Recién
cumplido su 110 aniversario, al Atlético le sobreviene la visita de su
vecino, que desde hace años mira a su rival con un punto de
condescendencia y quizá menosprecio. Hace años que el Atlético no es
aquel rival fiero que machacaba al que coleccionaba glorias en forma de
Copas de Europa. Ese que mandaba Di Stéfano, Atila vestido de blanco y
que acababa frustrado ante las rayas canallas de los colchones. Aquel
Atlético se desvaneció. Y tras 25 años de condena en forma de Gilifato,
el Madrid aumentó su mito, engordó su cuenta corriente y agigantó su
leyenda. Ser del Madrid es ganar en primavera, es la rutina de la
victoria y la cultura de la exigencia máxima. Vasos comunicantes con el
poder y su aparato de propaganda periodístico. Al Atlético le toca
conformarse con las sobras. La negligencia de su directiva, su nefasta
política deportiva y los repartos del dinero televisivo, por ese orden y
no al revés, le han condenado a ser comparsa. La última vez que el
Atlético le ganó al Madrid las Torres Gemelas aún estaban de pie. Hoy,
el Madrid es el poder establecido. Y el Atlético, un contrapoder que
intenta resurgir de sus cenizas.
Hubo un tiempo en el que los niños corrían por los pasillos del
colegio cantando que el Atlético tenía cuatro Ligas y el Madrid la
mitad. Eso ya pertenece a la prehistoria y desde hace años, los niños
del Atlético son uno entre cien. Ahora los derbis son la historia
interminable del dominio aplastante del Madrid, en base a un círculo
vicioso de factores históricos, económicos y sociales. Basta bucear en
el pasado para saber por qué tanta desazón atlética: Florentino avala
para ser presidente del Madrid y Cerezo se hizo con el Atlético sin
poner una sola peseta. Más. Los socios del Real eligen a su presidente,
los del Atlético no tienen ni voz ni voto. El Madrid es el club con más
ingresos, el Atlético vive al borde de la quiebra. El Real ficha a los
mejores, el Atlético se descapitaliza para traspasarlos. El Madrid no
puede presumir de ser segundo, para este Atlético sería un éxito. Para
el Madrid es un fracaso no ganar títulos, para este Atlético los títulos
son un placebo para no pensar en sus dueños. Son datos, no opiniones.
Sin embargo, a pesar de esos apabullantes datos y golpes de realidad,
los aficionados del Atlético mantienen viva su ilusión de ganar al
vecino rico, de tumbar al que lo tiene todo, de noquear al que les mira
con desdén. No pueden abrazarse a ninguna estadística favorable, ni a
ninguna razón deportiva, ni a cualquier otro argumento de índole
económica, política o social. Simplemente, la gente del Atlético,
después de haber renegado cien veces, vuelve a creer en ganar al Madrid.
Sería un magnífico regalo de cumpleaños. Ya son 110 y el Atlético cree
en derribar a su eterno rival, aunque no tenga razones para creer en
ello. Sólo tiene motivos para abrazarse a un sentimiento. Algo
irracional. Curioso. Justo a eso, a lo irracional, es a lo que se
agarra, el Real Madrid para remontar al Borussia de Dortmund. Madrid y
Atlético son dos maneras de vivir la vida, dos filosofías opuestas, dos
sentimientos que nada tienen que ver. Pero en esta ocasión, ambos
comparten corazonada. El hincha del Madrid tiene una corazonada ante el
Dortmund y el aficionado del Atlético, una ante el Madrid.
Rubén Uría / Eurosport