Bueno, se acabó el Mundial. Un campeonato que, en general, ha ofrecido poca calidad y ningún partido que, como simple aficionado, sin mirar colores, pueda uno decir: caramba, este no puede dejar de estar en mi videoteca.
Sólo ha habido dos selecciones con un proyecto mínimamente interesante de fútbol: Alemania y España. El resto, pura vulgaridad, un desastre absoluto de equipos o una incapacidad desconcertante de competir cuando les llegó la hora de hacerlo de veras y se suponía que eso era lo que querían y sabían hacer -me refiero, claro está, a Brasil.
De esos dos equipos con algún atractivo, Alemania ha llegado muy verde, y puede que también carente de un líder o líderes efectivos. España, en este sentido, ha sido la más completa, sin tampoco enamorar, precisamente. Parte de culpa de que no hayamos enamorado (o dicho más exactamente: no me haya enamorado) es que, a diferencia de la Eurocopa (donde sí me enamoró), ha llegado con la baja real de Torres y alguno de los "pequeños" en no tan buena forma como en 2008. Sin un Torres de verdad, el equipo ha perdido gran parte de su potencial ofensivo, como demuestra que su simple ausencia física del campo ha dejado retratado al goleador del equipo, Villa, incapaz de hacer un gol en los partidos en los que no ha participado el de Fuenlabrada. Los "peques", como decía, no han estado al cien por cien tampoco, me parece -aunque no, desde luego, a menos del 50, como ha estado Torres-. Esto ha sido evidente en el caso de Silva, pero incluso en el de Iniesta, que ha sido decisivo por su desbordante calidad, mas no ha tenido la participación de otras temporadas, siendo dinamizador del juego sólo cuando el ritmo de los partidos ya decaía, o sea, en las fases finales de los mismos. No quiero olvidar, tampoco, la entrada en el once de Alonso, buen jugador, pero que creo que desequilibra al equipo por ser redundante, posicionalmente, con Xavi, ya que el donostiarra no puede asumir la condición de medio de cierre por sus carencias defensivas.
Todo esto que acabo de decir se evidencia en que hemos sido el campeón menos goleador de la historia, lo que se ha compensado con una eficacia defensiva extraordinaria: ¡sólo dos goles en contra en siete partidos! En esta faceta, desde luego, no debo olvidar a Casillas, que si empezó titubeante, siguiendo la línea de su temporada en el Madrid, al final ha resultado decisivo: sin él, habríamos caído en cuartos casi seguro, o habríamos perdido la final con certeza. Final que, por cierto, me dejó un regustillo amargo: el de ver a una Holanda irreconocible, no por meramente ajena a la tradición futbolística de su país (que viene a ser la del fútbol moderno fetén, pues nació con ellos en los años 70), sino por oficiar como demoledora de ella. Su partido fue propio de una pandilla de rufianes, de esos a los que se refieren los amantes del rugby cuando hablan de un deporte, por oposición al suyo, concebido para caballeros y jugado por palurdos. Claro que eso no habría sido posible sin la colaboración del ilustre Mr. Webb y quien lo nombró árbitro de la final. Viendo lo que apuntaba Holanda, para cualquiera que sea seguidor habitual de la Premier y/o hubiera visto sus anteriores arbitrajes en el Mundial, estaba cantada la que iba a organizar.
Individualmente, tampoco quedará ningún jugador cuyo nombre deba gragar con letras de oro en mi libro del fútbol. Eso sí, con letras de plata, el mencionado Iniesta y el guardameta merengue (quizá, de los nuestros, en bronce pondría a Villa y Xavi). Desde luego, también en plata pondría a quien se ha llevado el oro: Forlán, por mucho que les duela a nuestros patrioteros, tanto de patria grande (de patria-Estado) como de chica -aunque vaya usted a saber si esta distinción tiene sentido. Sí, Forlán, el que juega en el Aleti y manda inadmisiblemente a chuparla a sus aficionados, el que celebra sus éxitos con los amiguetes en vez de con los compañeros y se pasa acurrucado una parte de cada temporada, pero que se ha terminado despachando otra más de órdago a la grande. Con este tampoco han podido, como con Torres en el 2008.