Definitivamente, somos la encarnación del diablo en el mundo del spanish football. Vean, si no, la portada de la edición electrónica del AS: "La prensa, crítica con el Atleti: rabioso y al límite de la norma". O la paradigmática crónica del infeable Sámano en El País: "Hubo incendios por todos lados, piernas de mármol, broncas y más broncas, reproches y más reproches. De la caldera no sacó provecho el cuadro rojiblanco [...]. De la crónica de sucesos no se libró ni Ansaldi, que no estaba convocado pero acabó en comisaría por un incidente policial. De traca". Lo que es de traca es mezclar lo que ocurrió en el césped del Calderón con la detención, retención o lo que fuera de un jugador en su vida privada. Pero poco importa: todo aprovecha al convento; el convento de la cruzada anticolchonera.
En esa cruzada, este fino estilista de la crónica deportiva, por esa escritura que mimetiza de forma chusca la retórica barroca que dominaba el cronismo deportivo español de los cincuenta y sesenta, es protagonista destacado. Lean otra joyita de este gongorilla de gacetilla deportiva: tan comprensivo [el árbitro] para perdonar patadas flagrantes de Mario Suárez a los tobillos de Messi como inflexible para condenar a La Pulga por desairar el balón con un punterazo". Claro, del juego sucio o antideportivo (perdón, astucia canchera) del argentino en los dos partidos anteriores contra nosotros, ni palabra, y menos aún de la tolerancia infinita de los árbitros con él. Los antideportivos ya se sabe quiénes son.
Todo este estigma, bien cultivado, se une al sólido prejuicio contra nosotros: no somos un grande, por eso jugamos siempre al antifútbol, para lograr lo que no nos corresponde, se supone que por algún derecho natural, de esos que antiguamente dividían a la humanidad en dos categorías: los que nacen para mandar, por poseer una especial dignidad, y los que nacen para ser subalternos, por su indigna cuna.
Pero no crean, no, que estigma y prejuicios contra el Aleti de Simeone sean fruto del azar, de una mirada despistada o meramente condicionada por esa concepción angelical, tiquitaquista, del fútbol. Porque uno y otros coinciden puntualmente con los intereses del duopolio que domina el fútbol español y de los medios de entretenimiento que se benefician muy directamente del mismo, por lo que lo alientan sin desmayo.
Qué asco.