Parece que mañana bajan un poco las temperaturas. Sobre las cinco en la parada del circular dará el sol. No de lleno, no enteramente, porque las hojas de los árboles la salpican de sombra. El sol de septiembre a las cinco aún cruje pero se le nota cansado y empieza a dorarse en reflejos como azules, de túnica de virgen bizantina. Siempre da miedo empezar. Lo que pasa es que allí, en el fondo, somos casi una familia. Nos conocemos. No como aquella tarde a finales de los sesenta, contra el Málaga -¿por qué en la lateral, tan poca gente había?-, tras el gol del empate y el segundo y el tercero y el cuarto, el hombre con el impermeable azul que pasaba la bota y de sus labios rezumaban dos gotas de vino y en el bigote -ralo- brillaba el sudor, con los ojos vidriosos y desencajados, en una alegría desesperada, de huérfano, de quien sabe que va a morir, que va a volver a casa. Todavía aquel sol y aquel vino. Yo aparentemente estoy bien. Estoy bien de verdad. Pero con tantos recuerdos. Se ensortijan, blancos, imparables, como la espuma del mar a los pies en la playa. Diego. Lleva el balón como si nada; ni levanta polvo ni suena. ssssssssssssssssssssh. Expuesto. Sobre toda inocencia se cierne un matarife. Asquea un poco el recuerdo, la verdad. Sabe dulce. Dulzón. ¡ Pero si el sol es nuevo cada día. Mira a Jose, con su reciente amante. Dio un vueco a su vida. Le verás programar viajecitos para el fin de semana e incluso tarde a tarde, cuando acabe las clases, regresar bajo la lluvia a su salón, a su cena, a su alcoba como si no existiese el tiempo! Proclamé el veinticuatro de abril mi día de la suerte porque aprobé un examen y porque eliminamos al Celtic. Cómo empezaban a oler las niñas en abril. Cómo olían en mayo. A chicle, a falda recién planchada, con la piel tersa y frutal -el sol arriba diáfano, centelleante-. Cuando íbamos al Retiro la hierba de mayo olía como a arroz caliente. De tanto querer devorarnos apenas nos rozábamos. Es tocar el cielo ... etc. etc. Lo grande de Falcao, lo que le convierte en un verdadero tigre humano es que parece buen chico; no sobreactúa. Se come los partidos con absoluta naturalidad. Abril perdió peso después hasta llegar a no ser nada y, más tarde, un vaivén enloquecido, un mes tenebroso. Caían los churretones de agua por los cristales de la clínica y por la noche aquella calma cloroformizada, tan gélida que casi daba risa llorar. Ya ves, un amasijo de recuerdos vivificados por ti. Un nudo de amor. Al final, todo es anécdota y exageración pero en este instante exacto, en ti, vaya si vivo, vaya si brillo inextinguiblemente. Mejor no seguir. Estaría bien tener una mujer al lado. Claro que esto lo digo a las tres y veinte de la madrugada, cuando llevo cuatro horas haciendo mi santa voluntad sin escuchar soniquete alguno, voz alguna, el frufrú de una bata, un bostezo. ¡Sin oler a sopa de col o a ceniza de puro, que es a lo que todos olemos pasados tres o cuatro años! Arda, Diego, Adrián y Falcao son los renuevos de la vida. Tú me entiendes bien. Me estoy quedando frío con este aire que lo barre todo.