Hoy voy a intentar ser breve, muy breve, como se suele decir en términos futbolísticos, hoy toca cortita y al pie. Más que nada porque no merece la pena hacer un análisis en profundidad de lo que sucedió ayer por la noche en el estadio Vicente Calderón, algo que por otro lado era de esperar. Ni ustedes ni yo debemos perder un segundo más en hablar del Atlético de Madrid, que volvió a hacer el ridículo. Gregorio Manzano, a las 09.48 horas del 22 de diciembre de 2011, todavía es entrenador del conjunto rojiblanco, aunque la verdad es que le deben quedar un par de horas en el cargo. Su salida, en todo caso, llegará tarde, muy tarde, por lo menos con un mes y medio de retraso. Y el precio que se ha pagado por ello ha sido muy elevado, me atrevería a decir que incalculable: en la Copa fuera a las primeras de cambio ante un Segunda B que fue mejor los 180 minutos de la eliminatoria y en la Liga con el objetivo de ir partido a partido para no pasar apuros, toda vez que los puestos de descenso están a 4 puntos.
Dignidad y vergüenza son dos términos que no deben tener cabida entre los que están llamados a tomar las decisiones importantes en las oficinas del paseo Virgen del Puerto, 67. Para empezar, porque Manzano no debió haber vuelto nunca al Atlético. Pero claro, cuando te dan calabazas sucesivamente, como en verano hicieron Rafa Benítez o Luis Enrique, no te queda otra que recurrir a este tipo de preparador de perfil bajo, que es la quinta o sexta opción y que está dispuesto a tragar con lo que otros compañeros de profesión no tragaron para tener un asiento en un banquillo. Y las cosas como son, como tonto no es, se ha aferrado al cargo sin importarle las consecuencias que su decisión de permanecer en el puesto pudiera acarrear a la entidad. Porque motivos para dimitir ha tenido de sobra. Lo pudo hacer tras la derrota del Coliseum, tras la del Carlos Belmonte, tras la de Cornellà-El Prat o tras la del pasado domingo en el Vicente Calderón. Pero la pasta es la pasta amigos, y más en estos tiempos de crisis.
Sin embargo, Manzano no es el único culpable del enésimo fiasco. Siguiendo por orden, el siguiente en la lista es José Luis Pérez Caminero, el director deportivo que en apenas medio año está consiguiendo que se empiece a echar de menos a Jesús García Pitarch, cuya salida se celebró por todo lo alto allá por el mes de mayo. Claro, que como en el caso del técnico, es lo que tiene que los que son válidos, como Toni Muñoz, también te den calabazas. Y si lo hizo el actual director deportivo del Getafe es porque quizá en el Atlético esta figura carece de sentido alguno, ya que en la ribera del Manzanares son otros los que deciden quien entra y quien sale, y no exclusivamente el presidente o el consejero delegado. Caminero se debe ir de la mano con Manzano por tolerar que el de Bailén haya entrenado al Atlético hasta hoy. Y si la razón de que no lo haya hecho es que los que tiene la última palabra no han dado el visto bueno, porque entonces se confirma que el director deportivo en el Atlético ni pincha ni corta.
Y subiendo, llegamos a la zona noble. Desde que el 26 de junio de 1987 Jesús Gil y Gil alcanzara la presidencia, el de Manzano será el cuadragésimo noveno movimiento que se produce en el banquillo atlético. Desde antes de esa fecha lleva Alex Fergusson en el Manchester United, mientras que por el Atlético han desfilado la friolera de 35 entrenadores. Enrique Cerezo y Miguel Ángel Gil Marín, presidente y consejero delegado, respectivamente, son los máximos responsables de lo que hoy es el Atlético: un club histórico venido a menos al que no reconocen los que, como servidor, tuvieron ya no la suerte o el placer de conocer al Atlético de antes de la conversión en SAD, sino el honor de ver jugar a los Mejías, Arteche, Ruiz, Landaburu, Quique Ramos, Julio Prieto, Marina y compañía. El problema es que para que haya cambios tan arriba hace falta alguien que en el sorteo de Navidad de hoy lleve todos los décimos del Gordo, del segundo y del tercer premio. Y aun así, y pese a lo que en su día falló el