Ya daba por hecho que ese dictamen (que he tenido que leer cuatro veces: dos para dar crédito a que se refiriese a Adelardo y otras dos para dar crédito a que fuera Chinasky quien lo emitía), era consecuencia de una desafección. La condición de yerno de Calderón y la de empleado más o menos subalterno de los Gil no se compadecen fácilmente pero la vida es difícil, el vacío del deportista al terminar su carrera muy hondo, los jugadores de fútbol de entonces ganaban mucho menos dinero que ahora, etc. etc. Sea como fuere, Adelardo no es que figure entre los diez mejores sino que, en mi opinión, es el segundo, tras Luis. Con esa característica, además, propia de los mejores, que es irse convirtiendo en otro jugador con el paso del tiempo. Del Adelardo fino e incisivo de los primeros sesenta (que no vi jugar) al del año setenta en adelante (cuando él ya superaba la treintena) mediaron, según parece, diferencias considerables. El que yo conocí, sencillamente, marcaba el ritmo de los partidos. Los partidos se jugaban como él quería. Siempre estaba, siempre se ofrecía, siempre aglutinaba, siempre estorbaba al contrario. Todo empezaba en él. Eso en unos años (de 1.970 a 1.976) en que el Atleti formaba parte de los mejores equipos de Europa y nadie dudaba de que el Atleti formaba parte de los mejores equipos de Europa. Ahora que tanto hablamos de la necesidad de un "cinco", creo que él era un "cinco", un "seis" y, llegado el caso, hasta un "ocho". De medio campo para adelante mandaba Luis pero de medio campo para atrás mandaba Adelardo. Y entre ambos cimentaron algo (algo a lo que el Beckenbauer de los años setenta se refirió como "superequipo") que a quienes tenemos más de cincuenta años nos gustaba recordar sólo a medias, por no ceder a la melancolía, pero que ahora, cuarenta después y con un presente tan radiante como entonces, miramos desde la misma altura, reviviendo sensaciones que creíamos desaparecidas para siempre.