Madder:
Versionando a los Pistols, jajaja, ¡¡qué grandes!!
Alma en las gradas
[24/4/2006]
Reza la leyenda que el césped del estadio Lansdowne Road jamás se
secará mientras quede una gota de sudor en un irlandés para regarlo.
Historia y sentimiento conviven en la centenaria caldera dublinesa del
rugby y el fútbol.
Recuerdos que se aprecian en la asimetría
arquitectónica de la grada, en la desaliñada estación de tren que pasa
justo por debajo de tribuna o en los míticos siete escalones con los que
se desciende a la caseta de los vestuarios, donde sólo hay agua
caliente para un cuarto de hora. Al igual que Mestalla, Lansdowne Road
será demolido. Otras catedrales británicas repletas de hazañas y
derrotas, como el estadio londinense de Highbury, la casa del Arsenal; y
Anfield Road, el templo rojo del Liverpool, correrán igual suerte. En
su lugar se levantarán faraónicos recintos cómodos, modernos y
funcionales. Si las arrugas de Mestalla sobrevivieron a una guerra
civil, a una riada y a una feísima remodelación, las paredes de los
campos que le acompañarán en su entierro son vivas enciclopedias del
siglo XX.
En 1876, poco después de que Graham Bell patentara el invento del
teléfono, en Lansdowne Road se jugaba el primer partido de rugby entre
las provincias de Leinster y Munster. 130 años más tarde, la selección
irlandesa ha cerrado la exitosa vida del estadio venciendo 15-9 en el
Seis Naciones a Escocia. Corría el año 1892 en Liverpool cuando John
Houlding, propietario del solar de la calle Anfield donde jugaba el
Everton desde 1884, decidió subir el precio del alquiler de 100 a 250
libras. El cabreo de algunos socios fue tan considerable que decidieron
trasladar al equipo a un par de kilómetros, a Goodison Park. En Anfield
se fundó, en ese momento, el Liverpool FC, equipo con el que muy pronto
simpatizarían los emigrantes irlandeses que trabajaban en la zona
portuaria del río Mersey. Desde aquella fecha, «blues» y «reds» son
declarados enemigos íntimos.
En los orígenes del Arsenal también hay mudanzas. Henry Norris fue
el primer hombre de negocios que encontró en el traslado de campo una
solución a los problemas económicos de los clubes, cuando en 1910
decidió desplazar al Dial Square (el equipo creado en 1886 por los
trabajadores de la fábrica de municiones de Woolwich), de las orillas
delTámesis al norte de la ciudad. En el barrio de Highbury, el Saint
John's College of Divinity cedió los terrenos para el nuevo estadio con
la condición de que no se jugara ni en Navidad ni en Viernes Santo. En
homenaje a su procedencia armamentística se rebautizaron como Arsenal,
sus aficionados se dieron a conocer como «los cañoneros» y vistieron de
rojo como tributo al Nottingham Forest, de donde procedían algunos de
sus miembros. En el nuevo emplazamiento se encontraron como vecinos al
Tottenham. Los Spurs, disgustados porque el Arsenal les retaba la
hegemonía de las barriadas del norte, son sus máximos contrincantes. Eso
sí, tras el bombardeo nazi de de la capital, que dañó seriamente a
Highbury, el Arsenal jugó durante un año en White Hart Lane, el hogar
del Tottenham.
Herbert Chapman y Nick Hornby
La singularidad arquitectónica de Highbury y Anfield moldeó la fama
de Arsenal y Liverpool. El estadio de los «gunners» es mundialmente
conocido por su fachada Art Decó, construida en los años 30, y por ser
el primer recinto en el que se colocaron gradas superpuestas, apoyadas
con pilares. En esa época el Arsenal revolucionó tácticamente el fútbol
con su técnico Herbert Chapman. Tras la modificación de la regla del
fuera de juego (sólo dos defensores habilitaban al atacante), Chapman
instauró el dibujo de la «WM»; con tres referencias en ataque, con un
centrocampista vigilando al último delantero rival y dos laterales
tapando a los extremos. De aquel Arsenal era hincha un joven Luis
Casanova, antes de convertirse en presidente del Valencia. En 1940
Highbury convierte por primera vez a un estadio en un escenario
cinematográfico, con el estreno de «The Arsenal Stadium Mystery», donde
se investiga un asesinato producido en mitad de un partido.
El Arsenal, un equipo poderoso en Inglaterra pese a que su juego no
enamorara (en las gradas rivales le cantaban «boring, boring», aburrido,
aburrido...), no ha tenido fortuna en Europa, donde ha sido un equipo
desdichado. Esa melancolía que actualmente tratan de curar Cesc y Henry
la reflejaba, como nadie, Nick Hornby en el excelente libro «Fiebre en
las gradas». En el capítulo «La vida después del fútbol», dedicado a la
derrota del Arsenal ante el Valencia en la final de la Recopa, a Hornby
le entró la duda del exiliofutbolístico después de que Brady y Rix se
toparan con las manoplas de Pereira en la tanda de penaltis de Heysel en
1980: «Finalmente, tuve que pensar sobre lo que tenía que hacer con mi
vida, más que lo que el entrenador del Arsenal iba a hacer con el
equipo».
Gloria y tragedia en Anfield Road
Por otro lado, la historia del Liverpool FC es la mezcla de gloria y
tragedia, con la grada The Kop, la más legendaria del mundo, siempre de
testigo. En el fondo sur de Anfield se habilitó un monumental graderío
que llegó a alojar a 30.000 almas, todos de pie. Inaugurada en 1906, su
nombre honra la memoria de los tres mil soldados del condado de
Lancashire caídos en 1903, defendiendo las colinas «kopjes»
sudafricanas, en la guerra de los Boer.
Tras décadas sombrías, en los 60 llegó un escocés, llamado Bill
Shankly, que construiría el aura victoriosa del Liverpool. Sus ácidas
críticas al Everton eran tan grandes como su carácter ganador. Eran años
tremendamente difíciles, con una crisis industrial que desempleó a
muchos trabajadores del puerto. Los «reds» se erigieron en la voz de
esos desheredados. «No vestimos de rojo por casualidad», solía repetir
Shankly a sus jugadores, para recordarles los latidos obreristas de la
hinchada. La irrupción de los Beatles, el otro gran orgullo de la
ciudad, dio una inercia melódica «pop» a la grada Kop, que transportócon
sus mágicos cánticos al equipo hacia remontadas increíbles. El «You'll
never walk alone» («Nunca caminarás solo»), un precioso canto rebelde
contra la rendición, se convirtió en un himno que hoy en día continua
empequeñeciendo a los oponentes, junto con el imponente lema «This is
Anfield» («Esto es Anfield»), situado en el estrechísimo túnel de salida
al terreno de juego.
En el mítico «boot room», el salón de las botas, Shankly y sus
colaboradores Bob Paisley, Joe Fagan, Roy Evans y Ronnie Moran
catapultaron al Liverpool a ser el equipo británico con más copas de
Europa. La tragedia de Heysel en 1985, cuando hinchas del Liverpool
provocaron la muerte en una avalancha de 39 aficionados del Juventus,
tiñó de vergüenza al club. Cuatro años más tarde, en el estadio
Hillsborough de Sheffield, 92 «supporters» del Liverpool, muchos de
ellos jóvenes, fallecieron en otro diabólico alud de gente contra las
vallas. Una llama eterna recuerda aquel fatídico 15 de abril. El
paréntesis fatalista quedó cerrado el pasado año, cuando con Rafa
Benítez se conquistó heroicamente la quinta Champions.
Las grúas pronto reducirán en escombros estos tres templos
inmortales. Sin embargo, siempre quedará el espíritu, que jamás se irá,
cuando en el nuevo Lansdowne Road alguien coloque la célebre y ya
desteñida pancarta «We believe!» («Creemos!») o mientras cada domingo
miles de irlandeses sigan tomando un ferry para ver a su Liverpool. Como
siempre...
Wembley y Atotxa ya son un recuerdo
Otros míticos estadios ya forman parte del pasado. Las dos
torres que daban la bienvenida a Wembley, la sede de la selección
inglesa y de las finales de Copa, fueron demolidas junto al resto del
campo en 2003 tras ochenta años de vida. Para la memoria quedan las
exhibiciones de superclases como Matthews,Puskas, Best, Law, Moore,
Charlton, Cruyff... Wembley, construido para habilitar a 125.000
espectadores (en la primera final de Copa, entre West Ham y Bolton,
llegaron a apretujarse 200.000), será sustituido por un nuevo estadio
con un aforo para 90.000 hinchas. El emblema será un gran arco de 113
metros de altura. En recuerdo al viejo estadio, se mantendrán los 39
escalones que llevaban al palco. Uno de los ejemplos que mejor
certifican el íntimo magnetismo que puede irradiar una grada se
encuentra en la Real Sociedad, convertido en un conjunto discreto desde
que abandonara la asfixiante caja de cerillas de Atotxa, donde los
rivales caían derrotados en el barro, a la comodidad de Anoeta, cuyas
frías pistas de atletismo le han eliminado todo poder de intimidación.
Algunos otros, como el Centenario de Montevideo, la Bombonera
bonaerense, o el Maracaná de Río de Janeiro, guardan la imagen de sus
años mozos. Old Trafford, San Siro, el Camp Nou o el Bernabeu siguen en
pie y han sido remodelados. Al alma que habita en las gradas tampoco le
ha hecho falta un aspecto monumental para pasar a la posteridad. El
campo de Pocitos, en Uruguay (1.000 personas), fue el recinto en el que
se estrenaron, en 1930, los mundiales de fútbol.
- Periodista (Ser): "¿Qué te parece lo del cocodrilo que le han regalado al presidente, Jesús Gil?"
- Quique Setién: "Pues espero que crezca, se haga grande y se lo coma".
Por un Aleti con identidad, popular, democrático, de los socios: ¡¡NO AL FÚTBOL NEGOCIO!!