En el mundo árabe, es costumbre que el árabe medio rehúya de sus responsabilidades. Acostumbrado a que le digan qué es lo que tiene que hacer, el árabe medio se refugia en un poder superior a la hora de que las cosas ocurran. Si por ejemplo uno acaba en Fez, Argel, Trípoli o Beirut y pregunta por algo en una tienda y resulta que no lo tienen, el dependiente se encogerá de hombros y dirá que vuelva al día siguiente, que posiblemente lo tenga, inch'allah, es decir si Dios quiere. Seguramente ni intente conseguir el producto, si viene bien, si no viene no pasa nada, los caminos de Alá son inescrutables.
En estos países es normal ver a jóvenes sin esperanza, el concepto de juventud occidental no existe para ellos, saben que no pueden encontrar trabajo, que deben vivir con sus padres incluso una vez después de casados y ni siquiera es fácil para ellos encontrar a gente del sexo opuesto. No tienen apenas libertades, pero ahí están en las esquinas, mirada apagada, cabeza gacha, fumando tabaco, bebiendo café y dejando todo en manos de Alá.
Mohammed Bouazizi era un joven titulado, con 26 años, que al no encontrar trabajo puso un puesto de venta de fruta y verduras para sacarse un dinero. La policía llegó y le confisco su modesta carretilla. Desesperado, y harto de no tener futuro mientras los de siempre se lo llevaban crudo, se roció la ropa con gasolina y se inmoló como protesta. El pobre Mohammed jamás imaginó que su protesta tendría tanto eco que acabaría derrocando al corrupto presidente Ben Alí, que había hecho de Túnez su cortijo, en el qué el y unos pocos se lucraban mientras el pueblo que no podía ni tener una modesta carretilla, dejaba todo en manos de Alá. Tampoco se le pasó por la cabeza que la revolución en Túnez se expandiría a otros países y que en todos los países árabes los gobiernos hicieran reformas que atendieran las necesidades del pueblo debido a que la gente demostró estar harta de ser mera espectadora de la realidad.
Salvando la enorme distancia que hay entre una situación desesperada que puede llevar a la inmolación y algo tan supuestamente sano como el fútbol, la situación es equiparable a la que se vive aquí, en el Atlético de Madrid. Acostumbrados a dejar todo en manos de algo inexplicable (llamese pupismo o resignación) nosotros, los aficionados, nos hemos limitado a ver un partido semanal, animar al equipo sin importar que pierda o gane. Si gana bien, si no, bien igual. Todo está en los designios del pupismo, poder que nos hace aceptar como normal que se haga el ridículo en la Europa League pocos meses después de ser Supercampeones de Europa, nos hace aceptar como lógico que la escasa diferencia que nos sacaba el Barcelona en 1987 ahora sea insalvable.
Algo se mueve en el Calderón, empieza a ver un rún-rún. Atléticos por el cambio por un lado, la sentencia de la audiencia provincial por otro, el movimiento Verde y Oro. El rún-rún empieza a murmurar que la gente está cansada, harta de que el Ben Alí de turno junto con su inseparable Cerezo hagan de este club un cortijo por el que desfilan jugadores y entrenadores para beneficio suyo, de agentes y de intermediarios. No ha sido necesario un Mohammed que se sacrificara, si no el trabajo constante de una serie de personas que quieren a su club y velan por él, que ven al club como un sentimiento transmitido entre generaciones y no como una gallina de huevos de oro de la que lucrarse. Ahora que este rún-rún va creciendo, ahora que el tribunal supremo dice que robaron el club, que el fiscal anticorrupción asegura que lo saquen y que la audiencia provincial sentencia que cometen fraude, puedes decidir: Dejarlo todo en manos del pupismo o actuar. Nadie sabe como acabará Túnez, lo que es innegable es que los tunecinos tienen la potestad de elegir su futuro, seguro que muchos han tenido miedo de romper con una dictadura tan larga o de que viniera algo peor. Millones de tunecinos jóvenes no conocían otro presidente, pero han dejado de ser meros títeres a decidir su futuro, a tener esperanza.
Es tu decisión, tu decides si resignarte o hacerte oir. Y qué mejor momento que el próximo partido contra el Madrid, el rival de toda la vida, ante los ojos de tanta gente. La rojiblanca en el corazón, la verdioro en el cuello y la esperanza en la mirada.
Diles que se vayan.