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Hace unos días se cumplieron doce años de aquel 22 de Diciembre en el que la Audiencia Nacional intervino judicialmente el Atlético de Madrid. Se ponía fin a la Era Gil, eso parecía. Al trío formado por Jesús Gil,
su hijo Miguel Ángel y Enrique Cerezo le cayeron una lluvia de
imputaciones. Sin embargo, el proceso se fue alargando en el tiempo
hasta que en 2004, después de tantas vueltas con el Caso de las camisetas, todo quedó en agua de borrajas. Los caciques volvieron a ocupar sus tronos, regocijándose ante la esperpéntica realidad:
no volvía a estar todo como al inicio del proceso, sino mucho mejor:
ahora volvían a sus cargos legitimados por el sistema judicial.
Cuando en 2004 el autor de sentencias filosóficas del calibre de Mi error ha sido tratar a los jugadores como personas, o If I say black, no problem, but if I say black black black, is very bad…, retomó las riendas del Atlético de Madrid, para muchos colchoneros sólo quedaba un consuelo: Al menos, no podemos ir a peor. Se equivocaron. Sí existía algo peor que Jesús Gil y Gil, Sultán de Marbella: un ente bicéfalo surgido de la combinación de su avispado hijo Miguel Ángel con el graciosete Enrique Cerezo. El esperpento puro.
Juntos forman un ser abstracto mucho más nocivo que ese mal imitador
de Nerón que fue Jesús Gil. En sus manos el Atlético de Madrid ha
seguido siendo una máquina de malgastar dinero, engullir entrenadores, devaluar plantillas y destrozar ilusiones. Cada año se repite el mismo patrón, fantásticamente definido por Rubén Uría: campeones de todo en agosto, aspirantes en septiembre, menores en octubre, desastres en noviembre y zombis en diciembre.
Los triunfos de 2010, la UEFA Europa
League y la Supercopa de Europa, han resultado ser el espejismo de un
oasis en el desierto. No es que no tengan ningún valor, ni mucho menos,
al césar lo que es del césar que en el fútbol nadie regala nada. Pero
esos títulos, que en su momento provocaron una alegría que los
colchoneros no conocían desde prácticamente tres lustros, ahora han
pasado a aumentar el trauma. No hace ni año y medio que el Atlético ganó
esos títulos, pero la capacidad destructiva de Gil y Cerezo ha vuelto a adentrar al club del Manzanares en un caos absoluto. ¿Cómo puede llegarse a este punto sólo un año y medio después de triunfar en Europa?
Gil y Cerezo están devorando al Atlético desde su interior,
con la perversa determinación del peor cáncer. Han provocado una
metástasis que ya se extiende en todas direcciones y afecta a todo. El
malgasto de dinero ha llegado hasta tal punto que el Atlético de Madrid,
esto es: su afición, ha perdido por el camino su mítico estadio. El Aleti dejará
el Vicente Calderón y se marchará a La Peineta, acuerdo urbanístico
mediante. Pero este paso no es para mejorar, como han querido vender,
sino para sobrevivir. No quedaba otra para sacar dinero con el que
afrontar la deuda acumulada. Después que vendan lo que quieran, pero ésa
es la verdad.
La tragedia, que para ellos no es tragedia, sino esperpento, está en haber realizado hasta 35 cambios de entrenador en 20 años.
El penúltimo, Gregorio Manzano, ha sido ninguneado, despreciado y
puteado, convertido en un cadáver deportivo varias semanas antes de su
despido. Los últimos días de Manzano no se los merece nadie: Gil
escondido, Cerezo y Caminero ratificándolo en su puesto de una manera
tan poco convincente que cada palabra dicha era un paso más en su
sentencia de muerte. Dicho esto, Manzano también tiene su parte de culpa
—no digo en lo deportivo, en eso no entro— sino en la política y sus
relaciones con los dueños del club; sabía dónde se metía: ¡Ay, Manolete,
si no sabes torear pa qué te metes!
Viéndose otra vez objeto de las canciones (¡Estoy hasta los huevos / de la familia Gil! y ¡Enrique Cerezo, queremos tu pescuezo!), como todos los tiranos de la historia, Gil y Cerezo han tirado de demagogia y apostado por Diego Simeone, una cortina de humo
para que la afición se ilusione un poco con el banquillo y deje de
mirar tanto al palco. Por el bien del Aleti, ojalá les salga tan bien
como le salió Guardiola a Laporta. El Cholo necesitará que le
acompañe la suerte. La experiencia nos dice que pocos entrenadores, muy
pocos, no salen escaldados de su experiencia con Gil y Cerezo.
Gil y Cerezo, Cerezo y Gil. Un quiste que había que haber extraído ayer.
No hay otra solución. La afición colchonera tiene que lograr echarlos
de una vez por todas. La empresa no es fácil, pues poseen legalmente la
mayoría de acciones de la sociedad. Las habrán obtenido de una manera
oscura pero, mientras un juez no diga lo contrario, son los dueños del
club. No seré yo quién diga qué hay que hacer y cómo. Lo único en lo que
puedo pensar es que el clamor del Calderón llegue a ser insoportable
para Gil y Cerezo. En todo caso, mucho tendrá que gritar la afición
rojiblanca porque Gil y Cerezo, Cerezo y Gil, apenas escuchan nada más
que el tintineo de sus bolsillos.
Derrochando coraje y corazón...