Querido Diego Pablo
Te escribo desde las antípodas por que sé que piensas constantemente en nosotros, como nosotros lo hacemos con vosotros. Espero que estéis todos bien y hayáis descansado mucho.
Yo hoy me he levantado agotado, no sé si por el ciclo de entrenamiento de marathon en que estoy inmerso, o por el embarazo en que nos metimos hace ya casi nueve meses. La que hemos liado, pibe. Me llegas a decir hace un año que íbamos a estar así a estas alturas y me río de ti por fanfarrón y argentino. De hecho aún recuerdo a los vecinos no creyendo en nosotros. Diciendo que no teníamos madera, que visto lo que ellos habían madurado en los últimos veinte años (ya con dos hijos, hipoteca y grandes patrimonios) y lo que habíamos hecho nosotros (vagar por el mundo equivocándonos tanto, bajar al infierno, intentar esto y aquello y hacernos profeta sólo en suelo ajeno), este intento, esta aventura, sería un ("otro") fracaso.
Recuerdo cómo yo contestaba con un "ya veremos" cada vez que alguien decía que este año podíamos ser padres y los demás repetían eso: que nos rajaríamos, que ya nos daríamos cuenta de que para nosotros era un imposible, que nos quedaríamos a mitad de camino compuestos y sin retoño. Y recuerdo cómo eras tú el único que nos quitaba presión, que entendías la humildad pero también la ilusión con que afrontábamos una empresa tan increíble, tan lejana para nosotros, tan asumida como anti-natura (en su razón, no en mi corazón) como los sueños tontos de los enamorados. Bueno, qué narices, a veces yo creo que ni siquiera era consciente de en qué nos estaba(mo)s metiendo. Pero en esos momentos, cuando me hablaban de lógica, no sabes cuánto me ayudó a seguir simplemente atender a tus mensajes: el del "día a día", el del "pasito a pasito", como sabiendo que no hay camino y éste se hace al andar. Para disfrutar del camino tenía que fijarme sólo en el lugar donde poner el siguiente pie: era la manera de seguir avanzando con paso firme y no tropezar con las piedras del camino.
Ahora me acuerdo de aquellas veces, al principio, en que dos semanas esperando por la siguiente cita con el doctor me parecían una eternidad. Y me río para mis adentros porque hoy, tan cerquita ya del parto, un día ya me parece eternidad y media, y las horas previas a cada contracción, cuarto y mitad de un eón. Los vecinos pasaron a murmurar entre ellos: ya caerán del burro, al final acabaremos teniendo un hijo más que él y sacándoles cinco o siete mil euros. Y nosotros seguíamos viendo esa tripita crecer, y callados sonreíamos, concentrados sólo en lo nuestro.
En algunos momentos te reconozco que a mí también me cupieron dudas. Es decir, entraba dentro de lo lógico. Ni tengo grandes patrimonios ni la mía es una vida palaciega, ni puede ni quiere serlo. Y en este mundo cruel donde estamos sometidos al poder del dinero, los de la calle sabemos cuán duro es luchar contra el poder establecido. Porque éste se retroalimenta, se fagocita del resto, chupa, sorbe, impregna y absorbe todo lo conocido. Sabemos lo pesado que es: más que un poder, es un coñazo.
No sabes cuánto te debemos por la confianza que pusiste en nosotros. Hoy resulta que estamos a un par de días del parto, y cuando lo miro con esa tranquilidad que me da haberle callado la boca a todos durante todo este tiempo, siento que no es para tanto. Dos días más, dos pasitos más y está hecho. Quizá valga con uno, si la luna se pone redonda, pero seguiré sin mirar hacia ella, por no marearme como un tonto: lo importante es dónde poner mi pie la siguiente vez para pisar con firmeza el suelo.
Oigo que mañana tienes un partido, casi como yo una final más, un día entre los últimos. Bien mirado, es como cualquier otro de los doscientos noventa y cuatro días que llevamos de embarazo. Esto ya lo habéis hecho antes, lo hicisteis en Málaga sin Gabi, con el equipo recién llegado de las vacaciones de Navidad y con un Costa bregador pero medio lesionado. Y salió bien. Como salió bien la eliminatoria a doble partido sin Costa contra los del otro polo del coñazo establecido, y no por la diferencia de goles sino por haber marcado más y haber anulado al contrario. Un partido más, en realidad, ni siquiera una finalísima. De hecho, me ha recordado al año del doblete, en que fuiste tan protagonista. Me he acordado de esa última jornada, en que estábamos como ahora, con el Valencia a dos puntos y comiéndonos poco a poco la moral (incluso ganándonos en nuestra casa un mes antes!), tras un pequeño traspiés en Tenerife que había hecho saltar todas las alarmas. Recuerdo cómo en ese último partido en casa le hicieron una falta a Caminero en el lateral derecho, cómo la colgó al área, cómo te adelantaste al primer palo y la peinaste un poco, sólo un poco, para que el balón terminara en las mallas de la portería contraria. Cómo abriste la lata y a partir de entonces todo fue celebrar y cantar, y el balón que Kiko bajó de las nubes y certificó lo que todos ya sabíamos, que el triunfo era nuestro.
Es cierto que ya hace mucho de aquello, y quizá por eso hoy a mi propia familia estar en un momento tan bonito como el que estoy (estamos) le da en muchos casos vértigo. Piensan que saldrá malformado, que nacerá muerto, y no sé cuántos miedos más que son tan irracionales como normales en el ser humano. Al fin y al cabo, el ser humano es vago por naturaleza, y es mucho más cómodo ponerse en lo peor y no creer en ello: se evita uno dar la cara y así no pasar la vergüenza luego de -si finalmente se acierta- haber tenido una ilusión y haber fracasado en el intento. Se evita uno el esforzarse hasta el final porque la mala suerte, o la naturaleza propia o cualquier excusa que se nos ocurra serán las que finalmente decidan nuestro destino, en lugar de forjarlo con nuestras propias manos y que ahí quede eso. Se evita uno el esfuerzo de ser feliz, porque también hay que esforzarse para serlo, y así al fin y a la postre se vive una vida de baja intensidad, no vaya a ser que acabemos siendo felices y acabemos echando (como Kurt) de menos lo confortable de estar tristes: ahí son los demás quienes en cualquier caso tienen que hacer por nosotros el esfuerzo, que nos consuelen otros porque el destino no nos satisfizo en lugar de saber, en nuestro interior, que lo dimos todo y lo merecimos, y una muesca más que ganamos para el futuro.
A veces les oigo hablar, impregnar con su miedo las paredes de mi casa, y pienso que esos de mi familia que no creen en nuestro éxito no merecen disfrutar de todo esto. Ya están pensando en la línea de meta con miedo de no llegar a tiempo, cuando aún queda algún kilómetro (dos, para ser exactos). Ya están pensando en que nadie se acordará de nosotros si quedamos segundos, cuando lo importante es cruzar la meta de este marathon con la satisfacción de haberlo dado todo. De haber encontrado la mejor versión de mí mismo. De haber cumplido con creces mis objetivos. Porque en el fondo, lo merezcan a no, a mí lo que me importa es lo que nos has enseñado: que el esfuerzo no se negocia, que esto sólo lo conseguimos empujando todos. Porque nadie dijo que fuera a ser fácil. Porque hasta el rabo todo es toro.
Medio muerto, hoy voy a salir otra vez a correr, y lo haré dándolo todo porque tantas semanas de trabajo no merecen un último desprecio. Y seguiré mirando dónde poner el pie, y seguiré disfrutando del camino. Porque tantos kilómetros recorridos, tantas dificultades superadas para triunfar merecen cuando menos mi confianza y mi respeto. Y si el destino quiere que me lesione, o que me ponga enfermo como en Praga, el próximo otoño lo seguiré intentando. Porque en Lisboa no podré estar, pero seguro que hay fuentes en Edinburgo. Porque la lección que nunca olvidaré, es que a través del trabajo y la humildad se pueden conseguir grandes cosas, aunque uno sea (grande y a la vez) pequeño. Gracias por haberme enseñado tanto, Diego Pablo, gracias por haberme apoyado tanto en el camino: no sé cómo terminaré la marathon, pero te aseguro que lo daré todo.
Y el niño... Si finalmente nace muerto, le llamaremos Orgullo. Si finalmente es uno solo, Gloria si es niña, Glorioso si es niño. Y si finalmente son dos...
En fin, partido a partido.
Mucha suerte con el tuyo, Cholo
Un abrazo,