foto = new Galeria( document.images["Foto"], Array('/diario/2008/11/10/futbollocal/thumb/river.jpg'), document.getElementById("FotoEpigrafe"), Array('Fue su último grito en Núñez. Sí, otra vez, fue con todo.'), document.getElementById("vinculoFoto"), Array('986369'), document.getElementById("numeroFoto") ); foto.setFoto(0);
El pulgar derecho se escapa de la venda que le cubre la mano. La
izquierda busca el corazón. Junta las dos palmas y aplaude. Los ojos,
como en México, se le llenan de lágrimas. Seguro, de tristeza. Quizá,
también de felicidad. Por primera vez, desacelera el paso antes de
meterse en el vestuario. Y disfruta. Saborea el reconocimiento. Bah,
reconocimiento: la ovación. Tremenda. Inesperada, sí, porque en
definitiva se va con el equipo en el fondo de la tabla. Pero
fundamentalmente una ovación conmovedora. Casi como su último grito
como técnico de River. Casi como esa corrida de Tuzzio para abrazarlo,
para ponerle el pecho y gritarle públicamente lo que todos los
jugadores vienen pidiéndole desde que se enteraron de que no iba más.
"¡Quedate, la concha de tu madre!". Pero no hay vuelta atrás. El
clásico ya se terminó. Y aunque el Monumental reviente, el ciclo del
Cholo en River también se terminó.
"Cholo, ignorá a los
ignorantes. Quedate", se lee en una de las banderas que cuelgan de la
Belgrano alta. "Cholo gracias", se ve en otro trapo ubicado en la San
Martín media. Antes de que Diego Simeone salga a la cancha se advierte
que los hinchas llegaron al Monumental predispuestos a despedirlo bien.
Y se comprueba cuando la voz del estadio anuncia el equipo.
Indiferencia, silbidos e insultos para los jugadores. Aplausos y más
aplausos al nombrar al DT. Lo mismo sucede cuando River se mete en la
cancha. Los gritos lo endulzan, lo bañnan y él, tímido, se levanta y
agradece. La escena se repite, idéntica, al final del primer tiempo y
antes de que arranque el segundo. No importa si el equipo, su equipo,
está perdiendo 3 a 0 ante Huracán, si continúa último, si viene de ser
eliminado de la Copa Sudamericana, si de los cuatro superclásicos que
jugó en el año (dos amistosos y dos oficiales) apenas ganó uno (en el
verano, claro). La gente, como no hizo ni con Passarella, ni con Merlo,
ni con Astrada ni con Pellegrini, destaca su forma de trabajar, su
profesionalismo. Valora, obvio, el título que le dio al club después de
cuatro años de malas y sólo pone la lupa sobre los jugadores. Esos
mismos players que le piden y le suplican que no se vaya. Que apenas
Collado marca el final del partido, se juntan en el círculo central,
miran hacia el banco y se preguntan "¿dónde está el Cholo?".
Pero
el Cholo ya está en el vestuario junto con todo su cuerpo técnico.
Esperándolos. Y son sus colaboradores los primeros que hablan. Hasta
que llega su momento. "Les agradezco lo que me dieron. De corazón. Sé
que van a salir y también que nos vamos a volver a encontrar", se
despide para, después, saludarlos uno por uno. En la antesala del
camarín lo esperan su mujer y sus hijos. Tienen otra de las banderas
que lo hicieron emocionar. "Orgullosos de vos. Te queremos", dice y
lleva la firma de Giovanni, Gianluca, Giuliano y Caro.
La
conferencia de prensa se convierte en un breve discurso (ver aparte).
Para no perder la costumbre da explicaciones. Esta vez, no de las
futbolísticas. También agradece. Nada dice de los rumores que lo
vinculan, en un futuro cercano, a Vélez. Recién cuando la voz se le
entrecorta, se levanta y sale hacia el vestuario. Hace rato que el
clásico terminó. Pero aún hay gente en las tribunas. Cantando, saltando
y bañándolo con un grito que, seguro, recordará para siempre. "Olé,
olé, olé, olé, Cholo, Cholo".