Desconcertante, lo de este equipo. Su ánimo o actitud es como una montaña rusa, pero dentro del tren de la bruja; o sea, que no ves cuándo llega la subida, la bajada o las curvas pronunciadas.
La teoría de la falta de liquidez, de la que yo mismo salí convencido del Calderón el día del Osasuna, se me va al garete con el partido de ayer. A no ser que cobren por semanas, como antaño ocurría con los peones. ¿Cobrarán esta semana, y nmantendrán la actitud ante el Numancia, o esta semana no toca y veremos otra charlotada como las dos anteriores? Cierto que lo del día de las peñas es una cita con la mamarrachada casi asegurada.
En cambio, lo de los 10 últimos y lastimosos minutos de ayer, cuando el partido parecía más que visto para sentencia, no tiene tanto misterio. Se marcha el Kun, cosa que parecía lógica, por su derroche y porque, con el tiempo que faltaba, cualquier equipo saca un tío para reforzar el centro del campo y tocar más; vamos para dormir el partido que se dice. Pero va y resulta que el equipo lo interpreta como que al irse el argentino es que ya se ha acabado el partido; dejan de presionar y, encima, Banega, que se ofrece continuamente, el hombre, pierde un balón idiota y llega la primera oportunidad del rival. A partir de ahí, el pajillero se esconde. Con su desaparición, y la de Simao, agotado, se acabó el toque y la posibilidad de aguantar la bola, porque el resto de esto no sabe. Así que a sufrir. Y cómo no, llega una falta lateral. Cagada de turno de defensa y portero, y a sufrir.
¿Pernía? Muy malo, sí, pero ya antes de que él saliera, Pablo Álvarez nos había dado dos sustos de muerte, con Antoñito López en el campo.
Con esta retaguardia, que es una venta plazo fijo, porque fijo, fijo que hay dos o tres cagadas monumentales por partido, como mínimo, y este elenco de centrocampistas y atacantes, o jugamos a tumba abierta, presionando mucho y saliendo a toda mecha para que los de arriba se las ingenien con algún espacio, o la jodemos, porque no se sabe construir con pausa ni tener la bola.