     

    El jugador del Liverpool: Peter Beardsley

    Peter jugaba para el Liverpool cuando se suspendió el partido. Ahora está en el Newcastle United de relaciones públicas y trabaja para la comunidadA los cuatro minutos de partido tuve un disparo que dio en el larguero. Por supuesto, me decepcionó. En retrospectiva, fue bueno que no marcara, porque la gente de fuera habría oído el grito en el campo y habría intentado entrar a las gradas. Estaban demasiado emocionados. No sabían lo que estaba pasando en el fondo. Si hubiera marcado, los hinchas se habrían exaltado y más gente podría haber sido aplastada. Pero en cuanto golpeé el larguero me di la vuelta y a ras de suelo pude ver que había problemas tras la portería. Había gente subiendo por las vallas. No tenía ni idea de lo que estaba pasando.Un policía entró corriendo al campo y pidió al árbitro sacar a los equipos. Nos sentamos en el vestuario, esperando. Grahan Kelly, director ejecutivo de la FA, vino y nos dijo que haría reanudar el partido lo antes posible. Entró cada 15 minutos para decir lo mismo. No teníamos ni idea de que había gente perdiendo sus vidas ahí fuera. Pero los vestuarios daban a un aparcamiento y pudimos oír las sirenas. Había jugadores en aquél vestuario que habían estado en Heysel, así que temían lo peor. No obstante a las cuatro y media seguíamos sentados en el equipo. No supimos lo que había ocurrido hasta que salimos del vestuario y encontramos a nuestras familias. Fui al funeral de una de las víctimas en Burnley. La familia fue magnífica conmigo, pero para mí fue duro. Sólo había estado hasta entonces en un funeral, cuando era quinceañero. Ahora puedo ir a funerales de niños pequeños que he encontrado en el hospital y han fallecido. Y tan triste como es, al mismo tiempo lo llevo bien. Pero entonces no pude. Era terrible. John Barnesy, Alan Hansen y Kenny Dalglish eran mejores personas. Fueron a tantos funerals. Kenny y su mujer Marina estuvieron en más de la mitad de los funerales. Fueron a más de tres al día en más de una ocasión. Desde el momento en que comenzó el desastre hasta el final del todo, Kenny fue increíble. Muchos de los jugadores piensan que Kenny dejó el club en 1991 porque mentalmente ya le había sobrado. Todo el ethos del Liverpool cambió cuando marchó, en palabras de los managers. Les ha llevado mucho tiempo volver a entrar en la lucha por el título.Tuvimos un descanso de dos semanas de fútbol después del desastre. Fuimos y visitamos a supervivientes en el hospital, aquí, allá y maracuyá. Pero yo no me aguantaba las ganas de volver al campo y jugar: me liberaba la mente. A Barnesy le llevó algún tiempo.Perdimos el título de liga frente al Arsenal un par de semanas más tarde. No me importó mucho, para ser honesto. Mi mujer Sandra había ido al paritorio y yo fui directo del partido al hospital. Tras lo ocurrido, la gente había perdido a sus hijos y yo estaba a punto de tener uno.  Nuestro hijo nació a la mañana siguiente. Hillsborough me hizo darme cuenta de lo afortunado que era. Yo era hincha en los setenta y los ochenta, viendo al Newcastle en St. James Park, y había vivido alguna situación incómoda. Me hizo darme cuenta de lo que los hinchas tenían que pasar para seguir a su equipo. Encontrarme con algunas de las familias que perdieron a sus hijos ese día me hizo darme cuenta de que había nacido con suerte. Ningún dinero del mundo puede comprar los recuerdos que tengo de haber jugado para ese equipo. Estoy tan aliviado de no haber marcado aquel día.

    La viuda: Jenny

    Su marido Ian se suicidó hace dos años. Nunca fue el mismo tras sufrir desorden de estrés post-traumático tras su experiencia en HillsboroughConocí a Ian cuando tenía 14 y él 15, y nos casamos cinco años después. Para cuando Hillsborough teníamos dos hijos, ambos menores de ocho años. Ian era enfermero en un psiquiátrico de alta seguridad y yo había comenzado los estudios de criminalística.Fue al partido con un grupo de compañeros de trabajo: algunos tenían butaca, pero Ian y su mejor amigo Joe estaba en Leppings Lane. Habían sido arrastrados en uno de los sectores tras la portería por la marea humana. Fue tan fuerte que les arrastró dos tercios del sector. Ian estaba justo frente a Joe y ambos fueron aplastados juntos. Siempre pudo sentir las manos de Joe en sus hombros, y conversó con él diciendo: “Saldremos de esta así”. Cuando salieron del sector Ian todavía hablaba a Joe y él podía jurar que Joe le contestaba. Pero en la investigación se le dijo a Ian que eso era imposible, puesto que Joe había fallecido incluso antes de que salieran del sector. No pudo superar que sus conversaciones en realidad no habían ocurrido. Ian salió por un agujero en la valla y asumió que Joe estaba con él. No fue así.No supe de Ian hasta las 9 p.m., cuando llamó para decir que Joe aún estaba desaparecido. Habían estado en el tanatorio del estadio varias veces, y había fotos de Polaroid colgadas con la gente que había allí. Pero la cara de Joe estaba tan destrozada que Ian no le pudo reconocer en la foto. Sólo sospecharon por un logo en su camiseta, fueron entonces a ver el cuerpo y era Joe. Era muy alto, lo que le había supuesto una desventaja: su pecho había sufrido mucho daño por las cabezas de tanta gente en torno a él. A Ian le diagnosticaron un desorden de estrés post-traumático unas semanas después. No tenía heridas graves, pero estaba hecho polvo. Era un hombretón y dijo que no necesitaba ayuda, así que fue a trabajar de inmediato. Dos semanas después llegó de su turno de noche y destrozó el cuarto de baño. No era una persona agresiva, pero no podía manejar sus emociones en ese momento.Ian estuvo de acuerdo en ir a consulta. Ser un enfermero del psiquiátrico no le ayudó, porque no quería ser visto necesitando la ayuda que él daba a otros. Lo veía como una especie de fallo. Le recetaron Prozac, lo tomó durante tres meses y ayudó. Pero tenía muchas pesadillas. Pensé que había pasado lo peor, pero Hillsboroug regresaba como un fantasma. Nunca volvió al fútbol tras esto: nuestro hijo perdió mucho tiempo de pasar con su padre porque éste ya no iba al partido.Unas dos o tres semanas antes de fallecer Ian, hubo todo este mogollón sobre Kelvin MacKenzie en las noticias y Ian se enfadó muchísimo. Yo no me di cuenta de cuantísimo le fastidiaba. Tuvo trastornos del sueño y se preocupó también por el trabajo. Dejó de ser enfermero 10 años después de Hillsborough y montó una empresa de ordenadores. Durante siete u ocho años fue bien, luego comenzó el descenso.Ian murió el martes. El fin de semana anterior, habíamos ido al Lake District y habíamos pasado un rato estupendo; no había cosa que hiciera sospechar ansiedad alguna. Dijo que todo en el trabajo iba bien. El lunes por la noche estaba algo irritable y cansado. Por la mañana le recuerdo levantándose antes de que sonara el despertador y apagándolo. Me di la vuelta hacia donde había estado él durmiendo y pensé “Me alegro de que no vuelva a la cama”, porque donde había estado estaba calentito.Ian se levantó y duchó y puso el traje. Hizo todo como normalmente lo haría: tomó su té, fue al garaje y alimentó al conejo. Hacia las ocho menos cuarto mi hija me preguntó algo y le dije “Pregunta a tu padre” y ella dijo “Papá se ha ido”, y dije “No puede haberse ido tan pronto; ni siquiera dijo adiós”. Ella dijo: “Pues se ha ido. No está abajo”. Así que bajé y su furgoneta aún estaba en el camino de entrada. Llamé a su móvil y sonaba en el cuarto de estar. Fuimos a la cocina y la puerta al garaje tenía la llave puesta, así que mi hija salió hacia el garaje. Ian se había colgado allí. Ella empezó a gritar.Mi hija apenas había entrado en la adolescencia. Por suerte no le vio la cara. Ian estaba en una escalerilla, aún de pie. Al principio ella pensó que estaba sobre la escalerilla intentando alcanzar algo así que comenzó a preguntarle, pero entonces notó que había algo alrededor de su cuello. Cuando yo entré sí que vi su cara. A veces me enfado y pienso “¿Por qué no hablaste conmigo? Podría haber ayudado”. En las semanas tras la muerte de Ian sentí que si mi pequeña no hubiera estado allí, me habría tomado una sobredosis. A veces pienso que él no pretendía hacerlo, que era una llamada de atención. Entonces pienso: “Habría ido al garaje a alimentar el conejo y pensado: ‘no puedo volver, he tenido suficiente’, y se vino abajo. Había visto una salida”Ian nunca fue el mismo tras Hillsborough. Había sido un tipo inquebrantable. Nada parecía poder exaltarle. Siempre estaba en su sitio. No está con nosotros desde hace dos años. Hicimos su funeral en la iglesia en que nos habíamos casado y fue algo encantador, realmente consolador. Pero su muerte nos ha hecho a todos mucho más inseguros. Tengo fe, y tengo que vivir que hay vida tras la muerte. No hay nada que merezca que te quites la vida. Nada volverá a ser lo mismo.Todos los nombres han sido cambiados.Supervivientes al duelo por un suicidio (uk-sobs.org.uk); la viuda alegre, para todo el que ha perdido a un compañero (merrywidow.me.uk)

    La madre: Anne Williams

    Anne, que vive en Chester, ha pasado 18 años haciendo campaña para conseguir una nueva investigación sobre la muerte de su hijo, Kevin, en HillsboroughNo salí a la palestra para cambiar el sistema. Sólo quería saber qué le había ocurrido a Kevin. Pero el jurado en la investigación nunca escuchó la historia real de cómo mi hijo murió. Habría cumplido 16 en mayo de 1989, y había estado trabajando muy duro para sus exámenes de bachillerato. Había quedado para el partido con su amigo Andrew y el padre de éste. Pero la noche anterior, Kevin nos dijo que el padre de Andrew tenía que trabajar y no podría llevarles. Steve, el padrastro de Kevin, dijo “Entonces no puedes ir”. Kevin fue arriba con cara triste. Steve dijo: “Pobre gili, no hace más que estudiar. ¿Le deberíamos dejar ir?” Y yo dije que sí. Nunca recibimos una llamada diciendo que Kevin estaba desaparecido. Había un chico más arriba de nuestra calle, Stuart, que había ido al partido, y su madre acababa de saber que Stuart había muerto cuando yo la llame. Estaba en un mar de lágrimas pero dijo: “No te preocupes, Anne, Kevin estará bien”. Llamé al hospital en Sheffield y finalmente me pusieron con el tanatorio en el campo. Y le dije al que me cogió: “¿Puedes buscar un niño pequeño con una alrededor del cuello?” Y él dijo: “Quédense donde están, la policía está yendo para allá”. Colgué el teléfono y le dije a mi madre: “Sé por qué está viniendo la policía”.Kevin había sido sacado del aplastamiento en el sector 3, pero murió poco después. Cuando llegamos a Sheffield no se nos permitió tocarlo. Estaba tras un panel de cristal: “Propiedad del juez de instrucción”. Cuando ese juez finalmente dejó salir su cuerpo yo estaba emocionada, en plan “Kevin vuelve a casa”. Estaba en su pequeño ataúd, pero tenía un aspecto encantador. Era Kevin.En la investigación en marzo de 1991, el juez dictó que todos los fallecidos en Hillsborough habían muerto de asfixia traumática, y que todos estaban muertos o en coma hacia las 3.15 p.m. Este dictado era crucial, porque suponía que a partir de ese momento no habría investigaciones sobre los actos de la policía de South Yorkshire. Preguntas como por qué se impidió que más de 40 ambulancias entraran al campo, y por qué la policía no activó el plan de emergencias hasta las 3.55 p.m. no pudieron ser planteadas porque todo el mundo había fallecido antes de las 3.15 p.m. El jurado envió un veredicto de muerte accidental.Pero un policía fuera de servicio durante el partido, un tal Mr. Bruder, indicó que él estuvo haciendo la respiración asistida a Kevin a las 3.37 p.m., y que aún tenía pulso. Había habido también una agente de policía que indicó que Kevin estaba en sus brazos cuando falleció, pocos minutos antes de las 4 p.m. Le dio un masaje pulmonar y sus costillas se movían. Comenzó a respirar y aún tenía color. Abrió sus ojos y murmuró la palabra “mamá”. Y murió. ¿Cómo podia Kevin haber abierto sus ojos y haberme nombrado si había estado muerto durante 40 minutos?En 1991, el Dr. Ian West, un reputado patólogo (había trabajado en el fuego en King’s Cross, en las bombas de Brighton y en el accidente de tren de Clapham), examinó el caso de Kevin. La investigación había determinado que Mr. Bruder había equivocado el pulso de Kevin con contracciones de su cuerpo muerto. Pero el Dr. West me dijo que un cuerpo no puede estar retorciéndose tras la muerte de 3.15 a 3.37, así que Mr. Bruder debía haberse encontrado con el cuerpo aún en vida. Del informe de la autopsia y las fotografías post mortem, Dr. West concluyó que Kevin no había muerto de la asfixia traumática, pero de daños en el cuello que cerraron sus vías aéreas. (Dr. Carey, el patólogo que trabajó sobre los asesinatos de Soham, era de la misma opinión). Kevin y otros que murieron podrían haber sido salvados, dijo. Una traqueotomía (una incisión rápida en la tráquea) o incluso la inserción de un tubo en la garganta habría reabierto las vías aéreas de Kevin. Un enfermero de ambulancia tenía los conocimientos para realizar una traqueotomía. Pero la policía no permitió entrar a las ambulancias.En 1997 Jack Straw nombró Lord Justice Stuart-Smith para revisar si la vista de Hillsborough debía ser reabierta. Ambos Mr Bruder y la mujer agente dijeron a Stuart-Smith que habían sufrido presiones para cambiar sus declaraciones donde indicaban haber encontrado a Kevin con vida más tarde de las 3.15pm, pero que se habían mantenido en su palabra. Otros testigos dijeron que declaraciones y grabaciones de las cámaras del circuito cerrado de televisión habían sido suprimidas. Pero Stuart-Smith ordenó que no había suficientes pruebas para reabrir la causa. El caso de Kevin está siendo escuchado ahora en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, bajo el artículo 2, el derecho a la vida. Kevin murió en manos del estado, y es su derecho tener una investigación profunda sobre cómo murió. También hemos acudido bajo el artículo 6, tener derecho a un juicio justo. Mi abogado me ha dicho que si se sentencia a mi favor, conseguiremos la vista. Eso abriría de 3.15 a 4p.m. para todos.Estoy muy cansada de todo ahora mismo. A veces me levanto y pienso “No, hoy no quiero Hillsborough”. Cuido de mis flores en memoria de Kevin, maravillas y ásteres y lobelias. Me ha ayudado mucho. Pero si Europa no sentencia a mi favor, seguiré, porque sé que las únicas respuestas que puedo obtener serán en el juzgado.

     

  • 13-09-2012 15:51 en respuesta a

    Re: OT La verdad sobre Hillsborough y el mito de los hooligans

     Aterrador, aunque no he sido capaz de leerlo todo, quizá más tarde. Menudo currazo sukidesu.Muchas gracias.

    "El Atlético no se merece que le estén tratando como le están tratando. No se puede conformar con entrar en Europa, estoy en contra de anuncios como ese de 'Papá, ¿por qué somos del Atleti?'. ¡No! Cuando yo estaba siempre salíamos a competir a por la Liga, la Copa, todo. ¡Vuestros padres no nos permitían otra cosa! Somos el tercer equipo de España, pero nos hemos alejado de nuestra historia. Pero pensad que, cuando una puerta se cierra, se abre una ventana".
    Luis Aragonés en su Gaudeamus

    Diles que se vayan
    https://fbcdn-sphotos-d-a.akamaihd.net/hphotos-ak-ash4/404125_10151097005874053_1474836781_n.jpg
  • 14-09-2012 11:01 en respuesta a

    Re: OT La verdad sobre Hillsborough y el mito de los hooligans

    Gracias suki!! Impresionante documento. Ahora ya todo el mundo sabe la verdad. Solamente falta que se haga Justicia.
    Ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno...
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