Te tuve presente, Chinasky, mientras leí Peleando a la contra. Bukowski siempre parece que se va a pasar -que se va a despeñar yendo de malo o de perdedor o de lo que sea- pero, al final, nunca se deja ir, nunca decae ni es trivial. Procede por demolición para que, en mitad de la nada o del asco, algo resplandezca de verdad. Gran escritor. Gran compasivo, debió de acabar por hacerse una buena persona si es que no lo fue desde siempre.
A Virgilio no le he leído. Ni a Séneca. Sí, un poco, a Cicerón, de quien De senectute me parece memorable. "Libro áureo" dice Pla de él. Con respecto a Homero, dejé la Ilíada a la mitad porque cometí el error de leerla en la versión rítmica de García Calvo -inmejorable, sin embargo, en lo de Heráclito-. Sí he leído la Odisea: prodigiosa, pura geometría en su estructura, absolutamente carente de retórica; parece como si todo lo que allí se dice tuviera un peso, una realidad inobjetable más allá de los hechos. Y esto en español, con que imagínate en griego. Pero no sé griego.
Dice Bacharach que le va la prosa densa; esa, quizá, cuyo estilo calificaba Connolly como "mandarín". Me parece perfecto. Además, él sabe inglés. Por qué no internarse entonces en Henry James y, sobre todo, morosa, infatigablemente, en la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, de Gibbon. Un poquito cada día, como para poner el resto de las cosas -tan chirriantes- en su sitio. Ello, claro está, suponiendo que no lo haya hecho hasta ahora. Lo que yo creo que no ha hecho (porque si no algo nos hubiera dicho) es interesarse por el propio Connolly y me parece que Enemigos de la promesa o La tumba inquieta le gustarían mucho.
Kojku nos pide alguna recomendación de libros para su hijo. Ignoro la edad de su hijo pero le ruego no establezca diferencias entre literatura infantil y no infantil. No tiene más que dejarse llevar por su sentido común acerca de lo que al niño puede gustarle, teniendo siempre en cuenta, como seguro que él lo tiene, que los niños son niños pero no tontos. O sea que, por ejemplo, de la colección de Barco de Vapor, salvo lo de Fray Perico y su borrico, debe huir como del fuego. Si la criatura es muy pequeña, los cinco o seis cuentos de Sapo y Sepo son sensacionales. Una maravilla. Y los cuentos de toda la vida leídos por cualquiera de sus padres, preferentemente por la noche. Esto es importante. Que la letra impresa produzca miedo es bueno. Que produzca pena, rabia o alegría es bueno. Aburrimiento, malo. Especial reconocimiento merecen unas cuantas joyas que nunca olvidará quien las lea: El príncipe feliz, de Wilde, casi todo Andersen o la colección de cuentos para niños de Isaac Bashevis Singer. Si la criatura tiene nueve o diez años y le gustan las aventuras (que no a todas les gusta), propóngale Stevenson, tal vez Salgari, London, la deliciosa Tom Sawyer y otros. Los de siempre. Y en cuanto llegue a trece, Dickens, Tolstoi, alguna de Galdós, Huckleberry Finn, lo de Sherlock Holmes y el inmenso Poe traducido por Cortázar. Mire, si no, el comienzo de Morella: "Un sentimiento de profundo pero singularísimo aprecio me inspiraba mi amiga Morella". Todo el misterio, toda la naturaleza humana sugerida con la máxima contención en una frase. Impresionante. Y además El padrino, que es buenísima. Y decenas más, entre las que nunca habrán de figurar, para mi gusto, El principito ni Platero y yo.
Animo a Kojku, por último, a que nunca deje de leerle poesía. Sin énfasis, sin parar al final de cada verso si no hay coma, exactamente igual que la prosa, de manera más fría si cabe, como un informe pericial. Desde Manrique hasta Luis Alberto de Cuenca.
Y todo ello, salvo mejor criterio de cualquiera de los presentes, para llegar a los cuarenta y tantos y constatar que lo mejor ya estaba escrito antes de 1.800.