Ser del Atleti
Se suele recurrir al tópico de que los atléticos lo somos porque nos
gusta sufrir. Nada más lejos de la realidad, a nadie le gusta padecer.
Si somos atléticos es porque nos gusta serlo, así de simple. No es tanto
lo bueno o malo que acarrea ser del “Atleti” como el mero hecho de
serlo.
Ser del “Atleti” es asumir como pasión a un equipo que se encuentra ante
la difícil tarea de ser siempre grande sin poder serlo. Es aceptar la
presión de conseguir unos logros que no quedan a tu alcance, es creer en
el milagro permanente y a veces, verlo hecho realidad. Es creer
firmemente que te va a tocar el Gordo con un solo décimo, y que a veces
te caiga. Eso es el Atleti, y ahí está,reclamando una cuota de ilusión
que le viene grande, con un puñado de locos detrás que, instalados en la
fe más absoluta, han llegado a ganar 9 Ligas y 9 Copas del Rey, una
Intercontinental, una Recopa de Europa y ahora, una Europa League.
Ser del “Atleti” es un poco defender la dignidad de quien no cayó de
pie, pero tiene derecho al laurel por su ahínco, su fe, y su ilusión.
Porque las instituciones, al igual que las personas, nacen bajo ciertos
signos que marcan su vida. Y el día que mi “Atleti” vino al Mundo no se
repartía éxito por condición, se repartía la estrella del esfuerzo, y se
racionó hasta límites insospechados la Fortuna. Por eso, porque nació
bajo ese signo, todo lo que el Atlético de Madrid lleve a buen puerto
será mediante una lucha y un empeño similar a los que hacen posible que
un salmón remonte un río contracorriente. Y por supuesto, en el último
instante, porque de amor por el suspense andamos sobrados. Fíjense qué
pocas veces gana el “Atleti” jugando mal, y cuántas pierde haciéndolo
bien.
Es el Atleti, además, una magnífica Escuela de Vida. Con mayúsculas. Un
recordatorio de que a pesar de ser un juego, el fútbol no es extraño a
las circunstancias cotidianas, sino una obra de teatro en la que tantas
veces se escenifican triunfos, miserias, golpes de fortuna, injusticias,
prodigios, sonrisas y lágrimas. Y en el apartado de las emociones creo
que mi equipo pone la mayor parte.
Son muchos los partidos del “Atleti” que toman tintes de tragedia,
innumerables los que pueden hacer comprender a un niño la triste
realidad de que la Justicia a veces es esquiva al que más se afana por
triunfar; miles los que a mí de adolescente me desengañaron de que el
trabajo es garantía eterna de éxito; cientos los que me mostraron que no
es extraño que te curres a una chavala un mes, y el día que crees que
te la llevas al huerto te la levante uno que pasaba por allí.
Ser del “Atleti” es a veces un curso acelerado de madurez y realidad.
Pero también son muchos los partidos y logros del Atlético de Madrid que
me pusieron ante la certeza de que jamás llega arriba quien no sabe
cuáles son sus armas o cuánto hay que desear algo para que ocurra; y qué
maravilloso es levantarse cuando parece que se ha acabado el Mundo.
El Vicente Calderón es un sitio donde se va a contemplar un espectáculo,
que no es sólo un deporte, sino un juego donde se percibe de forma
mágica y nítida la existencia. Para muchos aficionados al fútbol su
equipo es su vida. Para nosotros, es la vida, porque tenemos la
posibilidad de sustituir el sentimiento por el placer de una
contemplación: la de esa vida, a la que ves latir con cada lance del
juego en partidos donde no se preveía, y que no se presenta el día que
más la esperabas.
Por eso, el atlético no va al fútbol a olvidar sus problemas, va con la
esperanza de ser testigo de una metáfora de ellos en torno a un balón.
Ser del Atleti es la grandeza de contemplar que, aunque había sólo un
agujerito, hemos cabido por él, y por él nos hemos metido, básicamente
por creer que era posible cuando otros se dan la vuelta y se dedican a
otra cosa.
Y a mí, todo esto me encanta. Me gusta ser del “Atleti”.
Este artículo se lo dedico a mi amigo y compañero Carlos Lorenzo. Gran persona, magnífico Aviador, y Atlético de pura raza.