Bueno, pues ya estamos en la final. El camino era sencillo, y las complicaciones que hemos encontrado nos las hemos puesto nosotros solos.
Ayer estuve en El Sardinero, y la verdad es que apenas me enteré del partido. Entre que éste se acabó en el minuto 7, a efectos reales, lo que pasó en los aledaños del estadio al entrar, la disputa en la grada y la *** mierda de localidad, no puedo dar opinión de lo que ocurrió sobre el césped.
Justo cuando iba a entrar, a eso de las nueve un poco pasadas, resulta que el Frente estaba en la puerta de acceso de los seguidores visitantes. Yo iba un poco con la mosca tras de la oreja, pues al salir de cenar vi, al fondo del parque que hay delante del estadio, a un grupito de mozalbetes -no más de 20 y de edades no superiores a los 16 o 17- quemando bengalas, tras lo cual se dirigieron hacia los alrededores del campo. Pues bien, cuando me faltaban no más de 10 metros para alcanzar la puerta, por el rabillo del ojo, a lo Andújar o lo Guti, vi que el grupito en cuestión, desde la calle, unos tres metros más alta que la acera del estadio, empezaban a sacar una especie de cartuchos de dos bolsas. Me paré al instante, y en cuestión de segundos varias benagalas, seguidas de múltiples botellas, volaron sobre la cola de aficionados colchoneros. Afortunadamente, no hubo daños mayores. Pero, claro, aquello calentó aún más un ambiente que ya estaba caldeado.
Al empatar el Aleti tan pronto, y dejar más que sentenciada la eliminatoria, todo lo que pasó a continuación ocurrió en las gradas. Cautivas y desarmadas las huestes de Corocotta, el Frente se adueñó del ambiente, y ello fue demasiado para los cántabros, que respondieron puntualmente a las chanzas y groserías habituales de nuestros ultras, con ese desparpajo tan propio del inferior frustrado por la nueva negación al ansia de salir, aunque sólo sea una vez, del agujero de la insignificancia. Justo en la frontera que separaba a ambos bandos, pegadito a un córner y flanqueado por una escuadra de antidisturbios, ¿quién coño se iba a enterar de lo que ocurría en el ya intrascendente partido?
Afortunadamente,como tenía el coche un poco en el quinto coño y el pesacado estaba más que vendido ya cocinado, me largué del campo antes de acabar el partido, con lo cual me pude ahorrar la exhibición de tontuna y los dos goles finales de los corocottinos. Este equipo, cuando no la caga a pulso directamente, como mínimo parece incapaz de irse a casa sin, al menos, un par de palominos en los calzoncillos.