Publicado por Fran Guillén
Sospecho que, dentro de Simeone, hay un delantero llamado Diego Costa.
Uno embiste, como poseído, a la vez que el otro bracea desde la banda,
como chamán en trance. Y esa telequinesis deriva en una comunión
futbolística que ha forjado un sello propio. Un estilo en el que, como
en el Roundhouse a finales de los 60, importa más la actitud que la
finura en los acordes.
Contaba el fotógrafo Bob Gruen que una noche, durante la gira de los Sex Pistols por los Estados Unidos, a Sid Vicious se le antojó un bistec con un par de huevos. Tras esperar en un bar de carretera, a punto ya de empezar a cenar, un redneck
se le acercó y desafió su dureza, despachurrando un cigarro contra la
palma de su mano. Vicious, poco impresionado, agarró con desdén el
cuchillo de carne y se rajó sin hacer alardes, inaugurando un torrente
de sangre que cayó de lleno en los huevos fritos. A continuación, miró
al tipo y, con una media sonrisa, mojó el pan en las yemas teñidas de
rojo.
Costa
se encuentra cada día con centrales que se aplastan colillas en la
piel. Y él también los desafía con sorna, haciendo casi siempre que sean
sus propios rivales los que acaben perdiendo las formas. Se siente
cómodo rasgándose su chupa de cuero y sacándole la lengua al público. La
exuberancia de alguien que se cree inabarcable ha provocado el reventón
de un muchacho que ha dejado atrás trasnoches y sobrepesos. El «Cholo»,
listo él, se limita a quitarle el candado a su jaula y a dejarle la
puerta entreabierta. Luego, se regocija cuando ve a Costa dentellear
defensas como los caimanes devoran trozos de pollo.
En
ese Atlético bélico, donde todos son hormigas obreras, la fiereza de
Diego Costa toma una dimensión formidable. Tirando desmarques,
diagonales y demarrajes. A campo abierto. Allí es donde el galope del
brasileño gana partidos y revalúa a sus compañeros. Y en formación
tortuga es como el equipo ha empezado a mirar a todos desde arriba,
líder en una liga en la que es complicado pronosticar las consecuencias
que tendrá una fiabilidad semejante. Real Madrid y Barcelona parecen
todavía mucho bocado, incluso para tanto apetito.
Los
reclutas de Simeone seguirán tejiendo campos de minas y haciendo que el
contrario les sienta respirar durante todo el partido. Diego Costa
continuará corneando a quien pretenda recorrer a su lado la calle
Estafeta del área. Todos cómodos en el sufrimiento, desafiando al poder
establecido y haciendo, como cantaba Fito Páez, de la vida una balacera.