Es que Simeone y los suyos han dado una identidad a todo esto. No me importa insistir sobre ello y espero que a ustedes tampoco les importe. Es un elemento aglutinante e inspirador, intachable desde el punto de vista de la inteligencia y desde el punto de vista del sentimiento. Ha llegado cuando el Club era una pura grieta, un páramo. Estamos ahora en el benéfico momento en que el agua de las primeras lluvias es inmediatamente absorvida, con ansia, hasta dar algún brote. El Atleti somete a los rivales (y a sí mismo) a un fútbol extremo, casi inhumano. Muchas de las acciones de ayer producían dolor. La de Godín, por ejemplo, suicida. No existe esa especie de martilleo exacto y perfecto que era la actitud defensiva del Chelsea de Mourinho porque hace falta tiempo y excelentes jugadores para llegar a eso, así que, de momento, sólo hay una estricta distribución de espacios en los que acudir -generosa y temerariamente- a la refriega. El comportamiento de la grada, que también forma parte de ese todo, me recuerda al de hace treinta años: hiperactivo, irritable, salvajemente subjetivo. ¡Teníamos tantas ganas de ser algo! Creo sinceramente que bajo esta perspectiva da lo mismo jugar de "cinco" o de "seis", de lateral o de extremo. En fin, que yo confío más que nunca en el tono de Simeone para llegar al límite de la identidad sin rozar el fanatismo, lo que sólo traería fracaso y dolor. Nunca fue un fanático Simeone sino un tipo, si se me permite, frío, de una frialdad final impuesta sobre un conjunto de ardores. Lo que no sé es si va a poder con todo esto. Tendría que ser tan grande como lo fue Cruyff en el Barceloan de finales de los ochenta. Y eso es muy difícil, más que nada porque a las naturales conspiraciones de la realidad habrá que añadirles las mezquinas e intolerables de Miguel Ángel Gil.