"Como
aconsejan en el metro, antes de entrar dejen salir". Cuesta creer que
Enrique Cerezo sea un habitual del metropolitano madrileño, pero lo
cierto es que sus recomendaciones se las conoce al dedillo. Porque así
de original fue la respuesta del presidente del Atlético al ser
preguntado por la posibilidad de que el club acuda al mercado, antes de
que se cierre el 31 de agosto, en busca de alguno de los fichajes
solicitados por su técnico, Abel Resino, que clama por un lateral
derecho y un centrocampista. Confirmada su presencia en la próxima
edición de la Liga de Campeones, el Atlético se ha asegurado, como
poco, 20 millones de euros, que pueden ser más según la ronda en la que
finalice su andadura europea. Ese dinero debería servir para aumentar
un plantilla "escasa", según Abel, y coja en muchas demarcaciones.
Pero, ya se sabe, "antes de entrar dejen salir". Y del Atlético no sale
nadie. Unos, porque no quieren; otros, porque nadie les quiere. Es éste
el caso de José Antonio Reyes (Utrera, Sevilla; 1983), cuyo regreso,
tras su paso por el Benfica, ha supuesto una nefasta noticia para el
club.
Mediado el segundo tiempo del partido de
vuelta ante el Panathinaikos, Abel ordenó calentarse a Reyes. Su
presencia en la banda provocó la inquina de buena parte de los
asistentes, amén de los correspondientes insultos vomitados por la
facción más ultra de la grada. Se repitió la escena cuando saltó al
césped en vez de Simão. La pregunta a Abel fue obligada: "¿Qué le ha
parecido el trato del público a Reyes?". "Estamos empezando la
temporada y vamos a cambiar esto", respondió el técnico. "Lo está
haciendo bien y vamos a ayudarle a que haga las paces con la afición.
Reyes es un jugador del Atlético", añadió, conciliador, como si, de
repente, quisiera que Reyes siga en el equipo. Pero no quiere. Lo suyo
tiene un nombre: resignación.
Difícilmente se habrá escrito en el
fútbol una página como la de Reyes, una caída a los infiernos
(deportivos, no económicos) con sólo 25 años, tan brutal. El chico se
asomó al escaparate a los 16 años y 151 días, cuando debutó en Primera
División con el Sevilla, el quinto jugador de la historia de la Liga
más joven en estrenarse. Su rapidez, sus regates, sus goles, enamoraron
al Sánchez Pizjuán. Y enamoraron a Arsène Wenger, entrenador y gurú del
Arsenal, que se lo llevó a Londres a cambio de 30 millones.
Tres
temporadas vivió en Inglaterra. O malvivió, según sus propias palabras.
No soportaba la ciudad, el clima ni la lluvia que le mataba (el primer
día que pisó la capital, en enero de 2004, cayó una enorme nevada). Ni
soportaba el idioma ni a la gente quizá. Y, como los muesos, las
exposiciones, los conciertos, el cine, el teatro, no eran lo suyo, se
entretuvo coleccionando coches, desde un Mercedes McLaren que vio
conducir a su por entonces compañero Henry, hasta un Ferrari último
modelo, pasando por Porsches y similares. Hasta 14 utilitarios acumuló.
Harto
del Arsenal, de la lluvia e incluso del Big Ben, Reyes forzó su salida.
Wenger, frustrado y cansado del jugador y de la sucursal de Utrera que
acampó con él en Londres, aceptó su cesión al Madrid a cambio de
Baptista y nueve millones, trueque ideado y ejecutado por Mijatovic, y
el sevillano se vino feliz.
Una temporada duró. Fue protagonista
del título ganado por el Madrid al marcar dos goles en el último
partido de la Liga, ante el Mallorca. Tan destacado colofón a la
temporada convenció al Atlético, que se lio la manta a la cabeza y
acordó con el Arsenal, propietario del jugador, su traspaso por 12
millones. Su presentación en el Atlético fue sonada. Los aficionados
que acudieron al Calderón cargaron contra él por su pasado madridista.
"Es lógico", declaró Reyes, "pero cambiaré su opinión". No la cambió.
Su periplo a orillas del Manzanares fue lacrimógeno. Disputó 26
partidos de Liga, diez de ellos como titular, pero sólo uno completo.
Lo más destacado de sus estadísticas fueron dos expulsiones y cero
goles.
Semejante palmarés no arredró al Benfica, que pagó 2,2
millones por su cesión. Tampoco fue feliz en Lisboa, la tercera gran
capital europea en la que vivía, con su novia, su familia y su madre al
quite, siempre vigilante. Problemas de idioma no tenía, más que nada
porque el entrenador del equipo era Quique Sánchez Flores, cuyo dominio
del castellano está demostrado. Treinta y un partidos oficiales jugó en
el Benfica, en los que consiguió cinco goles. Pero su actitud hizo
explotar a Quique. "Su rendimiento ha sido cero. Estoy decepcionado",
declaró. Y al Atlético, con el que tiene contrato hasta 2011, regresó,
dejando en su currículo cuatro traspasos o cesiones desde que salió del
Sevilla, por un montante total de 53,3 millones, convertido en el
futbolista español en el que más dinero se ha invertido.
Pero ya
no cuela. Todo el verano lleva el club intentando colocarle, sin
conseguirlo. Tentó el Atlético al Benfica, que tenía una opción de
compra por seis millones. No, dijeron en Lisboa, donde prefirieron
pagar siete por el madridista Javi García. Y siguió el Atlético bajando
el precio: cinco, cuatro, tres... Nadie aceptó. "No hay manera de
colocarlo", claman en el Manzanares. Y ahí sigue Reyes, de rojiblanco,
con sus 2,5 millones de sueldo anual, sus coches, su sonrisa, que sólo
desaparece con la lluvia, y sus chistes. Y con la inquina de la afición
y la desesperación del club. "Reyes es jugador del Atlético",
sentencia, parece que convencido, Abel. "Por desgracia", apostillan en
voz baja fuentes del club.