Subíamos las escaleras (algo asi como el equivalente a ocho plantas) del Campo Nuevo, con la lengua fuera pero deseosos de ver a los nuestros y darles todo nuestro apoyo. Somos deudores de una deuda que es difícil pagar. Éramos sabedores de que estábamos ante un gran reto, no sólo en el césped, sino en la grada, unos mil teníamos que hacer frente a 90.000 (parece una proporción espartana) y teníamos la obligación de aún así hacernos sentir en la grada.
Ahí arriba, donde anidan los pájaros más audaces, (los otros anidan más abajo, os lo digo yo), y tras una red (para evitar que confraternicemos con los "simpáticos" aficionados rivales que hay debajo de nosotros... (¿Por qué el Calderón es prácticamente el único estadio europeo que deja franjas de seguridad por debajo y por los lados de la afición contraria, desplazando para ello a sus propios socios de su ubicación habitual?).
Esperamos impacientes y animosos, con cánticos desde el primer momento, la salida al campo de nuestros chicos, nuestros gladiadores. Y allí aparecieron, cual muñequitos de sub-buteo vestidos de amarillo. 1000 gargantas rojiblancas y 11 corazones vestidos de amarillo y el escudo del Aleti en el corazón. Y en el lateral, en la zona técnica, imparable, haciendo más kilómetros que ninguno, nuestro general, nuestro líder espiritual, aquél ante el cual nadie siente dudas, con el que todo es posible.
El socí catalán no anima, ni poco, ni mucho, nada. Son incluso peor que los fuleros en la cuadra. De vez en cuando canta algo esporádicamente (sin contar, ni entrar porque no a lugar, en los gritos o proclamas de índole político, que ahí sí que lo dan todo, sí), y tras el gol aprietan, a golpe de himno, pero animar, no animan, no tienen ni puñetera idea de que es eso. Es más, murmullos e incluso pitos a la más mínima.
Empezamos bien, con los gladiadores de amarillo perfectamente colocados. Juntas las filas, armada la coreografía. Apretamos arriba, presionamos su salida, y en varias ocasiones la comprometemos e incluso la robamos, creando las dos primeras ocasiones de gol. Uyyyyy, me cago en la pvuta, ésa era la nuestra. Coño Paco, que quedan todavía 85 minutos, era una gran ocasión, sí, pero "la nuestra", como si ya no fuera a haber más.
Entonces empiezas a sentir que esa posición de vigia en el nido de la águilas te da una perspectiva nueva del partido, de lo que el Cholo plantea y de como lo ejecutan sus chicos. No son futbolistas, son fichas de una partida estratégica magistral, y desde allí tienes esa visión, de fichas.
¿De quién ha sido la falta? Ni pvuta idea oiga. ¿Quién ha rematado? Ni pvta idea oiga. Y ése que está en el suelo, ¿quién es? Que ya le digo que ni pvuta idea, ahora, ¿ha visto cómo se mueven nuestros chicos? Eso es arte, magia, armonía, perfección, una pvuta falange hoplita. La línea prieta perfecta, agrupada atrás, con los dos centrales marcando el paso, un mediocentro incrustado entre ellos, el otro a la presión, se alinean los laterales, se forman los rombos perfectos con los interiores. Arriba se muerde hasta que se sabe que no se va a lograr, se abandonan las posiciones de presión ofensiva, sin mirar balón (no hace falta) y sin pensar lo que pudo ser y no fue, y todos unidos atrás, en un grupo que destila una geometría envidiable hasta para las abejas. Cada uno sale y vuelve al compás, el dibujo no se rompe, las ayudas no cesan. Por aquí no vas a pasar. No, dice otro, por aquí tampoco. Vuelta a empezar.
Y esos cabrones la mueven, la mueven bien, pero casi todos los caminos habituales están cerrados. Tiran de repertorio. El enano de Albacete (pedazo partido), abre el maletín y empieza a pensar y dibujar jugadas imposibles. Éste es un Trampes de máximo nivel, ojo. Abren a banda, la tocan por el centro en paredes, cambian de orientación... otra vez, y otra, y otra más. Los hoplitas no se inmutan. No miran a los dedos del trilero, ni se dejan engañar por donde esté la bola. Ellos hacen su trabajo, sin más, sin menos. Me junto, achico, presiono, basculo, vuelta a empezar. ¿Tú no te cansas de intentarlo? Yo tampoco. Tu repertorio de pases y aperturas es inmenso, el mío de ayudas, movimientos y geometría defensiva lo es tanto o más y, cuando se produce el fallo, que se tiene que producir, no te preocupes, que ahí llega un hermano de armas tirándose al suelo y llegando donde yo no pude llegar. Mi espalda está protegida porque su escudo la protege. Mi escudo protege al siguiente.
Y así pasan los minutos. Estamos muy atrás, dice uno a mi espalda. Pero cojones, hay que salir más, presionarles más arriba, dice otro. Coño, que está Pinto, (ese portero con aires de cartel de Medellín), hay que tirar más!!!- grita un tercero. ¿Seguro que es de Cadiz? Para mí que ha nacido en Bogotá, apunta una chica. Por como despeja a los pies de nuestros delanteros no te diría que no, añade otro, va puesto.
Está claro que su defensa hace aguas, por ahí podemos morder. Nuestro ataque también flaquea, Costa nos dice adios y es como si nos hubieran metido dos goles seguidos. Cunde el desánimo en la tropa, pero nuestros chicos siguen igual, nos venimos arriba. Todo se equilibra. Un ataque perfecto, un arsenal, contra un muro infraqueable. Y al otro lado, una defensa con muchos agujeros frente a un ataque muy mermado. Evidentemente se produce una pendiente en el campo, y como en un pimball, la bola de manera natural tiende a caer hacia el agujero. Pero delante del agujero hay 11 colosos que hacen que pese a la pendiente, la mesa siempre se mantenga en perfecto equilibrio.
Venga chicos!!!!, cinco minutos más y pita el descanso, hay que aguantar. Al final fueron 9. Curioso, cuando al final de la segunda parte fueron -26 segundos, teniendo una falta más que peligrosa a favor. Acabamos fuertes, en su campo, empujando otra vez.
La segunda parte comienza por los mismos derroteros. Intranquilidad, gritos de los que piden adelantar líneas, quejas de la falta de tiros a puerta, ¿por qué perdemos la pelota tan rápido?, hay que presioanar más arriba... yo ingnoro los gritos, se ahogan antes de llegar a mis oidos, son peticiones dementes. Sigo mirando la perfección hecha defensa, la soliraridad hecha bandera, el trabajo y el esfuerzo no se negocian, seguro, ahora estamos dos pueblos más allá de aquél mensaje, lo que aquí no se negocia es dejarte la vida si es menester por un escudo y unos compañeros. El que falla es apoyado, el que no llega es ayudado, simpre la vista al frente y siempre prestos a dar una carrera más, sólo una más, antes de la siguiente.
Y de repente, en medio de todo eso llega un zapatazo imprevisto, un misil tierra-aire que vemos que toca la red, pero desde el ángulo de visión del nido de águilas ignoramos si por dentro o por fuera, hasta que la pelota cae, y toca el césped dentro de la porteria. Lo besa, lo acaricia... JODER, esto es puro sexo!!! del bueno, del de pago (96 luros, ni más ni menos, dinero bien empleado. Pvtos ladrones del fútbol de aficionado). Esa visión cargada de herotismo, y el grito del que lo vio antes más claro que el resto, nos hacen llegar al éxtasis en su versión más exaltada, teresiano en cuanto a la fe, hedonismo puro, en cuanto al goce. Todo vale en la celebración. Los otros, en la grada, silenciados. Se palpa el temor que ya se palpaba durante todo el día en la ciudad. Lo han vuelto a hacer, esos tipos lo han vuelto a hacer, ves que piensan con incluso cierta envidia, porque no es dinero y no es poder, es entrega, darlo todo, vivir o morir.
Recuperada la compostura, mínimamente, (sabemos que gran parte de lo que vinimos a hacer ya lo habíamos hecho) volvemos a animar y a la danza perfecta, aunque los kilómetros se notan, el orgullo herido del rival también y se empieza a descomponer un tanto la geometría. Sigue siendo hermoso, sí, pero es ya más una hermosura épica que una hermosura estética. Aparecen más las dentaduras mordiendo (no lo veo, pero lo intuyo), el llegar con ese tirarse milagroso, el sacarla como sea, pero la saco, que ha sustituido a la geometría perfecta. Sigue habiéndola pero me temo que las abejas ya no se sentirían envidiosas.
La épica es hermosa también, te conmueve en ocasiones tanto o más que la estética, pero provoca más desgaste y más asirte al milagro que al orden, y en éstas llega su casi inevitable gol. Y digo inevitable, no porque no lo fuera, pero se veía que debía, que podía y que iba a llegar, antes o después (mejor después que antes).
En ese instante, después del natural cabreo, hay un sentimiento único que nos atraviesa a todos los que allí estamos. Hay que aguantar, 5 minutos, 10, no más, pero hay que aguantar, ahora van a ir con todo. Y efectivamente así es. Los suyos hacen acto de presencia, no eran muñequitos figurativos para adornar, y empiezan a cantar. El enano de Alabacete se multiplica y se convierte en un coloso que tira de su equipo. Y los nuestros, en acciones y movimientos que ya no son hermosos, pero conmueven más que antes, heridos, cansados, cargados de tarjetas (demasiado castigados por el árbitro, sobre todo en cuanto a desequilibrio arbitral), siguen a lo suyo, como siempre, a morir por una camiseta. Y pasan esos 10 minutos de auténtico sufrimiento, real, físico, que podemos sentir en nuestras propias carnes, y todo, cagada en las salidas mediante, vuelve a un estado de aparente normalidad. Sigue siendo la guerra, claro. Siguen cayendo obuses, escuchas las balas, silban junto a tus oidos, pero ya no ves las bayonetas a pocos metros de tu cara. Eso en plena guerra hasta parece tranquilidad.
Y finalmente el equipo se vuelvo a hacer grande, parece que ha pasado lo peor, la bomba H ya no nos cae encima, pero todavía no nos fiamos. Nadie se fía. Ellos tampoco. Pero eso no significa firmar tablas, simplemente significa no atacar con machete y cullilo, sólo con machete, eso sí, al cuello.
Y sacamos el balón, y llegamos a la banda, y pita falta, y ésta es la nuestra, y no la deja tirar, y se acabó, y te cagas en su pvuta madre, pero, sinceramente, e incluso, hasta sientes alivio. La guerra no ha terminado, lo puedes sentir. Las guerras nunca terminan hasta mucho después de terminar. Los combatientes no pueden dejar de serlo por el efecto de un mero silbato o de un armisticio. El soldado es soldado, el hoplita es hoplita, el gladiador es gladiador.
Y allí nos quedamos cantando, sentados (rato después), felices, esperando que nos dejen salir de la jaula. Ahí nos quedan 8 pisos de descenso libre, pero no nos importa, sabemos que los vamos a hacer con un sólo grito en la boca: ALEEEEETIIIII, un grito que más que nuca nos llena de orgullo y de satisfacción. Podrán atacarnos, podrán incluso hasta ganarnos, pero sabemos que con este equipo jamás nos iremos con la cabeza gacha, y que incluso en la derrota, si es que es posible que estos gladiadores la puedan consentir, nuestra cabeza estará incluso más alta que la del rival, porque sabremos, y no tendremos ni la más mínima duda, que los nuestros lo dieron todo. Allllleeeeeetiiiiiiiiiii, Aleeeeeeeetiiiiiiii