Antonio Sanz
Fri Sep 14 08:19:01 UTC+0200 2012
(06:00h)
El dueño de la sociedad anónima deportiva del Atlético de Madrid metió
el miedo en el cuerpo a la afición el pasado mes de mayo. No era ni un
brindis al sol ni tampoco buscaba predicar en el desierto. Miguel
Ángel Gil era consciente de que para cuadrar el balance la dualidad era
bien simple: con Falcao jugando la Liga de Campeones o sin él, sería la
estrella sacrificada, en la participación Uefa, tal y como sucedió.
Sin embargo, para fortuna del escudo y de la camiseta, el dirigente se
equivocó. El mercado de transferencias se encontraba bastante peor de lo
que él presumía y el dinero no fluyó, salvo en contadas operaciones. No
escondemos el respeto, algunos sufren verdadero temor, al 'fair play
financiero' que Platini luce como estandarte de su gestión. Para
redondear el puzzle, el deseo del colombiano no imaginaba participar en
un torneo bien pagado aunque poco atractivo a los ojos de un ariete que
aún persigue otra estación intermedia llamada Premier. La gran
beneficiada, la historia colchorena. Con su sólida aportación, los
rojiblancos han sido los primeros en levantar un trofeo continental tras
la exhibición global y por supuesto individual del centroamericano.
El que no estaba invitado a la fiesta era Radamel Enrique García King,
a los efectos el patriarca de los García de Santa Marta -Colombia-. Sus
declaraciones alborotaron a la masa social atlética, aunque no al staff
dirigente que mantiene hoy el mismo discurso que hace unos meses. Horas
después de participar en la romería celebrada en el lugar de nacimiento
del padre que metió a todos el veneno y la exaltación rojiblanca se
advirtió que esta temporada la acaba seguro, pero que tal vez sea la
última de Falcao en el Atleti. Mantengo que Gil Marín sigue sin ir de
farol, pero quizá pueda volver a equivocarse. Tampoco veo mal que el
‘9’ soñara en Colombia, o más tarde en Argentina, con jugar algún día
en el Real Madrid, tal y como descubrió su progenitor. La sombra de Ronaldo Nazario,
su ídolo, y la vocación de Radamel con el gol lo aproximaban en sus
ilusiones a vestir de blanco. El señor García sólo tiró de sinceridad
tras vivir en la distancia el pedazo de partido jugado por su hijo. Don
Radamel Enrique se mostró contrariado por no vivir en Mónaco la locura
futbolística que protagonizó el chico. Pero tampoco estaba desencaminado
cuando desveló que podría no haber disputado aquella final.
El
Atlético aguardó hasta casi el final la oferta que llegó, pero que no
sedujo a Falcao. Sólo el Zenit de San Petersburgo, el equipo dirigido
por Luciano Spaletti, aquel que quiso fichar García Pitarch cuando ya estaba comprometido con los rusos horas antes de que el dueño le impusiera a Quique Flores,
se presentó de cuajo en Madrid. El campeón ruso, rival del Málaga en la
Liga de Campeones, apoyado en la poderosa empresa Gazprom -es el mayor
extractor de gas natural del mundo y la mayor compañía de Rusia,
controlada por el estado- quiso hacerse con los servicios del mejor
ariete del momento. Pero el goleador no cayó en el ofertón mareante, que
con la misma discreción cambió de dirección y se dirigió a su antigua
casa en Oporto. Allí Hulk no se lo pensó y el Zenit soltó los 60 millones de euros que pidió el inefable Pinto da Costa, auténtica referencia de venta inflexible.
Jorge Mendes,
el agente del jugador, estaba decidido a sacar al colombiano del
Atleti. Para él, y así está por escrito, que Falcao no participe en la
Champions es un paso atrás en su carrera deportiva, y más tras lo vivido
ante el Chelsea. Por eso, tocó todos los palos del continente para
colocar al americano. Pero nadie, salvo los citados rusos, terminó de
oficializar una oferta que superase los 50 millones de euros. Quizá
porque todo quedó en diálogo, intenciones y promesas no satisfechas. El peligro real de la salida de Radamel no se sintió nunca en las oficinas del Calderón. El
‘9’ sólo puede jugar en siete u ocho clubes relevantes y
financieramente saludables. En España no cuenta con respaldo deportivo
ni en el FC Barcelona, Messi determina el esquema de juego y la alineación, ni en el Real Madrid, dónde Benzema e Higuaín mantienen por ahora la confianza de Mourinho. En Inglaterra, el Chelsea, tras la salida de Drogba y Anelka, optó por arropar a Torres con hombres de segunda línea -Oscar, Hazard, Marin o Moses-, Ferguson se decidió por Van Persie para el eje de ataque del Manchester United y sólo el Manchester City se planteó la opción siempre que concretase la salida de Dzeko. Con Agüero intocable, Tévez recuperable y Balotelli imposible
de colocar por su carácter díscolo e irresponsable, únicamente el
bosnio ocupaba sitio en el mercado. El Bayern se interesó y negoció con
los ingleses. Incluso llegaron a debatir sobre Javi Martínez,
objeto de deseo de ambos clubes. Los británicos dejaron caer a los
alemanes que se lo venderían si les dejaban el camino libre para firmar
al navarro. Los bávaros, fieles a su estilo, cambiaron de rumbo y
firmaron al croata Mario Mandzukic por 15 millones de euros, además de recuperar para el primer nivel a un gran jornalero del gol llamado Pizarro. En Francia, sólo el PSG estaba en la disputa, pero en París se decantaron por Ibrahimovic por expreso deseo de Ancelotti,
marchándose al limbo la opción gala. En Italia, sólo la Juventus
aspiraba económicamente a firmar un ariete caro, pero su único
pensamiento fue seducir al Nápoles para firmar a Cavani. Ni hubo lugar y ni se plantearon la opción de Falcao. Por último, desde Rusia se aproximó el Anzhi de Eto'o. El ‘fair play financiero’ ha frenado al multimillonario Suleiman Kerimov,
cuya inversión este verano ha sido de 28 millones de euros, muy
inferior a la de los últimos años. Han reforzado el ataque con el
africano Lacina Traoré, pagando 18 ‘kilos’ al Kuban Krasnodar de su propia Liga.
El
mercado de invierno será caliente para el colombiano, que en verano
abrasará al Atlético. Hasta ahora la secuencia ha sido favorable: vendió
a Torres, destacó Forlán, se agrandó Agüero y estalló Falcao. Caminero examina
el mercado con poco dinero para el reemplazo. Es la ley del poderoso,
dónde las rayas rojas y blancas no encuentran sitio.