DE CÓMO DON FULANO SE APROPIÓ INDEBIDAMENTE DE UNA NACIÓN, Y DE LO QUE ACONTECIÓ CON ÉL
Despertóse allá mediada la noche, sacudiéndose las pajas de
la boca y las ratas de los pies. Por la puntera de su siniestra bota, uno de
los roedores habíale entrado hasta las falanges, y mordido con saña tal el que
en otros cuerpos fuere dedo gordo, y en él flaco, que sacóle a empellones y
alaridos del camastro. Los recuerdos, esos felones, habíanle vuelto a atrapar a
la altura de los cabellos, y entre el despeinado, halló la guisa de colarse en
su siesta como si de un sueño se tratare. Y a don Eulogio de Calderón y
Manzanares, hidalgo de España por la gracia del Señor, caballero profeso de la
Orden del Metropolitano, y primer espada en cualesquiera guerras con infiel o
enemigo a sus santos Colores, íbasele el alma a la altura de sus raídas calzas
cada vez que el sueño osaba cogerle la consciencia. Pues, tratábanse de cuando
todas aquestas cuitas, para tanto profano harto banales, refulgían cual lucero
del alba a plena luz. Voto a Neptuno, que no tratábase de la luz con más
laureles ni mayores dineros; empero sí que tratábase de la que más lucía. Con
todas sus hieles, vinos y rosas. Que bien sabe Dios que los había... Aquestos
sueños que digo, dábanle placidez al hidalgo, pues sólo en sus sueños su alma
hallaba consuelo. ¡Qué batallas las de entonces!. ¡Qué guerras a mandoble,
finura y coraje!. ¡Que de pendones enemigos se postraban a sus pies!. ¡Qué
bienhallados y bienamados tercios paseaban sus blasones por tierras propias y
ajenas!. ¡Con qué respeto eran mirados de un confín al otro!...
Ansí que, una vez escapado del sueño, despertábase madrugada
tras madrugada, año tras año, a la realidad que ofrecíasele en la vida que
agora hollaba. Echábase los suyos ojos hacia su jubón polvoriento y ajado. Su
chambergo roído por las ratas, de la mesma razón que sus botas. La suya espada,
mellada y carcomida por tanta roña como deshierro. Su pendón de guerra, en más
descolorido que mugriento, haciendo esquina en uno de los recodos de la su casa
en ruinas. En amenaza de derribo por real decreto. Las faltriqueras, otrora
repleta de maravedíes y doblones, vanas cual talega de presidiario. Agora, sin
un mendrugo de amasada harina que llevarse al gaznate, habría de salir, como lo
llevare faciendo durante tantos años, a las sombras de la calle, do ha de
mendigar el pan y la sal de la jornada.
¿Qué fue de aquellos reyes por los que hubiera jurado amor
eterno y ciego sobre la cruz de su espada?. ¿En qué lugar de aquél mundo
estarían los generales que ha algún tiempo hicieronle sentirle soldado?. ¿Qué
mentecato cruzado con mastuerzo mantenía el gobierno, la horca y el azote de
aquélla su amada patria?. ¿Qué soberano que se preciare seguiría faciendo
contrata de sueldos y fama a tantos y tantos capitanes y guerreros que, como
sus reyes, no llegaran ni a la suela de los borceguís de tamaña nación?. ¿Dónde
estaban las turbas, los patriotas, que han de velar por los siglos de los
siglos para que su país no fuere mancillado por gentes ajenas y carentes de
sentir alguno?... ¿Habría, pues, de usar esa misma espada con la que tanta fama
y gloria ayudó a medrar para su corona; rayada en Rojo y Blanco, con una miaja
de Azul, para quitarse su propia vida?. O, lo que sea peor acaso, ¿habrá a la
sazón que morir matando?.
Hidalgo. Viejo, altivo y curtido hidalgo. Duérmete en el
placer simpar del sueño. Pues hete que, una vez despertado del mismo, las
preguntas acabarán dándote a tu propio cuerpo muerte. Sal y almuerza. Que non
te puedan poner el apellido de “violento”. Y que su lugar, sea menester ocupado
por el de “mentecato”. Y, ante todos los pensamientos, no se olvide vuesa
merced de animar. Que en la oración, hállase sin duda alguna la salvación.
Acuérdense voacedes de aquél tiempo en que se animaba a
Rucio, para que cortara el viento como Rocinante.
“...Si un tiempo fuertes, ya desmoronados...”
S I E M P R E A T L E T I.-