Es verdad lo que decís pero ya es hora (o, quizás, a partir del inicio de la próxima temporada) de que este chico empiece a dejar de ser víctima de su propio personaje. El personaje que su carácter, desde luego, pero estimulado en un momento dado tan solo en una de sus facetas (la que, después de varios trenes perdidos y una lesión grave más le distinguía de los otros, la que más valor le daba y de forma más rápida e incontestable) por Simeone con el fin de liquidar un mito odioso y absolutamente incapacitador: el de ser considerado un futbolista solo de temperamento, incapaz de dominarse a sí mismo y, en resumen, mal profesional y hacer de él, por el contrario, un jugador consistente, digno de crédito para sí mismo hasta el punto de atreverse a ser el segundo en el escalafón de delanteros, ha terminado por modelar. Es ya hora de que la persona (en la medida de lo posible, que jamás es del todo), se detenga un minuto, se libere del personaje que le vampiriza y deje espacio al jugador que lleve dentro, con su calidad (entendiendo por ella no el talento para hacer rabonas o darla de tacón sino ese otro que, incluso antes que nada, depende del carácter mismo), porque así como una tienda de campaña se levanta sobre dos, tres o cuatro palos que le sirven de sostén, así también ocurre con la personalidad, que va tomando forma poco a poco apoyada en potencias que uno desarrolla y después va olvidando no porque dejen de estar presentes sino porque al haberse convertido en acto son ya parte del conjunto y se han hecho indistintas de él. Esta es la labor que a Simeone le queda por delante y entonces podríamos decir que se habría convertido en su segundo padre.