Nunca fui miembro del club de fans de Fernando
José Torres Sanz. De hecho, uno se sintió cuerpo extraño, minoría
entre una generación completa de atléticos enamorados de un símbolo
eterno, de un icono del arte de vivir en rojo y blanco. Torres, uno di noi.
Más que un jugador, un modelo de atlético. Alguien que conoce esa
pasión inexplicable de un sentimiento que se transmite, de padres a
hijos. Alguien enamorado de la camiseta que defiende. A Torres le
adornan múltiples virtudes, pero una destaca por encima de todas: su
personalidad. La tuvo con apenas 18 años, obligándose a cargar con el
peso muerto de una institución histórica que era un gigante dormido
hasta que llegó el Cholo. La tuvo cuando decidió asumir que debía irse
para crecer, ganar títulos y alternar goles, fama y fortuna. La tuvo
cuando vivió una pertinaz sequía, cuando el precio de su traspaso le
persiguió hasta rincones insospechados. La tuvo cuando su tropa de
fiscales- que es incluso más numerosa que su club de fans-, le acusó de
estar sobrevalorado y ser un piernas. La tuvo cuando asumió que
jugaba para ganar títulos y no para contentar oídos. La tuvo cuando los
que siempre le han despreciado – mayormente por decir no a ese equipo
al que todos dicen sí-, sentenciaron que era un ex jugador, un paquete y
un lastre. La tuvo cuando tuvo que escuchar y leer que su regreso era
un paso atrás para el Atlético y que ya no tenía nada que ofrecer. La
tuvo cuando alternó minutos, suplencia y titularidad con otros
delanteros con los que mantuvo una competencia leal, sana y digna,
demostrando que es capaz de jugar cada minuto como si fuese el último de
su vida.
Torres, que durante la primera etapa de su carrera abrió bocas y
ahora las cierra, siempre ha sabido adaptarse a todo. Ya no es la
estrella rutilante de antaño, ni tiene velocidad de Ferrari,
ni es la foto de las carpetas de las niñas, ni es un relámpago
adolescente en un mundo de hombres. Ahora es un hombre hecho y derecho,
un profesional comprometido hasta el tuétano y un señor que asume el rol
de soldado que le han encomendado. Alguien que, lejos de conformarse
con el papel que le ha tocado en la superproducción atlética, se está
atreviendo a reescribir el texto de su guión a base las dos palabras que
mejor encajan en el cholismo: sudor y camiseta. Torres está como un
avión, ha mejorado su físico, ha progresado en cuanto a su velocidad,
aporta su experiencia y conserva intacta su ilusión de juvenil. Hay
quien prefiere ignorar la realidad, quien vive enrocado en ese prejuicio
crónico que asegura que Torres está sobrevalorado y quien seguirá
aplicándole una ley no escrita que contempla que está obligado a hacer
el doble que los demás para alcanzar un estatus que a otros se les
regala. No importa. En realidad, nunca fue relevante. Torres nunca fue
Maradona. Ni Messi. Ni Cristiano. Ni falta que le hace. Torres es Torres.
Dice Pedro
Simón, que escribe como los ángeles, que el secreto del éxito de Torres
es que pertenece a ese selecto club de futbolistas que además de no
perder el norte, jamás olvidan su sur. Esa personalidad transmite unos
principios fundamentales en la inercia ganadora y positiva de un grupo.
Inyecta los valores de un tipo que lo ha ganado absolutamente todo y
que, lejos de limpiarse de responsabilidades y refugiarse en su pasado
de estrella del fútbol mundial, no sólo ha sabido reciclarse, sino que
se ha mantenido en la brecha con una constancia de vértigo y un silencio
respetuoso. Lejos del estereotipo de estrella y desde la normalidad más
absoluta, en un futbol convertido en negocio, en una industria que
desdeña sentimientos para engordar bolsillos, Torres ha vuelto a
reivindicarse con un comportamiento ejemplar. Con gestos, palabras y
hechos que ahora no están de moda, pero que obedecen a los códigos más
puros del fútbol y la vida: sacrificio, humildad y equipo. Él nunca se
ha preguntado qué puede hacer el Atlético por él, sino qué puede hacer
él por el Atlético. Ayer fue estrella y supo serlo. Hoy es obrero y
sabe serlo. Una actitud inteligente y positiva. La de alguien que
siempre suma. Torres es un conjunto vacío para muchos que miran, pero es
un tesoro para los pocos que, además de mirar, ven.
En la maravillosa Una historia del Bronx, el hijo de un obrero italiano discute con su padre acerca de la admiración que profesa por Sonny,
el gánster amo y señor del barrio. En mitad de la discusión, el pequeño
grita: “Sonny tiene razón. Los obreros son todos unos pringados”. El
padre replica: “Se equivoca, no hace falta valor para apretar un
gatillo, pero sí para levantarse cada mañana y vivir de tu trabajo. El
obrero es el auténtico tipo duro. Tu padre es el tipo duro”. El chaval
insiste: “Pero papá, todo el mundo quiere a Sonny, como a ti en el
autobús papá”. El padre zanja la conversación: “No hijo, no es lo
mismo. No le quieren, le tienen miedo. Es muy distinto”. A Fernando José
Torres Sanz, que fue una estrella del fútbol mundial, le gente no le
teme, sino que le quiere, que es muy distinto. Y ahora, los atléticos
deberían quererlo más que nunca, porque este Torres es el que se levanta
cada mañana para vivir de su trabajo y sacrificarse por su equipo. Es
el obrero del Atlético. El auténtico tipo duro.
Don Rubén Uria