Supongo que recordarán a Fernando Marqués.
Niño prodigio de la cantera del Rayo Vallecano, jugó los suficientes
partidos en primera división para que el éxito se le subiese a la
cabeza. Su carrera bordeó en varias veces el declive (jugando en el
Racing de Santander estrelló un vehículo dando positivo en el control de
alcoholemia), y en cada una de ellas apareció el Atlético de Madrid
para intentar recuperarlo. En Marzo de 2007, el club rojiblanco visitaba
Zaragoza con la necesidad de ganar para seguir peleando por un puesto
en competiciones europeas. Antes de viajar, el técnico, Javier Aguirre, observa a un jugador que se entrena solo en un campo de la Ciudad Deportiva.
Era Fernando Marqués que, apartado, no ha ido convocado con el segundo
equipo. El mexicano se le acercó y le dijo: “tienes calidad, te voy a
dar tu última oportunidad en el mundo del fútbol. De ti depende
aprovecharla”.
Fernando Marqués sólo jugó cuatro minutos aquel domingo en Zaragoza
y su oportunidad terminó una semana más tarde con un empate a nada ante
el Mallorca. Después de aquello su estela se fue diluyendo quedando el
recuerdo efímero de su calidad. En estos días tan rápidos, de ascensos y
caídas fulgurantes, es inevitable compararlo con Daniel Aquino.
Hijo de Daniel Aquino, ex jugador del Betis y Albacete
a principios de los noventa, debutó en primera división con el Murcia
en un partido ante el Zaragoza con apenas 17 años, después de
proclamarse Subcampeón Mundial Sub 17 con la Selección Española, junto a
los Bojan, Fran Mérida, Camacho, Nacho Fernández y David De Gea entre
otros. Esa temporada jugaría trece encuentros anotando un gol, y tanto
la directiva como la afición vieron en él a la gallina de los huevos de
oro. Una estrella a la que había que blindar. Firmó un jugoso contrato
mientras se escuchaban ofertas del Real Madrid y el Liverpool. Fue un
círculo de fama efímera que acabó demasiado pronto.
Pronto se hizo más famoso por sus escarceos fuera del campo que dentro de él.
Se hablaba de su querencia por la noche, los malos hábitos y su vida
poco profesional. Se dijeron muchas cosas, aunque lo cierto es que su
fútbol no acompañó. Dos años después, se había diluido sin dejar rastro
en un Murcia que terminó en Segunda B. De ahí se marchó al Valladolid,
para, con veintiún años recién cumplidos intentar recuperar la fe en su
pierna izquierda. Apenas disputó veinte minutos en toda la temporada
dejando un vago recuerdo, similar al de su etapa murciana: el de un
chico con condiciones que no quería.
El caché siguió bajando hasta recalar el verano pasado en el Oviedo,
un histórico con aspiraciones de salir del pozo de la Segunda B. Allí
llegó Aquino con intenciones de recuperar su fútbol, pero las lesiones
primero, y unas largas navidades de las que llegó muy pasado de peso,
terminaron de colmar la paciencia del club, quien le rescindió el
contrato. Sin equipo donde ir, apareció la oportunidad en el Atlético de
Madrid, patrón de las causas perdidas, quién decidió incorporarlo en el
tercer equipo, en la tercera división madrileña. Se le pidió compromiso
y seriedad, y Aquino se lo tomó en serio: doce goles en diez partidos.
Y tuvo recompensa. Simeone,
que es un tipo listo, enseguida se dio cuenta de que en esa pierna
izquierda había talento de sobra y lo puso a prueba haciéndolo debutar
en la última jornada de la pasada liga en Zaragoza. En tres minutos le
dio tiempo a poner un precioso centro de gol con el exterior que remató
Diego Costa. Un par de meses más tarde, estaba haciendo la pretemporada
con el primer equipo ganándose los elogios del entrenador: “necesitamos
gente irreverente, y Dani es sobre todo irreverente”. Los tres partidos
que disputó en la gira realizada por Sudamérica dejaron boquiabierto a
más de uno mientras se preguntaban en las gradas quién era aquel chico
rubio que le pegaba tan bien a la pelota. La falta de dinero en las
arcas del club y la dificultad para fichar un jugador de ataque pueden
propiciar que se quede en el primer equipo.
Sobrado de condiciones, Simeone le ha convencido de nuevo para que sea futbolista. En él está aprovechar la oportunidad.