Ser del Atleti
vie abr 30 00:03
Praderas de Hampden Park, Glasgow, Escocia, 15 de Mayo de 2002. Un balón cae llovido del cielo, casi con nieve. Zinedine Zidane,
un Nureyev galo y elegante falso lento, clava su visión periférica en
el cuero, al tiempo que perfila el cuerpo y arma la zocata con una
confianza sideral. "Zizou" golpea la pelota como con precisión
quirúrgica, la pelota se convierte en un meteorito y entra por un
ángulo imposible de la portería. Justo allí donde las arañas hacen
hogar entre los tres palos. Escocia ruge, Zidane se sube a un
terremoto, se viene La Novena y se pone guapa La Cibeles. A esa misma
hora, en la maternidad del hospital de La Paz de Madrid, a 2.379 kilómetros de Glasgow, Carlos Fernández
permanece inquieto, pegado al televisor, mientras espera la buena
nueva. Un minuto después del gol cósmico de Zidane, se escucha el
llanto de un recién nacido. Al rato, una enfermera se acerca a Carlos,
bebé envuelto entre los brazos, para enseñarle el aspecto que tiene su
primer hijo. La señorita, todo dientes, se dirige a Carlos: "Pues aquí está, este es su hijo, mire qué guapo es...¿Cómo se va a llamar?...Supongo que le podéis llamar Zizou...".
Carlos, emocionado, recoge el paquete de apenas tres kilos, mira a su
retoño, sonríe de felicidad y contesta a la enfermera con la voz
qubrada: "Se llamará Álvaro y forma parte de una familia muy grande, que se llama Atlético de Madrid".
Hoy
Álvaro tiene siete años. Es uno de esos niños con la mirada limpia que,
de cuando en cuando, suelen preguntar a papá por qué son del Atleti. Su
padre, más cachondo que la música de los caballitos y más "indio" que
los que rodearon al General Custer, siempre le ha arropado en sus
dudas. Le ha inculcado que ser del Atlético no es una razón, sino un
sentimiento y una tradición que se hereda de padres a hijos. Porque es una pasión inexplicable que te mata, pero que te da la vida.
Álvaro, colchonero precoz, encontró una razón para seguir manteniendo
la fe rojiblanca esta misma semana. Se presentó en la puerta de la COPE
de la mano de su padre, vestido con la equipación oficial del Atlético,
con el diez a la espalda y su ilusión acabó por vencer a su timidez. Se
acercó a su ídolo, le pidió un autógrafo y se tiró una foto, orgulloso
y con el corazón a mil por hora, frente a la gran esperanza de todos
los que piensan que el Atlético es algo más que una religión. El Kun le
firmó en el pecho, le dio una palmadita y le susurró: "Vamos a sufrir, pero vamos a pasar". No mintió el pibe de oro. Con el agua al cuello, en el minuto 105 de su agonía, la zurda de terciopelo de Reyes dibujó una genialidad. Percutió, levantó la cabeza, la puso con precisión de cirujano y allí apareció Forlán,
el uruguayo, para fusilar. El Atlético, fiel a sí mismo, hacía honor a
su mito con Fernando Torres en la grada, pensando en lo que se ha
perdido. Ahora son otros los que tendrán que ponerse a la altura del Atleti y no el Atleti a su altura. Quique Sánchez Flores, que no es Mourinho ni falta que le hace, tiene mucha culpa de ese éxito.
Sobre el verde de Anfield, Agüero y compañía han cumplido su promesa.
El Atlético de Madrid, rey de la furia española y as del suspense, ha
hecho feliz a ese millón de colchoneros que necesitaban meterse un
chute de alegría después de 24 años de ninguneo en Europa. Esta noche,
ni la liturgia de Anfield, ni los gritos de The Kop, ni la mística de Bill Shankly, ni los arrestos de un inflamado Liverpool, han podido frenar a Agüero, Reyes, Forlán, De Gea, Domínguez y compañía.
Han devuelto al Atlético a su estado natural, el Olimpo del fútbol.
Esta noche, Álvaro, el hijo de siete años de Carlos, el que nació con
el golazo de Zidane en Glasgow, ha comprendido que hay razones que el
corazón no entiende. Álvaro, que no saca pecho en el patio de haber
tenido cara a cara al Kun, pero que reniega pedirse ser Cristiano Ronaldo
en el recreo por mucho que se lo aconsejen, ya no volverá a preguntarle
a su padre por qué son del Atleti. Ya sabe que es un estado de ánimo.
Una pasión que sale desde muy adentro. Un sentimiento. Hay personas que
todavía se preguntan para qué sirve ser del Atleti. Esta noche, Álvaro les podría contestar que sirve para la emoción. Para algo que va más allá de ganar y de perder. Su padre, Carlos, les diría que ser del Atleti, sobre todas las cosas, sirve para algo muy simple...Vivir.
Rubén Uría / Eurosport