Me he despertado y he llorado todo lo silenciosamente que he podido en mi cama. Cuando me levantara, ya no iba a ver su cara, la primera que todos los días veía.
He desayunado, mezclando las lágrimas con el pan y el café. Ya no estaba ella allí para pedirme su pan y su galleta.
¿Qué haré cuando vuelva del trabajo y ya no la tenga esperando tras la puerta, unas veces para saludarme alegre, otras para ladrarme con tono de recriminación por mi tardanza?
¿Saldré luego a pasear? ¿Adónde iré, si ella ya no irá conmigo?
Veré después a mi Aleti, pero creo que hoy, ese día por el que llevaba tantos años esperando, no va a ser el de la tensión ante la pantalla de la tele, el de la explosión de alegría por la victoria o del abatimiento por la derrota. No, no lo será, porque hoy es mi primer día sin Vera, tras trece años de vivir más horas con ella que con nadie.