Obituario en El País... y la demostración de que nos leen (anécdota final).
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OBITUARIO
Marcel Domingo, el 'volcán' que revolucionó el Atlético
El hispano-francés, famoso por su genio, ganó las Ligas de 1950 y 1951 como portero y la de 1970 como entrenador
Marcel Domingo, que falleció el viernes en Arles (Francia) a
los 86 años, fue mucho más que un romántico trotamundos que en su
carrera en los banquillos dirigió hasta a 17 clubes a uno y otro lado de
los Pirineos. "Fue un revolucionario que contribuyó a modernizar el
fútbol tanto de portero como de técnico", recuerda Adelardo,
centrocampista del Atlético que se proclamó campeón de Liga en 1970 a
las órdenes del hispano-francés, que nació en 1924 en Salin-de-Giraud,
un pueblecito de apenas 2.000 almas, y heredó el primer apellido de un
abuelo de la zona de Valencia.
Domingo, junto a Luis Aragonés, el único símbolo del Atlético que ha
conquistado la Liga como jugador y entrenador, se ganó una fama merecida
por su efectividad en el campo -ganó el Trofeo Zamora como rojiblanco
en 1949 y con el Espanyol en 1953- y su gusto por lucir unas camisetas
de colores muy estridentes para la época. "Le gustaba llevar unos
jerséis de amarillo fosforito, muy llamativos y chillones. Decía que así
acaparaba la atención de los rivales, que, inconscientemente, chutaban
adonde él estaba y así le hacían la vida más fácil", reflejaba Escudero,
con el que compartió las Ligas de 1950 y 1951 en el club entonces del
Metropolitano. Domingo, al que Luis Guijarro llevó al Atlético a la vez
que al marroquí Ben Barek, fue una de las sensaciones de aquel equipo,
del que Helenio Herrera, que en aquel entonces empezaba a despuntar en
los banquillos, sacó el mejor provecho a la que se denominó la delantera de seda (Juncosa, Vidal, Silva, Campos y Escudero).
Si
el conjunto de H. H. pasó a la historia, el Atlético que alcanzó la
Liga de 1970 destacó por la belleza de su contragolpe. Le dio forma
Domingo, al que Vicente Calderón recurrió en junio de 1969 para acabar
con la hegemonía del Madrid, que venía de lograr los últimos campeonatos
y marcaba una tendencia que parecía muy difícil de superar. "Siempre
guardaré un gran cariño a Marcel. Para mí, fue muy especial, el hombre
que me resucitó después de pasar el curso anterior prácticamente en
blanco", explica Adelardo, al que el preparador ayudó a superar la
muerte de su padre y colocó de medio de ataque. "Posiblemente, de mis 17
años en la casa, jamás vi a un Atlético semejante, muy moderno y
vistoso, que salía a la contra como los ángeles... ¡Normal después de
ensayarlo tanto!". "Yo llevaba en el club desde 1964 y, más o menos,
siempre habíamos destacado en esa faceta, pero esa temporada... Gárate y
servidor jugábamos arriba y Luis e Irureta se sumaban bastante",
rememora Ufarte. "La anécdota que jamás olvidaré es la que produjo mi
gol en la última jornada, al Sabadell. Nos valió para ganar la Liga
¡Cómo lo celebró Marcel!", apostilla mientras resalta su carácter ufano
con los suyos. La perspectiva cambiaba si veías a Marcel desde la otra
trinchera: su fuerte carácter y su defensa por encima de todo de los
suyos le valió el sobrenombre de Volcán Domingo, que
perdió la Liga siguiente tras empatar como local con el Barcelona en la
última jornada, resultado que benefició al Valencia de Di Stéfano.
Tras
su paso por el club rojiblanco, Domingo inició una larga trayectoria:
Espanyol, Las Palmas, Lleida, Córdoba, Granada, Málaga, Elche, Burgos,
Valencia, Betis, Mallorca y Hércules.
Otra anécdota define muy
bien el espíritu del mito colchonero. En 1997, Marcel Domingo se dirigía
a las taquillas del estadio Calderón acompañado de su hija a comprar
dos entradas. Un aficionado, sorprendido de que fuera a ver el partido
en la tribuna como uno más, le abordó y le convenció para que se
presentara en la puerta 0 del estadio para que allí, luciendo
credenciales, le dejaran pasar. La sorpresa fue que ninguno de los
empleados conocía a Domingo, ganador de tres Ligas (además, conquistó el
campeonato y la Copa de Francia de 1952) y las invitaciones tardaron en
llegar más de lo previsto. El francés obvió el desaire y muy
amablemente se limitó a dar las gracias. Trece años después, la caldera
del Manzanares rindió un sentido homenaje a una de las figuras que
contribuyeron a la grandeur de un Atlético que, pese a todo, no olvida y quiere ser el que era.
Ya casi ni me queda coraje, ni me queda corazón.