Miraba ayer a mi alrededor a los seguidores deportivistas y no me daba ni para una sonrisa. Llego al hotel y me dice mi mujer "habéis perdido, lo veo en tu cara". De acuerdo que soy un tipo pesimista, demasiado exigente (con los otros y conmigo mismo), que exteriorizo mucho más el mal que el buen humor, pero es que cuando ejerzo de seguidor del Aleti gilesco, es como si me regodeara más que reafirmarme en esa forma de ser.
Vean ustedes, si no. Cuando el tal Teixeira pitó el descanso, casi tengo que despegarme los párpados con los dedos, amén de los varios bostezos con que obsequié a mis vecinos de localidad. Y juro que no abusé ni de los caldos ni de las tajadas gallegas para almorzar, además de haberme tomado un solo cargado de cojones, camino de Riazor. Pero es que el primer tiempo que vi me pareció impropio de un partido de Primera. Ritmo de pretemporada, fallos de patio de colegio (¡ay, Pablo!), y todo entre dos equipos que disimulaban a la perfección el que estaban jugándose mucho, si bien por muy distintas razones. Sólo la jugadita por la banda que originó el 1 a 0, me sacó del sopor. No era para menos, porque ver al Aleti entrar por esa demarcación es casi como ver un eclipse total de sol.
La botella de agua bebida durante el descanso, la meadita y el cigarrito en el pasillo, parece que me espabilaron. Pero los que de verdad me espabilaron fueron nuestro portero y el pequeño genio en un santiamén. Estaba en plena efervescencia de improperios al italiano, entre el susto de mis vecinos, cuando vuelvo la cabeza hacia el campo, justo para ver al Kun recibir, encarar y regalarnos una de esas joyas que sólo los ya escasos artesanos del balompié que como él quedan son capaces de fabricar. Oiga, la reencarnación de Romario parece este chaval en ocasiones. Y nuevo susto para mis vecinos, casi sin recuperarse del inmediato anterior. ¡Qué emoción! ¡Fútbol, coño, fútbol!
Visto que aquello estaba ganado sin casi bajarse del autobús, que se decía antes, vuelta a insistir el italiano, que parecía querer animar un partido que historia, lo que se dice historia, no tenía -por mucho que llevarámos nueve o diez años sin rascar bola en Riazor-. Esta vez, quizá aún con el gol de Agüero en la retina (¿o sería en el paladar?), ni me inmuté. Quienes sí que se inmutaron fueron los deportivistas, al punto de mutar en auténticos bichos vociferantes con el referí, ante lo que a mí también me pareció penalti del portero con las manos de mantequilla.
Lo demás que ocurrió, poco digno que contar tiene. Bueno, si acaso unos breves apuntes individuales y ambientales. De los primeros, reseñar que Agüero anda ya quemado, como era de prever. Aquella jugada del primer tiempo, en la que encara a dos defensas en el centro del campo e intenta irse por velocidad, perdiendo la partida a unos diez metros, lo corrobora. Que se deje de intentar presionar y de bajar a la media punta y se reserve para esfuerzos cortos, en los que su físico y su enorme clase le bastan y sobran, como bien patente dejó. Lamentable Pablo, que cada vez es peor sacando el balón y a veces tiene fallos por alto (como su remate de córner del primer tiempo y la "peinada" a propia puerta del segundo) que son imperdonables en un hombre de su estatura. Buen primer tiempo de López, aunque en el segundo, bajó como la marea -con todo, se agradece la ausencia de Pernía-. Y excelente Perea en el lateral, donde se cubre con mucha dignidad, y hasta se le perdona que no sea capaz de subir la banda -también se agradece la ausencia del griego de cables cruzados-. De los segundos, los ambientales, decir que el ambiente en Riazor es pésimo. Flojísima entrada, público que ha bajado de la nube lendoiriana como por una montaña rusa, por lo que no parece reponerse del susto. Allí huele a segunda que atufa. De las peñas colchoneras, ni rastro (ni visual ni auditivo). Y para remate, excelsa demostración de ambos grupos radicales, ultras o como quieran llamarlos. Los hunos, subidos a la estrella roja, venga a darle a lo de que los españoles somos unos hijos de ***. Los hotros, ondeando a Osborne y, para celebrar el triunfo, entonando el Cara al Sol.
A ver qué deparan los próximos y barrunto que más serios envites. Como no puede ser menos, soy, dejémoslo así, poco optimista.