Abr 28
Nuevo escenario. Cerezo se revuelve y carga contra
la hinchada que no le soporta, la desafía, se permite el lujo de marcar
qué es lo que debe o no hacer la grada, qué puede o no decir. Proclama
abierta y llanamente que no le importa lo que piensa y grita esa gente,
como si ya fueran forasteros de su propia casa. Pone por delante sus
acciones o las del que se esconde a su espalda y deja claro que el
Atlético, lo que queda de él, es suyo y punto. La afición no cuenta, no
son correligionarios, no son nada. Si acaso sus clientes, pero ni
siquiera les trata y cuida con la diplomacia que recomiendan los
principios básicos del negocio. Cerezo se ha remangado y no se achanta:
tú, 55.000 atléticos y cuantos más. El Atlético son sus lentejas, si
quieres las tomas y si no las dejas.
Un pulso nuevo, diferente, cuyo desarrollo conviene atender con
curiosidad, porque puede cambiar para siempre una concepción del fútbol
que ya se intuía agotada. No es un asunto deportivo, es un decisivo
conflicto institucional. El Atlético y la batalla final. Sus
propietarios desde un punto de vista formal y hasta legal
(indebidamente) contra los dueños de los sentimientos y las emociones.
¿También en el particular mundo del fútbol puede más un papel en el
registro de la propiedad que el aliento y la pasión de miles de
corazones? Nadie se había atrevido hasta ahora a comprobarlo. Cerezo
cree que ha llegado el momento. A ver quién puede más.
Los pronósticos corren del lado del Consejo de Administración. Está
unido, en esta batalla sí, y cuenta con aliados. Todo lo contrario que
su rival, la afición del Atlético, que crece dividida y confundida,
hipnotizada por unos cuantos anuncios y una leyenda que la engrandece
de forma postiza. No queda rastro del Atlético, de lo que fue y lo que
significó, y ni se ha dado cuenta. Le han birlado su identidad, han
pisoteado sus símbolos y sus valores, y ni se ha enterado. Aplaude y
grita pero no sabe muy bien a quién y por qué. Y ahora pretenden darla
hacia fuera el empujón definitivo. Está noqueada. Sus enemigos, los que
se quedaron con el club, lo saben. Parece airada y beligerante, pero en
el fondo asiste a su defunción con los brazos cruzados. Cerezo pone la
voz y ya no hace esfuerzos ni por disimular: 55.000 atléticos y
cuántos más, bah. El Atlético ha perdido, ellos ganan.
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