Llueve mansamente sobre las aceras. Un viento, como de otoño, agita las ramas de los árboles. La calle está vacía. Pasa despacio un taxi y cintilan, a lo lejos, los puntos de luz junto a la carretera. Las cosas adquieren una calidad difusa: hojas sin peso moviéndose en el aire, cabellos, bolsas de plástico, cerrar de puertas, la luna como un patinador dormido. Parece que hoy, al fin, se puede respirar. No como ayer, como anteayer cuando, vencidos de un cielo demasiado duro, mirábamos igual que dioses: dentro de ti tú mismo y aquello que de aquel que más amaste en ti pervive.