Domingo García
madrid- Agüero está dormido todavía. Todavía no ha
superado la diferencia horaria ni el cansancio producido por los
Juegos. Camina por el campo, no corre. Y cuando ataca el Schalke se
convierte en el líbero del equipo alemán. Da la impresión de que ha
salido al campo sin quitarse las legañas. ¿Un vago? No, un genio.
Se
transforma cuando agarra la pelota y juega por él y por todos sus
compañeros. A veces, ni siquiera le hace falta jugar. Le basta con
estar en el sitio para rematar de cabeza un centro de Perea. La
eliminatoria está igualada y el estadio lo reconoce con un grito
tribal, «Kun, Kun, Kun», que retumba en la grada. Porque el Calderón no
es del Atlético ni del Ayuntamiento. El Calderón es de Agüero.
El
viejo campo recupera la memoria y la afición vuelve a ser la mejor del
mundo. Los tiempos en que el Atlético peleaba con los grandes del
continente han vuelto, aquellas épocas en que los rojiblancos eran
capaces de ganar algo. Pero todo es culpa de Agüero. Y cuando Forlán
marca el segundo, el que clasifica a su equipo para la Liga de
Campeones, la gente, agradecida, grita «uruguayo, uruguayo». Era el gol
que le faltaba a Forlán para que dejaran de considerarlo un delantero
sospechoso, irregular. Un tipo en el que no se puede confiar. Pero lo
que le pedía el alma al estadio era volver a dar las gracias al «Kun».
Y les dio motivos para volver a hacerlo. El tercero y el cuarto, los
goles que nadie imaginaba porque nadie sospechaba que se pudiera vivir
tan cómodo en las puertas del paraíso, llegaron por su culpa. En un
pase a Luis García y en un penalti que las jerarquías y su entrenador
no le dejaron tirar. Aguirre lo cambió antes del lanzamiento para que
el Calderón volviera a gritar. Aunque fuera a destiempo. Antes, el
Calderón se había puesto del lado de Maniche en la pelea con Aguirre.
Lo aplaudió cuando lo cambió por Assunçao. El estadio sabe quién es el
bueno. Al menos para él. Y no es Aguirre.
Agüero
ha transformado al Atlético en un equipo de Liga de Campeones. Pero no
es culpa suya. Al fin y al cabo, él es un elegido. No es el hijo de
Dios, es sólo su yerno. Pero ha demostrado que es capaz de hacer
milagros. El «Kun» ha devuelto la sonrisa a su afición. Han pasado doce
años, pero gracias a un niño que tenía ocho la última vez que el
Atlético jugó la Copa de Europa, los rojiblancos han vuel o a sentirse
uno de los grandes.
Hubo tiempo hasta para que el
público hiciera la ola. Ya no se acordaban de lo que era esto. Pero
ahora sabe que es divertido. Y lo agradece, gracias «Kun» .