De lo que puede hacerse pensando acerca del deporte da idea algún ensayo de David Foster Wallace. Por supuesto, nadie va a pedirle a un periodista deportivo algo parecido. Nadie va a exigirle ni a esperar de él algo así. Pero sí que, lo mismo que a un cerrajero, a un arquitecto o a un ebanista, piense. Que ante ese llamado "vacío de la hoja en blanco" que, según conjetura con prudencia Ferlosio, se traduce en el ánimo del escritor en un indecente "y ahora, ¿qué coño escribo?", el periodista, por lo menos, ya que tiene que comer, se ponga a pensar y no exactamente a lo contrario: a no pensar, a maquinar, a elaborar inanidades y mediocres insidias. De todas formas, víctima quizá de una piedad mal entendida, a muchos periodistas deportivos (que hace un tiempo tanto me irritaban) yo ya les miro como miraba mi madre a ese ropavejero que subía fatigosamente una cuesta empinada tirando de un carro herrumbroso, en pleno invierno, del que sobresalían retales y quincallas y que, llevada a la vez de la sincera compasión de quien había conocido de cerca la pobreza y del larvado desperecio de quien tan satisfecho se sentía de haberla esquivado, le movía a decir: "pobrecillo, mira lo que tiene que hacer para ganarse la vida".