Volvíamos de una excursión escolar, ya de noche. El autobús se deslizaba por el tobogán de la M-30, furtivo, como una pecera iluminada. Olía a patio de colegio, a sudor de horas y juegos, a galletas, a fruta olvidada en las mochilas, a sueño y joven ensayo de barba. Pasábamos junto al río, como una lengua...