Supongo que lo justo para este hilo era terminarlo así. O al menos, hacerle referencia.
Pacho
Maturana, colombiano, hombre de vasta experiencia en estas lides, dice
que el fútbol es un reino mágico, donde todo puede ocurrir.
El Mundial reciente ha confirmado sus palabras: fue un Mundial insólito.
*
Insólitos fueron los diez estadios donde se jugó, hermosos, inmensos,
que costaron un dineral. No se sabe cómo hará Sudáfrica para mantener
en actividad esos gigantes de cemento, multimillonario derroche fácil
de explicar pero difícil de justificar en uno de los países más
injustos del mundo.
*
Insólita fue la pelota de Adidas, enjabonada, medio loca, que huía de
las manos y desobedecía a los pies. La tal Jabulani fue impuesta aunque
a los jugadores no les gustaba ni un poquito. Desde su castillo de
Zurich, los amos del fútbol imponen, no proponen. Tienen costumbre.
*
Insólito fue que por fin la todopoderosa burocracia de la FIFA
reconociera, al menos, al cabo de tantos años, que habría que estudiar
la manera de ayudar a los árbitros en las jugadas decisivas. No es
mucho, pero algo es algo. Ya era hora. Hasta estos sordos de voluntaria
sordera tuvieron que escuchar los clamores desatados por los errores de
algunos árbitros, que en el último partido llegaron a ser horrores.
¿Por qué tenemos que ver en las pantallas de televisión lo que los
árbitros no vieron y quizá no pudieron ver? Clamores de sentido común:
casi todos los deportes, el básquetbol, el tenis, el béisbol y hasta la
esgrima y las carreras de autos, utilizan normalmente la tecnología
moderna para salir de dudas. El fútbol, no. Los árbitros están
autorizados a consultar una antigua invención llamada reloj, para medir
la duración de los partidos y el tiempo a descontar, pero de ahí está
prohibido pasar. Y la justificación oficial resultaría cómica, si no
fuera simplemente sospechosa: El error forma parte del juego, dicen, y
nos dejan boquiabiertos descubriendo que errare humanum est.
*
Insólito fue que el primer Mundial africano en toda la historia del
fútbol quedara sin países africanos, incluyendo al anfitrión, en las
primeras etapas. Sólo Ghana sobrevivió, hasta que su selección fue
derrotada por Uruguay en el partido más emocionante de todo el torneo.
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Insólito fue que la mayoría de las selecciones africanas mantuvieran
viva su agilidad, pero perdieran desparpajo y fantasía. Mucho
corrieron, pero poco bailaron. Hay quienes creen que los directores
técnicos de las selecciones, casi todos europeos, contribuyeron a este
enfriamiento. Si así fuera, flaco favor han hecho a un fútbol que tanta
alegría prometía. Africa sacrificó sus virtudes en nombre de la
eficacia, y la eficacia brilló por su ausencia.
*
Insólito fue que algunos jugadores africanos pudieran lucirse, ellos
sí, pero en las selecciones europeas. Cuando Ghana jugó contra
Alemania, se enfrentaron dos hermanos negros, los hermanos Boateng: uno
llevaba la camiseta de Ghana, y el otro la camiseta de Alemania.
De los jugadores de la selección de Ghana, ninguno jugaba en el campeonato local de Ghana.
De los jugadores de la selección de Alemania, todos jugaban en el campeonato local de Alemania.
Como América latina, Africa exporta mano de obra y pie de obra.
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Insólita fue la mejor atajada del torneo. No fue obra de un golero,
sino de un goleador. El atacante uruguayo Luis Suárez detuvo con las
dos manos, en la línea del gol, una pelota que hubiera dejado a su país
fuera de la Copa. Y gracias a ese acto de patriótica locura, él fue
expulsado pero Uruguay no.
*
Insólito fue el viaje de Uruguay, desde los abajos hasta los arribas.
Nuestro país, que había entrado al Mundial en el último lugar, a duras
penas, tras una difícil clasificación, jugó dignamente, sin rendirse
nunca, y llegó a ser uno de los mejores. Algunos cardiólogos nos
advirtieron, desde la prensa, que el exceso de felicidad puede ser
peligroso para la salud. Numerosos uruguayos, que parecíamos condenados
a morir de aburrimiento, celebramos ese riesgo, y las calles del país
fueron una fiesta. Al fin y al cabo, el derecho a festejar los méritos
propios es siempre preferible al placer que algunos sienten por la
desgracia ajena.
Terminamos ocupando el cuarto puesto, que
no está tan mal para el único país que pudo evitar que este Mundial
terminara siendo nada más que una Eurocopa. Y no fue casual que Diego
Forlán fuera elegido mejor jugador del torneo.
* Insólito fue que el campeón y el vicecampeón del Mundial anterior volvieron a casa sin abrir las maletas.
En
el año 2006, Italia y Francia se habían encontrado en el partido final.
Ahora se encontraron en la puerta de salida del aeropuerto. En Italia,
se multiplicaron las voces críticas de un fútbol jugado para impedir
que el rival juegue. En Francia, el desastre provocó una crisis
política y encendió las furias racistas, porque habían sido negros casi
todos los jugadores que cantaron “La Marsellesa” en Sudáfrica.
Otros
favoritos, como Inglaterra, tampoco duraron mucho. Brasil y Argentina
sufrieron crueles baños de humildad. Medio siglo antes, la selección
argentina había recibido una lluvia de monedas cuando regresó de un
Mundial desastroso, pero esta vez fue bienvenida por una abrazadora
multitud que cree en cosas más importantes que el éxito o el fracaso.
*
Insólito fue que faltaran a la cita las superestrellas más anunciadas y
más esperadas. Lionel Messi quiso estar, hizo lo que pudo, y algo se
vio. Y dicen que Cristiano Ronaldo estuvo, pero nadie lo vio: quizás
estaba demasiado ocupado en verse.
*
Insólito fue que una nueva estrella, inesperada, surgiera de la
profundidad de los mares y se elevara a lo más alto del firmamento
futbolero. Es un pulpo que vive en un acuario de Alemania, desde donde
formula sus profecías. Se llama Paul, pero bien podría llamarse
Pulpodamus.
Antes de cada partido del Mundial, le daban a
elegir entre los mejillones que llevaban las banderas de los dos
rivales. El comía los mejillones del vencedor, y no se equivocaba.
El
oráculo octópodo influyó decisivamente sobre las apuestas, fue
escuchado en el mundo entero con religiosa reverencia, fue odiado y
amado y hasta calumniado por algunos resentidos, como yo, que llegamos
a sospechar, sin pruebas, que el pulpo era un corrupto.
* Insólito fue que al fin del torneo se hiciera justicia, lo que no es frecuente en el fútbol ni en la vida.
España conquistó, por primera vez, el campeonato mundial de fútbol.
Casi un siglo esperando.
El
pulpo lo había anunciado, y España desmintió mis sospechas: ganó en
buena ley, fue el mejor equipo del torneo, por obra y gracia de su
fútbol solidario, uno para todos, todos para uno, y también por las
asombrosas habilidades de ese pequeño mago llamado Andrés Iniesta.
El prueba que a veces, en el reino mágico del fútbol, la justicia existe.
* * *
Cuando el Mundial comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía Cerrado por fútbol.
Cuando
lo descolgué, un mes después, yo ya había jugado sesenta y cuatro
partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido.
Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia.
Ya
empiezo a extrañar la insoportable letanía de las vuvuzelas, la emoción
de los goles no aptos para cardíacos, la belleza de las mejores jugadas
repetidas en cámara lenta. Y también la fiesta y el luto, porque a
veces el fútbol es una alegría que duele, y la música que celebra
alguna victoria de ésas que hacen bailar a los muertos, suena muy cerca
del clamoroso silencio del estadio vacío, donde ha caído la noche y
algún vencido sigue sentado, solo, incapaz de moverse, en medio de las
inmensas gradas sin nadie.